By: Rafael Marcelo Arteaga.
"Si tales imágenes no alteran nuestras vidas, significa -entonces- que nuestros corazones están muertos" Rómulo Cuello.
Kevin Karter ganó el premio Pulitzer a la mejor fotografía. Tres meses después él se suicidó, víctima de una depresión. Se puede decir entonces que la foto cumplió su labor social.
Una noticia frecuente en los medios es que los precios de los alimentos han subido dramáticamente a nivel mundial en los últimos meses, y así lo pude comprobar durante mi último viaje por Europa y Asia. Los elementos básicos de consumo han sido afectados en el mundo y las consecuencias las padecen justo
los sectores más débiles, los mismos que en su desesperación han comenzado a proferir amenazas contra sus autoridades, a fin de exigirles que tomen medidas urgentes para mitigar el constante aumento de precios; incluso a provocar revueltas como en Haití, Egipto, Argentina, y hasta en Europa.
La escasez de harinas afecta de modo directo a las panaderías del mundo, al tallarín chino o al pan de África. La decisión de buscar alternativas a los combustibles sucios, como es el petróleo y sus derivados, llevó a utilizar las cosechas de productos que usualmente fueron destinados a la alimentación, en la fabricación de combustibles no ofensivos al medio ambiente, aunque más caros. Países como Brasil, Paraguay o Filipinas están cultivando más caña de azúcar, trigo, maíz y vendiendo a los fabricantes de etanol, para satisfacer las exigencias de naciones con economías solventes y de grupos dedicados a la protección de la naturaleza, sin sospechar siquiera que ello desataría otro dilema: la insuficiencia de alimentos en el mundo, que no la sienten los grupos denominados alternativos, sino las poblaciones que ellos dicen proteger: el regreso a un planeta menos contaminado, más verde, con fuentes de energía naturales, sólo será posible, así nos demuestran los últimos sucesos, si los sectores más desprotegidos padecen hambre.
Miseria e ignorancia son elementos claves de ciertos gobiernos para mantenerse en el poder.
En pleno siglo XXI, cuando creíamos superada ésta etapa, que fue y es el mayor problema de la humanidad a través de su historia, resulta que se desvaneció el espejismo y la brecha entre pobres y ricos se vuelve más amplia, aunque en una vitrina se puede ver los alimentos, a precios altos y, por ello, inaccesibles a los habitantes de la otra orilla. Los que tienen las barrigas llenas y hablan de paz, de guerra, de globalización, de un planeta verde y la conservación de sus recursos, con suficientes reservas de dólares en el banco, sus refrigeradoras llenas, son los ganadores en esta tragedia del hambre.
La búsqueda de nuevas fuentes de energía ha puesto bajo presión al trigo, a la caña de azúcar. Ante un mayor consumo de carnes en el planeta, hay más demanda de avena, cebada, verduras y hasta alimentos del mar que son destinados al forraje de los animales. Cada vez hay nuevas naciones que logran un crecimiento sostenido y con ello una estabilidad social, la misma que estimula el consumo y una mayor variedad en la dieta alimenticia de sus habitantes; ello exige nuevas tierras para cultivar, más pasto para las ganaderías, retrocediendo así en proyectos defendidos por el estado en asuntos de medio ambiente: sembrar más significa ocupar áreas protegidas hasta ayer y hoy indispensables para satisfacer el hambre de un mundo con sobrepoblación. El bienestar tiene sus costos.
No es siempre en África. El hambre está más cerca de cuanto podemos imaginar desde la comodidad de nuestras vidas.
El dilema de muchos gobiernos del norte es satisfacer la demanda de alimentos en sus naciones o permitir que el pánico invada sus territorios y ponga en riesgo la estabilidad social conseguida en estas últimas décadas. En países del sur, en cambio, el panorama es más complejo: no sólo que son dependientes de las importaciones de cereales, sino que también han descuidado sus cultivos, hasta el punto de desaparecer, como el caso del trigo, la avena o la cebada en Ecuador, provocando –al menor signo de alarma- escasez y especulación al interior de sus fronteras. Los precios de la carne y la leche se duplicaron en muchos lugares, inclusive productores, como Suiza o Francia; sumado a ello otro factor, como es la subida repentina del petróleo, la presión que tiene éste debido una mayor demanda en gigantes como India, China, igual Tailandia, Filipinas (las fábricas del mundo en la actualidad), lo que causa un incremento en serie del resto de productos; por consiguiente, sin una sólida producción interna que neutralice los continuos oleajes del mercado, sin proyectos de largo alcance que incentiven y fortalezcan la producción local (algo que no se logra con subsidios y limosnas en tiempos de campaña electoral), el horizonte en tales regiones asoma cada vez más incierto.
Algunos sectores en el país del norte hablan y apoyan retomar las investigaciones genéticas de algunos cereales, y hasta ciertos tipos de clonación animal, dejando de lado cuestiones religiosas o de cualquier índole. Se necesita nuevas semillas que se adapten a los cambios climáticos recientes, que soporten más fríos en las noches (hoy se trata los cultivos con insumos químicos para volverlos resistentes a las heladas, lo que afecta justo la salud del consumidor), más calor durante el día (lo que lleva a secarse pronto la tierra, y por consiguiente, a atrofiar las plantas, aunque no a destruirlas del todo, pero que afecta al final al rendimiento por hectárea) y resistentes a las continuas lluvias (muchos sembríos se pierden hoy debido a que las semillas -y luego plantas se pudren antes del ciclo de cosechas). Hablamos del trigo, pues en cuanto a la soya, al algodón, ya se cultiva a escala industrial -en países como Paraguay y Bolivia- semillas con variaciones y alteraciones en sus genes, cuya producción está orientada a los mercados del tercer mundo, no así a Europa o a Japón, por cuanto aún no se logra determinar de manera científica las consecuencias que tales cereales pueden tener luego en la salud de las personas; mientras tanto, el norte seguirá vendiendo las semillas.
EE.UU. es el único país que brinda seguridad alimenticia al mundo en cuestión de cereales. En sus campos se cultiva algunas variedades y calidades de trigo. Europa, por ejemplo, pide siempre el que tiene mayores componentes proteínicos; no así África o Sudamérica, quienes ordenan con frecuencia el más barato. Los desechos de la gran producción se envía a los mercados más pobres. Nada se desperdicia. Pero hagamos un lapsus. El gobierno ecuatoriano decidió hace dos meses importar harina de trigo desde Argentina. Me atrevo a preguntar, ¿qué laboratorio hizo los análisis del producto a fin de establecer el origen y la calidad del mismo? Aquí no se trata de oponerse a las actuaciones de un régimen, estamos hablando del futuro y posibles implicaciones que el consumo de esta harina puede provocar en nuestro organismo.
Ante una mayor presión que tienen los cereales de EE.UU., los productores se hallan en la disyuntiva de pedir más campos para trabajar, aquellos que están protegidos por el gobierno federal, o aumentar la producción con la ayuda de la genética, lo que igual provocará la pérdida de mercados importantes, como el europeo. No es de admirarse, por tanto, que muchos agricultores estén cambiándose a cultivos de soya, maíz o avena, productos que gozan de fuertes subvenciones desde el estado (una desventaja para los países pobres), en los que la genética obra su mejor lado y, además, sin restricciones en ciertos mercados.
En regiones donde el arroz es su principal producto de exportación, como Tailandia o Vietnam, ¡hay desabastecimiento de arroz! He oído los lamentos de sus habitantes por el alto costo de los alimentos, he visto vacíos los stands donde usualmente se exhibe los cereales. La inflación en Vietnam ha subido al 32% y los habitantes a cambio piden la renuncia de sus autoridades. En el reino de Siam, en cambio, las autoridades ha impuesto precios –que no se respetan- y rígidos controles a la venta, ha prohibido su exportación, amenaza con la cárcel a los especuladores o a quienes oculten en sus bodegas la gramínea. Y nada ha surtido efecto. Los precios siguen en picada hacia arriba. El mundo de hoy tiene más habitantes y también naciones que pueden pagar precios más altos por la comida, o que pueden llenar sus bodegas a cambio del hambre de otros.
Los últimos cambios climáticos han afectado a los cultivos. En Bolivia, en Colombia, en Bangladesh, en EE.UU., a causa de las lluvias se han perdido miles de hectáreas con plantaciones cerca a la cosecha. En Brasil, en Rusia, en cambio la prolongada sequía, los fríos en las noches han destruido igual o similar cantidad de hectáreas, poniendo en riesgo el equilibrio alimenticio de sus poblaciones. El desierto africano es cada vez más grande, en muchos sitios la tierra está cansada y no produce lo suficiente para el consumo de las tribus y pueblos cerca a las grandes ciudades, mientras
los grupos de poder se disputan a brazo partido el acceso a los fondos públicos. Las naciones exportadoras de petróleo han visto llenar sus arcas fiscales con millones de dólares caídos del cielo, que no constan en el presupuesto y que permite a sus regímenes gastar -sin criterio o planificación- en las necesidades del momento, sin preocuparse demasiado por el futuro. Nunca antes sus reservas internacionales fueron tan altas. Nunca antes hubo tanto dinero proveniente del oro negro; sin embargo, justo allí escasean los alimentos o éstos se han vuelto inalcanzables para muchos sectores. Nigeria, Indonesia, Venezuela, Ecuador, por citar algunos casos, son naciones carentes de una sólida infraestructura agrícola, capaz de abastecer la demanda interna y de exportar los excedentes, aprovechando los altos precios internacionales.
Algunos países sospechaban que esta crisis alimentaria venía en camino y tomaron precauciones a tiempo. China, Suiza, Holanda, Singapur, hasta la cenicienta de Europa, Rumanía, compraron y pagaron con anticipación los cereales, por lo que muchos cultivos, antes de cosecha, ya están vendidos, provocando así el desabastecimiento en otros lugares. Los gobiernos con suficientes capitales disponibles, como Venezuela, China, Irán, Europa han enviado emisarios al mundo a fin de cerrar nuevos convenios –esta vez alimenticios- con regiones dependientes de sus inversiones y comercio bilateral. Y cada vez son más los que hacen prevalecer tales acuerdos bajo la oculta amenaza de desviar sus dineros a otras naciones, lo que pudiera ocasionar que algunas obras en construcción y mega proyectos de electricidad o de riego, se detengan.
"Hablas y lees demasiado, ¿cuánto ha cambiado tu vida frente a los demás?" Rolf Wild.
En algunas naciones, los stands de alimentos se vacían pronto, al punto que los dueños de las tiendas se han visto en la necesidad de racionar su venta. Otros, en cambio, esconden los productos para presionar al alza de precios. La gente, con tales ruidos de alarma, se ha volcado a las tiendas y compra más de lo común para llenar de reservas sus despensas. Argentina prohibió la exportación de carne hasta poder controlar el desabastecimiento interno que hoy padece. El gobierno francés negocia nuevos precios con los productores de leche y productos claves de la cadena alimenticia. India suspendió hace dos meses la exportación de arroz, con el objetivo de abarcar primero su mercado y nadie sabe cuándo será ello, si tomamos en cuenta el tamaño de su población. Otros países miran a Sudamérica, pero aquí también las lluvias han destruido los cultivos.
Esbozado así el actual panorama, llegamos a la conclusión que
los alimentos serán cada vez escasos, más caros, asequibles apenas en naciones y familias preparadas para pagar, aunque inalcanzables en sitios donde hay un alto índice de pobreza. Aquí se pondrá a prueba la capacidad de los gobernantes para tomar decisiones adecuadas que vayan en beneficio de todos los sectores sociales y, en especial, de los más desprotegidos. Aquí sólo hay espacio para dos tipos de gobierno: los que se dedican a sembrar el futuro y los que se obsesionan con el poder. El tiempo nos dirá quién obró con prudencia y decisión, aún a costa de verse afectada la estabilidad de sus gobiernos.