Con un pasado estudiantil en centros de educación privados, con internet en casa, empleo seguro y la barriga llena es romántico hablar de solidaridad. No es lo mismo estar con los más débiles, como Gandhi, aliarse con ellos y combatir juntos contra sus enemigos: la ignorancia y la injusticia, que vociferar desde lo alto vivir para la revolución, porque ello es asumir una actitud de ricos y de pedantería ante quienes vendieron sus sueños en tiempos de miseria. Aún es temprano para sentir en el ambiente ecuatoriano los nuevos vientos de transformación social. Ganar cinco elecciones consecutivas en dos años no es garantía de algo. Tuvimos siete presidentes en la última década, 21 constituciones en siglo y medio de vida republicana; en nuestras tierras tropicales todo es exuberante -hasta el extremo, mas ello no significa que hemos avanzado a sitio alguno en medio de la corriente.
A ciertas emisoras aliadas con el gobierno llaman los “
revolucionarios” para decir: “estoy contento, eufórico. ¡Ganamos, sí, ganamos!” La pregunta es ¿qué ganaron? Es simple: ganaron su status, mientras en la calle aumentan los desocupados tras un empleo que les permita llevar el alimento a sus hijos. La estrategia de Rafael Correa es acorralarnos al fondo de un callejón sin salida, donde hay excesivo fuego cruzado: inseguridad, una justicia torpe y parcializada, desconfianza en instituciones públicas, escándalos de corrupción dentro y fuera del ejecutivo, huellas del narcotráfico, creciente desempleo y una horda de fatídicos personajes bajo el circo de la política que él mismo se encarga de mantenerlos vigentes para diferenciar entre el “
pasado oscuro de la noche liberal y esta hermosa revolución”; de tal modo que, al llegar a las mesas electorales, ante el espantoso horizonte que él nos dibuja si votamos de nuevo por el coronel Gutiérrez, por el magnate Alvarito Noboa, o la “majadera” Martha Roldós, él asoma como la única opción válida, capaz de cumplir sus promesas de trabajar poco y volvernos millonarios en corto tiempo.
Los negocios del estado es un asunto de familia y de alterabilidad, la democracia es para las masas. Algunos protagonistas del actual gobierno me hablan de justicia social, de pasión por la patria, pero lucran y engordan sus traseros con el juego infame de la política, con el doble discurso, sin conocer el trabajo honrado, el trabajo que endura las manos, quema la piel, pero que llena de satisfacción nuestras vidas al ver la obra terminada. Para quienes no forman parte del clan es imposible acceder allí, porque la administración del país a través de los ministerios, las subsecretarías, las gerencias de las empresas estatales más solventes es para los miembros de ese círculo familiar e íntimo; las migajas del poder son para la plebe, como premio a la obediencia y apoyo a la construcción de la nueva patria, la patria de ellos.
Si hablan de solidaridad, ¿por qué no disminuyen sus sueldos los asambleístas grises del congresillo? Ellos pegaron sus gritos al cielo cuando los ex diputados en enero del 2007 subieron de 3.200 dólares a 3.800 el salario mensual; mas hoy que ocupan sus curules, no están satisfechos con 4.800 -por asistir medio tiempo a los debates, mientras el básico de un obrero que no depende del estado es de 218 dólares. ¿Dónde compran los
revolucionarios sus ropas? ¿Por qué no visten sus hijos los uniformes escolares que regala el gobierno? ¿A qué escuelas asisten los cachorros de nuestros revolucionarios? ¿Por qué los 36 ministros, gerentes, jefes y subjefes de las innumerables dependencias estatales van de un lado a otro en lujosos autos blindados, acompañados, tal jeques, de guardias de seguridad, cocineros, asesores; mientras los que les dieron el voto andan a pie, calzan zapatos chinos, compran jeans marca delmer (cado) y visten camisetas con el rostro sonriente de nuestro gobernante?
Hay un sector de nuevos ricos que hace negocios con el estado. Hay empresas fantasmas que se adjudican generosos contratos para la importación de harinas, de focos ahorradores de energía, de medicamentos, de urea, de armamento para la policía, de maquinaria para la construcción de carreteras, de centros educativos…la prohibición de importaciones favoreció justo a los grandes empresarios aliados del régimen, porque al imponerse las restricciones ellos ya tenían sus mercancías en bodegas o estaban en los barcos en alta mar. La tasa de interés del 11% al crédito que otorgan los bancos está dedicada a los peces gordos que facturan para el servicio de rentas más de 100.000 dólares al año, en tanto que para los peces flacos es el 23 %. Los altos impuestos a la joyería, perfumes, bisutería causaron el incremento del contrabando desde Perú y Colombia, más la destrucción de los importadores locales. En cuanto a la confección y el calzado, la industria local tampoco fue favorecida, por carecer de desarrollo tecnológico para producir a nivel industrial, mano de obra calificada y más todavía, al depender de insumos extranjeros, como hilos, elásticos, telas, agujas, maquinaría, cueros, tintas, broches…los empresarios de este sector tampoco se arriesgan a invertir porque no ven claro el panorama político que dirige nuestro mandatario; lo que ha provocado el cierre de fábricas, negocios grandes y pequeños, el despido de personal, aumentando con ello los niveles de desocupación en el país. Estos son algunos aspectos apenas que a los
revolucionarios se les pasa por alto. Hasta aquí los movimientos del ejecutivo están orientados a favorecer justo a los sectores más fuertes, mientras los demás se encuentran ocupados en
fortalecer la democracia. ¿Solidaridad con los más pobres? Empecemos con el ejemplo.