Un reportaje desde Tailandia.
Por Rafael M. Arteaga
La crisis
económica obliga a ser creativos para sobrevivir. He aquí un nuevo tipo de masajes
a los pies con peces.
No es fácil en la mente de los grupos tradicionales de poder aceptar que ya no
cuentan con el apoyo de la población, y en su lugar, sacan a relucir aquellos
tiempos en los que el reino fue uno de los más prósperos en la región, cuando
hubo trabajo para casi todos, la educación mejoró, las redes de comunicación se
ampliaron permitiendo así comercializar mejor los productos internos y las
exportaciones; las redes satelitales fue y es moneda común, los trenes rápidos,
el metro...Tailandia vivió el boom del turismo, el comercio, la construcción y
la tecnología durante los años 80 y 90, pero fue el siglo pasado y ellos no han
entendido que la gente tiene derecho a votar por un cambio. Que equivocarse o
acertar es también un riesgo en democracia; aunque en ambos casos, la
renovación de la clase dirigente es más importante aún: cumplir con el deber
encomendado y retirarse a tiempo, con un abrazo al nuevo representante de la
nación.
Aún están presentes en la memoria del pueblo las secuelas
de la caída de los mercados mundiales, a principios de los ochenta, y la
consecuente recesión, cuando miles de empresas empezaron a caer, una tras otra,
como un castillo de naipes, trayendo consigo desempleo, prostitución,
mendicidad en las calles; mas la crisis política de hoy, que afecta de modo
inevitable al campo económico, se debe a la incapacidad de sus gobernantes para
generar empleo, confianza en los mercados, elementos primordiales a la hora de invertir,
más que a la crisis internacional. Hasta hoy, las medidas adoptadas han sido
canalizadas para defender sólo los intereses de las élites económicas tras el poder.
No hay tregua posible a
la vista, pues los nuevos empresarios (de la era de la información) exigen su
espacio también en la administración de las riquezas del país. Convencidos de
la simpatía que despiertan en los electores, en su mayoría rostros y nombres
diferentes a los tradicionales en los últimos treinta años, piden la renovación
de las cortes de justicia, de parlamentarios, de jueces fiscales, de la corte
constitucional, del cuerpo de elecciones. Ofrecen, de llegar al poder, fundar
un nuevo reino (la figura real es bien utilizada: no dicen una nueva nación o
república) hasta convertirlo en lo que fuera hasta hace poco: uno de los siete
tigres de Asia, junto a un mar de promesas que, por cierto, tienen aceptación en
la mitad de la población, según encuestas; aunque no de la mayoría.
Las manifestaciones de descontento han
convulsionado la nación, una y otra vez, afectando la economía interna, y no
asoma en el horizonte una vía para llegar al dialogo, o conseguir acuerdos
mínimos de cara a los desafíos de la nueva era, porque todo parece resumirse en
una táctica de largo alcance, y por consiguiente agotadora para todos; frente a
este panorama, ambos sectores han pedido al rey, única autoridad que aún tiene
peso y credibilidad en los habitantes, que se dirija a sus súbditos y les pida
sumisión, obediencia, paz, ¡mientras
ellos luchan a brazo partido por acceder al control del estado y a sus negocios!
Así hablaba el rey a sus súbditos y éstos, sentados en el
suelo, con las manos en posición de rezo y la cabeza inclinada, escuchan y
agradecen sus palabras. Hoy he respirado en las calles de Bangkok un ambiente de
nostalgia y frustración. Los negocios están mal, eso se percibe a primera
vista. La miseria es más visible que antes en la ciudad. Miles de jovencitas
deambulan por los bares en busca de turistas para ofrecer sus servicios: sexo, compañía,
matrimonio con viejos y grasosos extranjeros a cambio de salir para empezar una
nueva vida. Muchos campesinos, al no conseguir empleo, han decidido volver a
sus pueblos y poner en práctica los sermones del rey.
"¿Qué hacéis en la
ciudad?", les preguntó una mañana, casi con ingenuidad infantil, a través de
la televisión. "Me duele veros en las calles buscando un mendrugo de pan
en los basureros, disputando a los perros un sitio para dormir bajo los
puentes. Volved a las aldeas y hacedlas producir de nuevo con vuestro trabajo,
ahora que están abandonadas. Buscad lo suficiente, sólo lo suficiente y seréis
felices.”
Desde hace quince días se halla en una cama de hospital. Sus huesos no dan más.
La inestabilidad social que atraviesa hoy el reino ha afectado su salud. Sin poder
alguno de decisión, su presencia es una figura decorativa apenas dentro del
tablero político del país, como las muñecas de porcelana que las abuelitas cuidan
en casa: llenas de polvo y en un lugar alto para evitar a los niños. ¡Tailandia mismo es el anciano en una
cama de hospital!
El rey olvidó llevar su
mensaje a la carpa del frente. Long live the King.