Cada cual con nuestra taza de porcelana, empezamos a disfrutar el
sabor y fragancia de sus hojas verdes. El misterio y la armonía combinados en
una simple taza con té.
Avanzamos sin decir nada, abriéndonos paso en la avenida llena de turistas
a esa hora y de almacenes con las últimas novedades en tecnología y moda de vestir para la
próxima estación de invierno. El turismo local no necesita del mundo para
subsistir, pues cada día se incorporan nuevas masas de viajeros chinos a
descubrir su nación, prueba del crecimiento económico de los últimos años. En
las ciudades que he visitado, los hoteles casi siempre están llenos, y en
temporada de vacaciones –como hoy- o en verano, es imposible obtener un piso,
aunque sea junto al perro, sino se reserva con tiempo. Igual ocurre con los trenes,
cuyo servicio, en cuanto a puntualidad y trato se refiere, es uno de los
mejores del mundo. Los viajeros aquí, al contrario de Europa, están
acostumbrados a emprender largas jornadas. Durante el año nuevo chino, se
moviliza, según estadísticas, el ¡36.5% de la población total del país! Son
inmensas masas de trabajadores viajando miles de kilómetros para visitar sus
hogares. Ellos están donde empieza cualquier movimiento económico, y ello ocurre en las nuevas metrópolis
que brotan cada día en la nación de Confucio.
China
es la fábrica del mundo. No todo es copia, ni malo; depende de lo que quieres pagar. Nike, Adidas, Ford, BMW,
por citar algunos ejemplos, tienen sus oficinas y fábricas aquí: lo mejor se va a los mercados con altas exigencias para su importación, mientras la calidad media
–aunque de marca- se destina a países como Europa del Este,
Sudáfrica, Tailandia; la baja y desecho va a África o Latinoamérica. La mayor parte de vitrinas en Ecuador están llenas de
estas dos últimas. En cuanto a moda se refiere, cada fin de temporada los
productores rematan contenedores enteros con ropa de "desecho", de cara a la próxima estación. La competencia es extrema en el
mercado interno.
De
pronto Wang Shang se detuvo frente a un restaurante con un zoológico en miniatura: conejos, tortugas, una
variedad de peces, pepinos de mar, moluscos, gallina negra, pavo, pato, y hasta
lechones. La presunción de un restaurante depende del tamaño de su cocina y de
la variedad de animales para faenar y servirlos a la mesa en –máximo- 15 minutos
de espera.
Decidimos
entrar. Y pronto nos dimos cuenta que en su interior casi no había espacio para
nosotros. Desde la puerta de ingreso se podía ver las mesas con clientes esperando
sus comidas o ser atendidos. Los meseros, vestidos con pantalón negro, camisa
blanca y gorro de color rojo, iban de un lado al otro recogiendo pedidos,
tendiendo nuevos manteles –desechables-. Tres mujeres jóvenes nos saludaron en
coro e inclinaron sus cabezas al vernos ingresar. El maestro de recepción nos
condujo hasta una mesa ovalada, donde otra
familia de seis personas leía el menú.
En ese
momento llegó una muchacha a la mesa, (su vestido rojo de seda le llegaba hasta
las rodillas, insinuando apenas su delgada silueta) para pedir disculpas por la
tardanza debido a la cantidad de clientes; tras ella vino un mesero con la
bandeja del té. Puso dos tacitas marrones de fina porcelana sobre el mantel y,
junto a ellas, un puchero con té. Lo repartió y se marchó enseguida, mientras
la jovencita nos extendió la carta del menú.
-¡Estamos para servirle! –Nos dijo con una leve sonrisa y se alejó de inmediato a tomar el
pedido de otros comensales; mientras nosotros seguimos atentos el camino de sus piernas largas y delicadas. Wang Shang y yo chocamos –al instante- las miradas, y luego sonreímos,
sabiendo que juntos habíamos descifrado –otra
vez- un código muy usual en los hombres: la admiración y el deseo ante el
enigma de lo bello.
Volvimos
a la mesa. Cada cual con nuestra taza de porcelana, empezamos a disfrutar el
sabor y fragancia de sus hojas verdes. El misterio y la armonía combinados en
una simple taza con té.
-¿Si has visto la cantidad de comensales aquí? – Interrumpió de pronto Wang Shang, y ante
mi respuesta con el movimiento de cabeza, continuó: -Cuando los negocios
prosperan, las empresas estatales o privadas pagan bien y puntual, la sociedad llega
a tener estabilidad económica, traducida en mejores salarios y más tiempo libre;
nace entonces la necesidad de mimar la barriga, primero, y luego la vanidad.
Pagar USD 10.000 por un traje ejecutivo, o USD 600.000 por un reloj con
punteros de diamantes es casi una obsesión en personas que deben cuidar su
imagen en un mundo cubierto de apariencias, de marcas; cuando –de acuerdo a los
pensamientos de nuestros guías espirituales- no se necesita más que lo
indispensable para vivir en armonía con Dios y el mundo. Hemos llegado
a una etapa de nuestra historia en la que la mitad de la población superó el
hambre, ¡el hambre que hasta hace poco asolaba nuestros hogares! Y a cambio,
los que tenemos la barriga llena, nos hemos vuelto egoístas y creemos que sólo
cuenta nuestro tiempo, nuestros impasibles mundos interiores, cuyo mayor
desvelo son la cantidad de calorías ingeridas durante el día, el psicólogo y
las compras. La moda – si no quieres estar rezagado del mundo - causa furor- ¡Es un
grito salvaje en pleno vuelo de la manada! Aquellas modelos, casi huesos, endiosadas
por la aurora de la novedad, tienen las fórmulas de la felicidad.