Donnerstag, 7. Dezember 2006

MEMORIAS Y CENIZAS


En enero de 1996, la fundación James Joyce de Zúrich, por intermedio de Víctor Vallejo, que por esos días trabajaba en la biblioteca, invitó al escritor Raúl Pérez Torres a la lectura de sus textos y, luego, a un diálogo con el público. Yo, que por entonces aún estaba con mis pies en dos patrias (Indonesia y Suiza), llegué también de viaje y al enterarme de tan grata visita, decidí asistir al encuentro con Raúl, a quien debo mi exilio literario, mis malas noches con lecturas de libros que no logro descifrar aún sus códigos y mi debilidad por el vino.
Mientras llegaba la hora de la presentación, me puse a hojear los periódicos locales y al leer en ellos las noticias sobre el evento de la noche, me sucedió igual que años atrás, cuando los medios del mundo dedicaban sus espacios a las maratónicas jornadas del tenista Andrés Gómez sobre las canchas de arcilla, antes y después de humillar al boy de las Vegas, el también talentoso André Agassi. Tomaba asiento en el avión y empezaba a revisar los periódicos, en cualquier idioma, y aunque no entendiera el mandarín o el ruso, por ejemplo, ahí estaban las fotografías con el Zurdo de Oro alzando los trofeos en Shanghái, Roma, Barcelona, Dubái…Y mientras bebía mi campary con jugo de naranja para calmar los nervios del vuelo, pensaba en las maravillosas jugadas, sus saques, uno de los más poderosos de aquella época; los ases, temidos pos sus rivales, con los que liquidó muchos partidos. Fueron las noticias que yo más buscaba, las que me entusiasmaron durante años y tomé como ejemplo -la disciplina y constancia- cada día de mi vida en exilio.
Raúl Pérez llegó a suelo helvético con los mejores augurios literarios. Y los medios locales se ocuparon de ello. El Volkshaus (La Casa del Pueblo) fue su tribuna, el mismo lugar donde otros autores de la talla de Carlos Fuentes, Octavio Paz, García Márquez, dejaron sus huellas también en la memoria del público.
El escritor ecuatoriano era el punto luminoso aquella noche. La presentación fue solemne y breve, como sólo los habitantes de la región alemana saben hacerlo; igual el discurso de Raúl y la traducción simultánea. El ambiente era caluroso, aunque afuera del salón la nieve golpeaba con insistencia tras las ventanas. Una buena selección de vinos: merlot y cabernet saviñon llenaban las bandejas. Entonces llegó el momento esperado por el público, el encuentro personal con el autor; Raúl abandonó la mesa de presentación, bajó al salón y de inmediato fue rodeado por una multitud ansiosa por conocerle de cerca y de cruzar unas palabras con él.
Yo, mientras tanto, desde una esquina, con mi vaso de vino, escuchaba a los políticos, artistas, economistas y toda esa legión de seres extraños que abundan en tales eventos, dialogar sobre el realismo mágico de García Márquez, el PIB de Haití, el fracaso de la revolución sandinista, la crueldad con que actuaba el ejército salvadoreño contra los pueblos mayas, el nuevo libro de Isabel Allende, el buen fútbol por entonces de Colombia (Valderrama, las extravagancias de Higuita) y hasta la corrupción de la banca ecuatoriana. Esa noche se habló solo de Latinoamérica y la mayoría de asistentes chapuceaba unas cuantas palabras en español, si es que muchos no hablaban este idioma a la perfección.
Cuánta diferencia existe aquí, pensaba yo en esos momentos, con el público, la clase política e intelectual de nuestras tierras tropicales. ¿Cuándo fue la última vez que nuestro presidente leyó una novela? No importa su autor. ¿O los versos de un poeta –alguna vez- alteraron su agenda para hacer una pausa y meditar? ¿A qué función de teatro asistió el fin de semana, sino fue al estadio, durante el clásico del astillero, en época de campaña electoral? ¿Qué idioma nuevo está aprendiendo o perfecciona el que ya sabe? Cada pueblo tiene la clase política e intelectual que merece y, por tanto, que soporta.
La creme de le creme de los intelectuales y políticos rodearon al autor, como el alcalde Josef Eschman, un miembro del gobierno suizo, (allí no hay presidente de la nación, hay un consejo nacional conformado por siete personas que alternan cada año la presidencia). Pálidas madeimoselle, más vestidos y joyas que carnes, con sus copas y cigarrillos hablando de literatura. Luego vinieron las fotos, los autógrafos, las preguntas; algunos, inclusive, habían leído con anticipación, o por lo menos hojeado los textos y ahora lo confrontaban con el autor.
Pero lo que me impresionó estaba aún por llegar. Un hombre, blanco como una hoja sin escribir, con lentes gruesos, se acercó a Raúl, que en esos momentos estaba dedicado a firmar sus libros.
-“Disculpe”-, le interrumpió, -“soy el representante de la editorial Fisher Taschenbuch Verlag”. Y antes que él pudiera decir algo, añadió: -“Hace cuatro años publicamos una antología de la nueva narrativa latinoamericana y nos atrevimos a tomar en cuenta tres cuentos suyos –aunque sin su consentimiento”.
Raúl prestó atención al traductor, sin dejar de mirar al representante de la editorial. -“El caso es que nos gustaría aprovechar su presencia aquí para entregarle el cheque por los derechos de autor de la mencionada publicación”.
Fue una agradable sorpresa. Raúl recibió el cheque y, una vez concluido el evento, esa noche, en compañía de otros amigos, nos perdimos por los bares de Zúrich; el refinado y tradicional Café Odeon, para empezar, luego las oscuras catacumbas del Platz Spizt, hoy desaparecido por completo del mapa alcohólico, hasta el otro día.
¿Qué quedará de sus libros en la memoria de los demás? Eso lo dirá el tiempo, que es el único encargado de dar a las obras su verdadera dimensión. Las discusiones estériles sobre autores y trascendencia quedan justo donde empiezan: en palabras. Y luego nada.

1 Kommentar:

  1. Anonym9:12 AM

    te pido ser más específico en tus escritos. A veces te pierdes y no se sabe a quién atacas. Además qué has producido tú

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