He recibido con agrado la noticia desde Ecuador, la misma que informa de la decisión de nuestro compatriota, Jefferson Pérez (medalla de oro en las olimpiadas de Atlanta, plata en Pekín y varias veces campeón mundial en los 20 kilómetros de marcha) de ceptar su nominación como candidato a las próximas elecciones de gobierno (¡otra vez!) en nuestro país. La convención en el coliseo de Guacaleo estuvo a reventar de público entusiasta que coreaba el himno nacional (no el Patria tierra sagrada...), el nombre del candidato, al mismo tiempo que realzaba sus hazañas deportivas. No hubo zhumir, ni vino dulce o botellas de "puntas" (puro cariño) obsequiadas por anónimos auspiciantes, ni camisetas que usualmente los candidatos lanzan al aire con dulces, fundas de sal, galletas, o pulseritas. Tampoco hubo grupos de muchachitas cantando y bailando en cueros, o luces con equipos de música a todo parlante.
Me han escrito que no hubo rifas de relojes o celulares entre el público. Tampoco se pudo ver a los aniñados de siempre tras el potencial candidato, con sus autos últimos modelo, sus camisetas de fina tela, con sus gafas oscuras de marca, sus zapatos de Miami, sus celulares con televisor e internet: los que ponen la plata para el baile y luego, cuando el candidato gana, se reparten el país a su conveniencia.
Nada de esto hubo, sino un público entusiasta, gente humilde que en silencio hace grande a su país, que sueña, y no solo ello, que se esfuerza día a día por un nuevo Ecuador, que no vende sus sueños de ser escritores, poetas, catedráticos, sencillo trabajador por un puesto de comisario municipal; que no busca un lugar en las tenebrosas redes de la burocracia, que no sueña con ser ministro, cónsul, embajador, corderos de manada, o perros bravos y gritones ante los más débiles, pero demasiados dóciles antes su jefe, el que les da de comer y les descubre ante las luces, las cámaras y los flashes del anonimato. Fue un público que no come cuento, porque está consiente que un país avanza con trabajo digno, con inversiones, con apertura de mercados, con defensa del mercado interno, -que no se traduce en imponer aranceles altos (la gente igual comprará los productos importados que no hay en el mercado -y si hay, es de mala calidad) sino con apoyo a la empresa privada, a grandes y pequeños productores, con créditos bajos, con incentivos tributarios, (nada de regalos) porque este sector a fin de cuentas es el que ha sacado a muchas naciones de la pobreza (China, India, Tailandia, España, Brasil, Chile...)
Las primeras palabras de Jefferson fueron: ¡Vamos atrabajar 25, 30 horas al día! ¡Y así hasta que lleguen nuestros hijos y ellos nos agradezcan no solo por el Ecuador que les heredemos, sino también por el entusiasmo por la vida, por el ejemplo que les demos! (Y el público empezó a soñar y a apretar sus manos, contagiados de esa energía positiva que el andarín, el antiguo vendedor de periódicos que las calles y que con esfuerzo supo llegar al podio de los vencedores emanaba en esos instantes). ¡Solo el esfuerzo nos hará libres! Gritó. Y antes de que la masa comience a aplaudir a rabiar, añadió: ¡E igual la verdad!! Cómo podemos volver al hogar, abrazar a nuestros hijos y besarles con tiernas caricias, sin darnos cuenta que por nuestras pequeñas ambiciones hemos destruido hoy el país, ¡la casa grande de nuestros hijos!! (El público empezó a temblar con el nombre del candidato en sus bocas) Obraremos con el ejemplo porque nosotros somos el espejo en el que un día ellos descubrirán nuestras sombras y terminarán odiándonos.
Jefferson, retorciéndose de dolor, luego de ganar el campeonato mundial de marcha en Japón¿Quieren regalos? Y antes de que alguien responda, añadió: yo no soy santa Claus. Si llego a la presidencia seré un administrador, no el dueño de nuestra casa grande. Mi gobierno estará compuesto por los mejores hombres, no de aquellos que quieran poner el dinero para mi candidatura. Mi gobierno estará abierto al diálogo con todos los sectores. Les propongo un gobierno de concertación, logremos un acuerdo, un pacto de gobernabilidad para los próximos 30 años, dejando a un lado nuestros desatinos políticos, nuestros resentimientos personales, nuestras ambiciones pequeñas. Seamos constructores y que en esta obra tengamos todos una herramienta todo el tiempo y que siempre estemos levantando algo, uniendo, soldando, ayudando, sin que se detenga la obra, porque entonces se detiene el país. Total, desde cualquier esquina que estemos, sabemos una cosa: todos queremos un nuevo Ecuador, más justo, ¡Sí!, más solidario, ¡Sí!, pero ello no significa dar limosnas. El estado debe ser un gran regulador, no un mercader de baratijas! Prometo trabajar cada día, como si Ecuador fuera a ganar una medalla de oro contra la pobreza, el hambre; pero, sobre todo, contra la ignorancia. Prometo no convertir al estado en una oficina de empleos, sino en una gran fábrica que ofresca iguales oportunidades una población preparada. Ofresco orar cada día, escuchar a mis adversarios. Prometo no comprar más armas, no crear más cuerpos policiales, sino crear fuentes de trabajo. Prometo no humillar a mi gente solo por el hecho de no compartir mis ideas. Prometo estar a la altura de la dignidad de mi cargo y marcharme pronto de palacio una vez cumplido mi periodo, agradecido con mi gente, por la oportunidad que tuve de servir a la nación y luego dedicaré todo el tiempo a mi familia, a plantar verduras hasta esfumarme de la vida pública a fin de no interferir en las decisiones de los gobiernos que me sucedan.
Y la gente comenzó a entonar el himno nacional otra vez. Les ofrezco volver nuestra nación, como alguna de aquellas naciones donde yo viví, entrené hasta las lágrimas, con calambres, tendones rotos o meses y meses de para ante la enfermedad. En esos países triunfé. En mi mente siempre estuvo esto: quiero dar un empujón de entusiasmo, de dinamismo, de ejemplo a mi nación: Por mi madre anciana, por mis hermanos, por mis amigos, por todos quienes somos Ecuador. Y cuando estuve allí, siempre miraba, observaba y me puse a pensar cómo lo hicieron esos países, revisé su historia y vi que ellos fueron como hoy nosotros alguna vez, en alguna parte del tiempo. Y hoy ¿dónde están estas naciones? ¡Vamos entonces a ganar! Vota por Jefferson, él único que nunca te defraudó. Leed mis labios: ¡no más mentiras disfrazadas de verdad en los medios! ¡No más pesadillas para nuestros niños!
Y al final la gente empezó a dejar sus firmas en las papeletas que luego serán entregadas al tribunal electoral. Espero que quienes están allí acepten, por dignidad, su candidatura y que este discurso no sea un sueño de inocentes.
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