Mittwoch, 25. März 2009

PARA OPINAR HAY QUE GANAR ELECCIONES*

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Hace algunos meses, durante mi viaje a Hong-Kong, estuve en el chat con Jorge, un periodista en Ecuador (cuyo nombre verdadero, por razones de seguridad, debo omitir); el mismo que me informó sobre la actitud de nuestro mandatario durante uno de sus infaltables viajes por el país. La nota decía que una tarde lluviosa, al paso de la caravana presidencial, que es una ceremonia de ostentación con dineros públicos, por caminos angostos y llenos de baches en un pueblo de la Amazonía, dos campesinos, asustados con el ruido de las sirenas y la cantidad de autos lujosos sin placa, saltaron a un lado de la carretera y, entre señales de enojo, pero también de bromas, propio de la gente sencilla, por la situación en que se hallaban (el fango les cubría las rodillas, los espinos estaban prendidos en la piel) hicieron algunos gestos al mandatario (con su camisa blanca de motivos precolombinos, el peinado impecable, “su” limosina negra con vidrios ahumados, casi una oficina ambulante con sofisticados aparatos de comunicación y seguridad), a lo que éste reaccionó de inmediato deteniendo la caravana y dando la orden de enviar a la cárcel a los dos “majaderos”, acusándolos de faltar el respeto “a la majestad del poder”.

Los guardaespaldas, simples lacayos del poder, cumplieron de inmediato la consigna. Llevaron a los campesinos en uno de los autos del ejército para entregarlos a las autoridades locales, con la consigna personal del presidente de darles un escarmiento. El grupo oficial siguió su camino hasta otro pueblo más grande, Macas, donde lo esperaban niños de escuela con pancartas, estudiantes de colegios –igual obligados a asistir, los trabajadores de las dependencias estatales y más curiosos atraídos por la fastuosidad y derroche económico que tales actos conllevan. Allí nuestro mandatario, acostumbrado a ser la estrella de la fiesta, fue el primero en abrir la ceremonia con su discurso fogoso y lleno de insultos. La bilis le chorreaba por sus labios e inflado de arrogancia arremetió contra quienes considera sus enemigos: la oposición, (que es un muerto sin ataúd desde que él asumió la presidencia), los empresarios, la banca privada y los medios (que en su mayoría tomó partido por su candidatura de modo descarado: el Hoy, la Hora, el Comercio, Ecuaviza, por citar algunos casos). A éstos últimos los amenazó, se burló de sus editores y reporteros, los acusó de ser cómplices de la destrucción del país; luego, entre tanta espuma, pidió el apoyo a su trabajo y el sí a la instalación de asamblea constituyente, la misma que debía elaborar la nueva carta magna. Entonces, y solo entonces, se completó el resto de la ceremonia: los “obsequios desinteresados y espontáneos” de la población, las ancianas lo abrazaron y posaron con él para las fotos, las niñas se acercaron con los ramos de flores, los habitantes de tal barrio que mostraban su satisfacción y agradecimiento por las “obritas que ninguna autoridad hizo antes”, la chicha de yuca que el mandatario bebió con entusiasmo.


-Y ¿qué sucedió con los campesinos en prisión?-, interrumpí de inmediato.

- ¿Qué significado tienen sus vidas, leales sólo a la tierra que cultivan con empeño cada día, en un proyecto revolucionario basado, no en la tolerancia y el diálogo, tal los ejemplos de los líderes espirituales que transformaron- para bien- el mundo actual, sino en la prepotencia, el doble discurso y la infamia?

-Hablas de grandes líderes espirituales, no de caciques en una banana republic-. Me atreví a comentar, mientras esperaba su respuesta. Jorge cumplía entonces su labor de cobertura informativa para El Universo, durante los desplazamientos del presidente por el país.

-Tengo miedo de mi labor-, me confió, casi con timidez, aquella noche. -Nunca como ahora los periodistas hemos recibido tantas amenazas e insultos de parte del régimen.

–Y ¿por qué callas?- le pregunté.

-¡Eres ingenuo o qué! - contestó de inmediato. -Necesito trabajar. Tengo familia y la lealtad en esta jungla no llena la barriga.

-Y ¿qué de las amenazas?

-Es sencillo. Los sueños de justicia, de ayudar a transformar el mundo durante nuestra época de estudiantes acaban en un comentario sutil, con fondo de amenaza, sobre nuestra labor de parte de un superior, o en un definitivo “¡No toques ese asunto! Ocúpate de la farándula, del futbol, de las inundaciones en la costa.” Sé que ello no debe ser así, pero ¿qué otra opción tenemos los periodistas?

-Cambia de oficio-, le sugerí.

-No aprendí otro oficio-, me respondió con enfado. –No soy Carlos Vera, el tipo que tiene sus propios negocios a más de la productora de televisión, el que ayudó a poner -como una píldora en la lengua- a Jamil Mahuad, a Gutiérrez y a Correa en el sillón presidencial a través de su programa y luego los combatió –y combate con vehemencia, como si nunca hubiera conocido o intuido (¡viejo zorro de la política interna!) el credo oculto que ellos profesaban, o los grupos de poder que los apoyaban cuando fueron candidatos. Hay periodistas que no dependen de lo que escriban o digan para seguir trabajando en los medios; para muchos en cambio de lo que publiquen o del nivel de sumisión (que es igual a ser un espantoso chupamedias) se juega mucho la continuidad de una cátedra, un puesto burocrático o simplemente el laboru, tal mi situación y en este caso, nos toca ver y guardar silencio, como almas en pena y aquel sentimiento de complicidad y obediencia. Cada actor político tiene su verdad. Pero, ¿qué es la verdad en Ecuador?

-Dímelo tú-, le pedí con vehemencia, -que yo paso mucho tiempo lejos del país.

- Aquella que se repite con más frecuencia, por absurda que sea ésta. Al estribillo ya es de todos, por ejemplo, se le añade: la patria, la medicina, la justicia, el derecho a la información, el deporte, las carreteras…y quienes piensen así están –de a cuerdo a la visión de nuestro gobernante- en el sendero correcto, mientras que los demás son detractores y deben ser perseguidos hasta erradicar aquel vicio de cuestionar y de pedir cuentas. ¿Qué diferencia existe entre pan, techo y empleo, ahora le toca al pueblo o el gobierno de los pobres, algunas muletillas de gobiernos anteriores, con la actual?

-Me sorprende-, me atrevo a confesarle, -que Ecuador siempre está en elecciones. Debe ser aburrido ir de votación en votación, (y no llegar a un puerto seguro); obligado por cierto, pues sin ese papelillo que recibes luego de sufragar no puedes realizar ningún trámite en las dependencias privadas o estatales. ¿Qué trampa es ésta? Cada vez que vengo acá debo pagar una multa para obtener ese documento a fin de estar otra vez al día, que es igual a volver a ser ciudadano. Desde el inicio del actual gobierno, he visto también que el país está inundado con pancartas, camisetas y banderas verdes de su tienda política, sea invierno o verano, las carreteras, las calles, los edificios públicos, como si la razón de existir aquí fuera ganar elecciones y no dedicarse a producir. Los medios igual han engordado con tantos contratos dedicados a repetir -hasta el aburrimiento- que la revolución avanza…

-¿En qué dirección?

-He leído también pasión por la patria.

-¿No será por el poder? Él acumuló todas las instancias del estado en su persona a través de pálidos personajes nombrados por él tras bastidores. Superintendencia de Bancos, el directorio del Banco Central, el Congresillo, el Tribunal Electoral, simples vocalías en el IESS, aduanas, el consejo de educación, y hasta ciertos representantes de las universidades, que se entiende gozan de autonomía. Y un perro, por bravo que sea, nunca morderá la mano de su dueño.

-Pero él tiene gran aceptación en la mayoría de los habitantes; de otro modo, no habría ganado cuatro sufragios en menos de dos años. Y va la quinta. Entonces, se me ocurrió contarle el desplazamiento de Rafael Correa a la provincia de Imbabura durante tres días; suceso que a mí volvió a sorprenderme, no así a Jorge.

-¡No más de lo mismo, por favor!-. Clamó con largas filas de signos de admiración en la pantalla. Pero yo continué.

Ocurrió el 13, 14 y 15 de Marzo del 2009. Algunas radios locales, periódicos y hasta un canal del televisión prepararon el camino con días de anticipación, de tal modo que el señor Correa levantó mucho polvo a su arribo en por Ibarra. Las sirenas de los autos, las pancartas, los gritos a través de los megáfonos anunciando la llegada del revolucionario. Y otra vez los grupos de planta que siempre le acompañan durante sus desplazamientos, oscuros personajes confundidos entre los curiosos, con cámaras de video, celulares con cámaras de fotos, que vigilan cada movimiento de la multitud, que abren camino a su jefe y que en turnos gritan consignas a favor del movimiento del gobierno. Frases trilladas y nada originales, como: “alerta, alerta la espada de Bolívar …” e invitando a los incautos a unirse a la “marcha por la patria”. El líder sonreía y caminaba a prisa por las calles recién adoquinadas de Ibarra. Se acercó a un inválido en silla de ruedas, tomó un niño en sus brazos y lo llevó algunos metros con él, adornó las fotografías de algunos transeúntes, posó con mujeres indígenas, abrazó a dos estudiantes de un colegio, las besó en las mejillas (el resto de muchachas les apoyaron con gritos). Y así avanzó hasta el sitio de reunión, donde le esperaban los candidatos de su partido.

*Respuesta del presidente Rafael Correa a las denuncias de la Sociedad Interamericana de Prensa de hostilidad a la labor de los medios.

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