Donnerstag, 23. April 2009

PARA OPINAR HAY QUE GANAR ELECCIONES*

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Desde la mañana la gente de apoyo aquí anunciaba el arribo de su líder. En las calles centrales -Sucre y Bolívar- lucían las banderas verdes de la lista 35. Innumerables vehículos –cubiertos con fotografías de los candidatos locales- se movilizaban llamando con insistencia a la población para recibir al presidente. Rafael Correa tuvo una reunión previa en los salones del municipio con el alcalde de aquí, con los candidatos de la provincia, y de allí salió rodeado de su gente para bajar a pie dirección al coliseo, sitio donde se llevaría a cabo la concentración. Algunos personajes junto a él me eran por demás conocidos. Uno estuvo conmigo en el edificio de Ciespal, el 21 de abril del 2005, cuando un grupo de ciudadanos secuestramos durante cinco horas a Alfredo Palacio, recién nombrado –de modo ilegal, por un congreso sin autoridad moral siquiera- presidente del país. Cómo olvidar el rostro de quien esa misma noche, en compañía de otros forajidos, (hoy revolucionarios), atentó contra la vida de mi familia en el auto, a la entrada de Carondelet. También caminaban a su lado dos activistas que hace tiempo impidieron con violencia reunirse a los congresistas, luego de ser destituidos por el tribunal electoral bajo la acusación de entorpecer la realización de la Asamblea Constituyente. Otros rondaban en Montecristi tras los asambleístas del bloque oficial –a manera de asesores, guardaespaldas, mensajeros que portaban el infaltable ceviche y caldo de manguera; en suma, gente de confianza, a la que permite acercarse y velar por su integridad -aún sobre la guardia policial y del ejército- durante sus desplazamientos, y a quienes encarga el trabajo sucio -que no deja huellas de su eficacia y en nada se diferencian de Toral Zalamea, el líder de los bastiones populares de Guayaquil que acompañaba al difunto Febres Cordero, mientras fue presidente del Ecuador, o al Pepudo Alejo, la sombra del loco que ama(ba), o los ex militares que limpiaban las calles con detergente cuando Lucio Gutiérrez salía a trotar por el centro histórico de Quito.

-Él debe tener su personal de confianza-. Escribió Jorge a prisa, sin dejar de mirar la cámara.

-Por supuesto- asentí yo, -pero ¿cuántos deben ser? El estado se volvió una agencia de empleo, donde los militantes del gobierno de turno -de acuerdo a su nivel de sumisión, unos y otros, de acuerdo al aporte económico- siempre obtienen recompensa.

-No has escrito nada original-, me sorprendió él con su observación. –Fue siempre así y el mundo, la vida sigue igual. Eh, tú estás siempre en contra de lo que huela o tenga huellas de nuestro presidente. Tú me has dicho que se debe aprender a manejar los tiempos, que la vida no es sólo movimiento, sino también pausas. Es muy temprano para ver la verdadera dimensión de su obra. No estoy de acuerdo con sus ataques verbales a quienes cumplimos con nuestro deber de informar, tampoco con las cadenas en los medios, o los abusos de poder con la gente humilde, como mandar a la cárcel a un padre de familia que le dice entre señas: “pase rápido con su limosina, señor presidente, a fin de yo cruzar la calle.” Son innumerables los desaciertos, mas ellos corresponden también al ejercicio de gobernar.

-¿Tiene él la facultad de ordenar-, interrumpí yo su alocución –que dos campesinos vayan a la cárcel, por el hecho de que, asustados y con sus cuerpos llenos de espinas, reclamen a quien confiaron su voto en las elecciones tanta ostentación y ruido de la caravana presidencial?

-Supongo que no. Ello corresponde a un juez luego de determinar el grado de infracción. Los campesinos, interrogados sobre el motivo de su detención, confesaron a los guardias haber gritado al presidente: “¡no seas vago, sal de ese auto y camina con nosotros!” El asunto pudo ser intrascendente para quien ostenta la máxima representación del país, y hasta dudo que tales palabras hayan llegado a sus oídos siquiera; pero no fue así: se humilló a dos personas humildes, incapaces de comprender la magnitud lo ocurrido y de defenderse ante un ciudadano -con el oficio temporal de presidente de un país- represivo y arrogante con los más débiles. En otros lugares, donde se respeta las leyes y sus habitantes toman muy en cuenta las actitudes, las palabras de sus autoridades, la acción -que aquí pasó inadvertida (por temor o falta de novelería para incluirla en las páginas de los periódicos) le habría significado al gobernante un severo llamado de atención de la opinión pública, sin desmedro de las acciones legales que los aludidos pueden entablar en las cortes de justicia; allá sí, independientes para actuar.

Con otros colegas de labor fuimos a visitar a los aldeanos en prisión, nos solidarizamos con ellos, les dimos bebidas y algo de comer. Al responder sobre lo ocurrido, nos dimos cuenta que aún privados de libertad, ellos no habían perdido el sentido del humor o aquella ingenuidad en sus diálogos (muy bien aprovechada por los candidatos hasta llegar al poder): entre bromas y a la vez asustados, se reían de lo bufo de tal situación; igual los policías que cuidaban aquella pocilga maloliente y calurosa en medio de la selva. En el hotel redacté los sucesos del viaje presidencial en aquella ciudad, lo envié por email y, antes de retirarme a descansar, se me ocurrió escribir también un informe sobre los campesinos. Cuando iba a cerrar mi portátil recibí la respuesta de redacción: “es un tema que, por repetido, ya no despierta interés en los lectores”. La verdad fue que el periódico no buscaba más enfrentamientos con el presidente y menos por causa de un tema sin color -por frecuente en nuestros últimos gobiernos. Igual ocurrió con el resto de medios.

Jorge me pidió aquella noche no tocar más este asunto; no por miedo, pues él confiaba (y confía) en nuestro pacto de ocultar su nombre a fin de no poner en riesgo la estabilidad de su trabajo, sino por recurrente y, por tanto, fastidioso en nuestros diálogos. Tratar temas delicados en la red implica riesgos en estos días, cuando se interviene con facilidad las líneas telefónicas, los correos electrónicos son saboteados y anulados (tal mi caso), hay cámaras ocultas, “brigadistas” en las calles realizando simples encuestas, censos. No en vano nuestra nación, con elevados ingresos económicos del petróleo, las remesas de los migrantes, los altos impuestos a las importaciones y a las actividades productivas internas, pero con niveles de vida, desarrollo industrial e inversiones externas comparables a Haití o Nicaragua, posee tecnología de punta en sistemas de intervención a las comunicaciones, adquirida en el 2007, al servicio de las fuerzas de seguridad nacional y del gobierno. La misma policía admitió en público rastrear las llamadas telefónicas del país, pero aseguró a la ciudadanía que tales conversaciones podrán ser utilizadas sólo en asuntos de seguridad interna, narcotráfico y previo al pedido de un juez.
Es tabú opinar sobre temas como la creación del banco del afiliado, los dineros que el gobierno “tomó prestado” del Instituto del Seguro Social; no se debe pedir cuentas al régimen de gastos en propaganda electoral, o en sus desplazamientos dentro y fuera del país. Ver y analizar los problemas desde otra óptica que no sea la oficial, es motivo de insultos y de burlas en público, de anónimas amenazas tras un teléfono, de “accidentes” de automóvil en la vía, de persecución a través de las instituciones del estado, como el servicio de rentas, tal es el caso –como otros- del editorialista Emilio Palacio. Si el cuestionador es de baja estatura el señor Correa dice: no está a mi altura, no me llega al pecho para hablar de tales asuntos. Si es calvo: le falta ideas como pelos. Si es mujer: la gordita horrorosa, majadera. “El hijo de la verga”, o uno con tinte racista: “cara de Rumiñawi”. Son tantos los agravios a sus ciudadanos, los que quizá, en busca de nuevos horizontes para el país, le confiaron también el voto en las elecciones del 2006. Un funcionario elegido en las urnas debe comportarse a la altura de su cargo, por irrelevante que sea su función. El fracaso de un gobernante es el fracaso de una generación y un castigo para el futuro de nuestros hijos; es una oportunidad perdida que, como el tiempo o el agua del río, no se puede recuperar. El progreso de una nación no es como el cartero, que llama varias veces a la puerta, sino una y cada cien años.

-¡Ah, qué fastidio!- intervino Jorge. -Esto ya he leído en otra parte. No más boberías, y cuéntame lo que sucedió en tu aldea.

-Vamos-. Añadí yo, y comencé a digitar.

La caminata inició, por fortuna -para mí- cuesta abajo, hasta el sitio de concentración, tomados del brazo con el alcalde candidato (otro más), a quien no le bastó 8 años en su puesto, sino que en un alarde de egoísmo por estar ahí se alió con las filas del oficialismo. Su currículum vitae en el campo político no varía mucho en relación con el de la mayoría de personajes que subieron a última hora en los vagones de la lista 35: un tren destartalado que cruza –impetuoso- los páramos, las selvas e ingresa a las ciudades con mucho ruido, humo negro, con el motor lleno de remiendos y el maquinista ciego, tal los ferrocarriles del estado. Mario Conejo llegó por primera vez a la alcaldía con Amauta Jatari, un movimiento que fue borrado del mapa electoral hace siete años al no obtener un mínimo de votos para seguir activo. En su segunda candidatura fue auspiciado por Pachakutik, mas al ocupar su puesto hizo a un lado a tal agrupación política; episodio que motivó el rechazo definitivo del mismo. Las causas para tomar dicha medida, lo entendí yo en su momento, fueron prácticas: El presidente Gutiérrez echó de palacio –casi a patadas- a las tiendas políticas y grupos radicales de izquierda que auspiciaron su candidatura –grave error que después le costó su cargo- y con quienes llegó a Carondelet, para acercarse a la derecha del país (la gran perdedora en las elecciones de entonces). Entre ellos estaba el partido del arco iris y la wipala. La táctica del coronel, en cuanto a la entrega de dineros del estado a los diferentes organismos seccionales, tal los municipios, no ha cambiado en nuestros tiempos: si estás con mi gobierno, prometo dar a la ciudad los cheques de modo puntual, a fin de que tú puedas cumplir con los ofrecimientos de campaña, así ganamos juntos; o te jodes, simplemente.

En el 2008, de cara a la elección de asambleístas, como una prueba de su popularidad y aceptación entre los ciudadanos del cantón Otavalo, fundó su propia organización, denominada minga (trabajemos juntos, en quichua), pero obtuvo un revés en las urnas, que arruinó en exceso sus futuras pretensiones políticas, por lo menos aquí, la ciudad que le confió dos veces el mandato y, frente a ello, debió dar un giro completo de sus maniobras políticas, si lo que buscaba era seguir activo en esta jungla política. Echó por la borda su agrupación y, cobijado bajo la bandera verde limón del partido de gobierno, con la euforia que éste aún despierta en la población, se presenta de nuevo a elecciones a fin de obtener un tercer periodo en el sillón de la alcaldía. Hacer lo contrario, -terciar en los comicios del 26 de abril sin el respaldo de algún movimiento- puede significar su sepultura definitiva en el campo político; aunque el triunfo bajo la sombra de Correa de ningún modo está asegurado, por cuanto existe otro candidato en carrera, auspiciado también por el partido oficial. Se trata de Gustavo Pareja, otro tiranosaurios rex del parque jurasico en los Andes, con doce años en la prefectura de nuestra provincia, perteneciente a las filas del PRIAN, de Alvarito Noboa y hoy, para estas elecciones, con la lista 32.

Quien ignora lo que ocurre tras las cortinas del tablado político, podrá decir: es un movimiento con rostros nuevos…

-Son tiempos de revolución-. Intervino solemne Jorge en el chat.

-No hay duda-. Respondí yo. –¿Qué otro oficio les daría tanto dinero en salarios, como aquí, una región sin dios ni ley, donde un simple prefecto gana más de 9.000 dólares cada mes, inclusive más que el mismo presidente de la república, mientras el 55% de la población económicamente activa recibe 218?

-¡Vamos en las próximas elecciones por un cargo público!- Propuso mi amigo periodista al instante.

-Y sin contar los gastos de movilización, representación, viáticos, aguinaldos navideños, los autos de lujo con chofer, la potestad de entregar contratos de obras a empresas fantasmas (de amigos, que se forman en la noche con capitales irrisorios para asumir obras millonarias al siguiente día)…

-Sí que eres aburrido con esos discursos-, interrumpió de nuevo nuestro diálogo.

-De acuerdo-, insistí yo –en las próximas elecciones iremos por una candidatura. Yo también tengo derecho a vivir bien del estado, ¿no lo crees así?

-¿Podrías ser un gusano que se arrastra sobre su saliva para avanzar, tal una desagradable babosa?
-Muchos lo hacen y son felices.
-Y tus principios…
-¿Cuáles?
-Tienes familia y pienso que debes dar ejemplo…
-Si estás en casa de carbonero, no puedes vestir ropa blanca.
-¡Anda a trabajar!- Gritó Jorge, irritado con nuestros sueños de cenicienta. –Produce, Rafael, haz algo de provecho con tu vida. Que al levantar tu copa de vino, al sentir la brisa marina acariciando tu rostro o al comprar los condones e iniciar tus faenas memorables, como me has contado en los emails, con esas muchachas de piel delicada como la flor de loto, nada te reproche tu voz interior y sientas que ese instante de vida lo mereces por tu esfuerzo, por lo que eres y que a nadie debes algo o te deben.

-¿Y eso?- Repliqué yo. –Nunca vino a mí la tentación de entrar en ese circo de tres pistas. Con los payasos y domadores de fieras que asoman en el tinglado de hoy tengo bastante; así que seguiré con mi historia de bobos.

En Imbabura, como en muchas provincias, los partidos tradicionales, grandes y pequeños, consientes del desgaste político y el desprestigio social que sufrieron luego de estar tres décadas, de modo alternado, en el gobierno y de ser, por consiguiente, responsables de la situación actual del país, decidieron cambiar de siglas a sus movimientos y hasta de números. Y ¿desde cuándo el partido naranja, el mismo que estuvo aliado con la derecha del país, como es el PSC, es un movimiento de izquierda?

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