Por Rafael M. Arteaga
-Desde
que tengo uso de razón siempre he escuchado esta palabra. Crisis económica, crisis de gobernabilidad,
crisis de educación… crisis y crisis. Somos las palabras que usamos cada
instante. Y así actuamos. Se dice que Ecuador está sobre una montaña de oro.
Nosotros vemos la montaña, pero no aprovechamos su riqueza ¡porque pensamos que
somos ricos! -Así hablaba Rómulo Cuello, cuando fuimos a visitarle una tarde en
el hospital.
-Se
escucha en los comentarios de la gente-, se atrevió a decir Jorge, -que cada
cien años nace un revolucionario.
-¡Esperemos
hasta entonces! -Gritó con enfado el maestro. -Porque aquí, en Ecuador, no he
visto aún tal espécimen-. Luego, casi contando las gotas del suero que entraba
en su cuerpo, averiguó: -Denme el nombre de un “revolucionario” en nuestro
país-. Nosotros cruzamos las miradas y guardamos silencio. Fue lo mejor que
pudimos hacer.
-Ecuador
está preparado en su mente para el gobierno que hoy tiene. No más. Chávez cree
que sin él Venezuela se hunde y por ello se aferra al timón del Titanic; aunque
en la realidad o en el cine el barco se hunde de todos modos. Daniel Ortega, en
cambio, lleva 30 años en /y/ tras el gobierno de su país y ¿dónde está
Nicaragua hoy? Imponer una ideología es cuestión de adoctrinamiento. Cuando los
europeos llegaron a Aba Yala (tal es la denominación de los antiguos pobladores
a América) impusieron la religión del miedo –esa cuestión de pecado= castigo e
infierno- para mantener sumisos a los aborígenes. Hoy es la crisis económica,
la gripe porcina. Hace dos años fue la gripe aviar. En Estados Unidos –desde
Ronald Reagan- es el terrorismo, y aquella palabra de tanto repetirla se volvió
un deber moral y cívico con el que todos sus ciudadanos deben estar de acuerdo.
-La
crisis no está afuera. Está en nosotros. Y para llegar a tener una actitud –más
crítica y, al mismo tiempo, solidaria con el mundo- se requiere de un largo y
disciplinado proceso interior, apoyado –por supuesto- en una educación
diferente a la de nuestros días. A las élites políticas y clases acomodadas no
les interesa cambiar el estado actual de cosas, porque miseria e ignorancia son
los componentes básicos para asegurarse ellos y sus cachorros cien años más de
privilegios.
-¿Saben
nuestros “revolucionarios” el significado de la palabra política en su idioma
original? ¿Leyeron alguna vez La República? Qué novela o libro de poemas acaban
de leer y eufóricos, con un golpe en la mesa gritaron: ¡Viva la literatura! ¿Se
esfuerzan cada día por ser mejores padres? ¿Enjuagan sus bocas antes de
bendecir a sus niños camino a la escuela? “Soy padre, luego arconte”, decía
Pericles, el gran diseñador y constructor de la Atenas clásica, hace 2.500
años. Y no se equivocaba. En estos detalles comienza el camino de un buen
gobernante. Sólo quien ama y respeta a su familia será capaz de servir de
corazón a su pueblo. Esta es la definición de la palabra política. No es el
insulto, las amenazas, los monólogos de cada sábado, tal esos capítulos
aburridos de telenovela mejicana. No son las luces sobre el escenario, las
cámaras lo que hacen grande a un hombre; es el respeto a los que no piensan
como él. Son sus palabras, sus obras -que tienen ritmo interior propio-: nacen
y adquieren su verdadera dimensión con el tiempo.
-Pericles
estuvo a la altura de los desafíos de su tiempo, de su patria llamada Atenas. Y
de él aprendimos que un gobernante es la gente que lo rodea, las palabras que
usa con frecuencia, las acciones que ejecuta. Pericles tuvo como profesor de
arte a Fidias, su amigo personal y arquitecto del Partenón. Fue un admirador
del teatro y en silencio –sin esclavos- acudió a las representaciones de
Esquilo. En la cabeza de Sófocles puso la corona del preciado laurel,
declarándolo vencedor de los festivales de la tragedia. A Eurípides lo nombró
preceptor de sus hijos. No confiaba en los discursos de Sócrates, ni en la
juventud que se reunía con él junto al ágora, pero tampoco los hostigó con
insultos o con amenazas de sus guardias. Tucídides y Heródoto fueron sus
historiadores.
En
nuestro país, en cambio, no hay duda que el actual gobernante pertenece al club
de los poetas muertos. Y ¡rodeado el señor Correa de tales especímenes, cómo
podemos hablar de esperanza!
-Ey,
Rómulo-, le interrumpimos, -¡para qué metes a los intelectuales en esta sopa!
Suficiente castigo tienen con su domador en la jaula del zoológico-. Pero él no
se dio por aludido y siguió vociferando hasta que su madre, asustada, entró en
la habitación. Se acercó a la cama y al ver que las gotas del suero caían a
prisa, como las palabras de su hijo, decidió suspender la visita.
A
Jorge y a mí nos causó alegría ver a Rómulo de nuevo. El viejo lobo de mar
estaba de vuelta.
Keine Kommentare:
Kommentar veröffentlichen