Parecía imposible. Pensabamos que Argentina y Brazil irían más lejos. Messi, Kaká (es un nombre, no un verbo, tuve que explicar a mi amigo tailandés Moon), Robinio y una constelación de estrellas, casi intocables para los mortales; pero los partidos se juegan en la cancha y allí ganan los mejores. Goles son amores y el que no los hace, los ve hacer.
La semana pasada, cuando leí en los principales noticieros de Latinoamérica: FINAL DE LA COPA AMÉRICA EN SUDAFRICA, me di cuenta que los habitantes de esta región padecemos de idéntico mal: nos ponemos eufóricos con el primer destello, mientras el final aún asoma muy distante. ¡Y yo creí aque éste era un mal ecuatoriano apenas! Y no perdieron Argentina o Brazil ante equipos con capacidades físicas y mentales superiores: fueron víctimas de sus propios errores y de una estratégia que al final fue superior de parte de holandeses -y alemanes, los verdugos de Maradona.
Los jugadores se entregaron por completo en la cancha, sudaron la camiseta y luego del partido fue humano ver a Messi llorando en brazos del estratega la temprana eliminación. Igual los brasileros. Los astros del futbol necesitaban un baño de humildad y lo tuvieron. Pisaron otra vez el suelo y en adelante ganará el deporte.
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