Tomado del libro: Amores Estériles, de Rafael M. Arteaga, Ramaar Editores, Quito 2004.
«Krank? Sie sagen, er ist krank? und ging fast drohend,
als sei der Herr die Krankheit, auf ihn zu».
Franz Kafka
En julio el sol se alarga sobre la alfombra,
se nos cuela entre los dedos y el café,
hablando minuciosamente de la vida,
después de todo, echada a la suerte del reloj,
como una bola de trapo en el césped,
que a veces necesita un puntapié para seguir rodando.
– Estas son mis
palabras, incapaces de ser otra cosa – comenzó el anciano, – aquí está el
libro, cuyo final abierto no deja dudas de la impotencia del creador al
enfrentar su obra cuando ésta se le escapa entre el humo del cigarrillo y el
dolor de cabeza.
Siento la luz detrás de la puerta,
mas no me atrevo a abrir;
el tiempo imprime su lejanía
y las cenizas no guardan
el recuerdo del fruto o la flor.
¿Recuerdas el lenguaje de tus dioses?
Tu pueblo tiene la costumbre de olvidar todo.
Un dios asexuado
con cabeza de dragón y extremidades de niño, medita con la navaja en sus manos:
¿Cortaré su esbelto cuello? ¿Mojaré mis labios con su sangre espumosa como
chocolate caliente? Bastante tuvo con nacer, sentenció en mis sueños. De ti no
quedará nada, las migajas sobre la mesa y la suciedad de las uñas son todo tu
equipaje.
Y yo contesté a la esfinge:
no me interesa si hay otros basureros en el mundo, éste es un sitio para ser
felices. Cambié entonces la posición de las cartas, las fichas del tablero, el
reloj, el horizonte de sucesos en un
libro; mas, luego me di cuenta que no hay palabras o números para descifrar las
pocilgas de los otros, porque cada pueblo escribe su libro.
- ¡Llega de una
vez y libérame! - Imploré entonces al dios en las tinieblas, - Busca con su
filo mi corazón, mis intestinos viscosos, donde guardo y digiero toda la
inmundicia. Y así hasta la vida -. Entonces habló él:
- No cierres los
ojos. En vano esperan los gusanos el primer manojo de tierra para acercarse a
tu cuerpo, pero no morirás mañana, sino hoy, siempre hoy. Yo, el pastor de
ciegos, te ordeno: levántate,
toma tu camilla y ve a cualquier parte, cruza de nuevo esos túneles
llenos de silencio, donde dejaste la piel y el alma, sin que sus paredes
recuerden a nadie, sin nostalgia por lo conseguido o lo desechado bajo la luz
simple del día, y que cuando pienses en ello no haya en tu sonrisa huellas de
tristeza o compasión, sino sarcasmo e ironía: la ironía del tiempo al ver tu cara
en el espejo.
No has perdido la juventud, te has perdido tú.
Nadie espera al final de la estación, y tampoco valdría la pena detener a
alguien su camino por ti. Estás solo y nadie te ayudará a salir de estas
paredes más que tus pies o tu corazón.
Pero no hay regreso.
*
* *
*
Aquel día
volvimos a encontrarnos los tres. Era un rey viejo, despreciado y carente de
poder, que disputaba a los perros y mendigos un mendrugo de pan; al sol lo reconocía
en su piel, igual que a la noche -por el frío.
– Abre el libro
sobre la mesa –. Le ordenamos. Él se acercó, lo tomó en sus manos, lo hojeó
varias veces y luego nos dijo:
– No es el mismo
que escribí, ni con el que soñé anoche –. Nos sentamos entonces a escuchar su
historia.
*
* *
*
- Aún guardo en mí el
dulce encanto de sus ojos -. Comenzó a hablar el ciego,
sentado sobre unos sacos con ropa sucia. - No sé que hace ella al otro lado del
mundo, vivo apenas hasta cuando me cuentan sus cartas. ¿No han leído en los
periódicos cómo bajan los niveles de inversión? ¿Por qué no modifican la
estructura del encaje bancario para enfrentar la iliquidez? -. Era su manera de
sorprendernos, rascando la piel enrojecida con delicada repugnancia. Sus ropas,
tendidas – lo mismo que un muerto – al pie de la cama, esperaban otra
oportunidad.
- ¿Cuánto pesa en
ti los grandes autores del mercado literario, los que desaparecen sin enterarse
nadie que alguna vez escribieron un libro, aquellas montañas de leche y mantequilla
flotando en el río para mantener los precios del mercado, los mensajes en las
paredes de los baños públicos, los acuerdos de importancia suma en los salones
de la ONU, la
euforia neoliberal con sus cementerios de chatarra? ¿Qué significan tus palabras
frente al tiempo?
– Escondido tras
esos lentes oscuros – nos atrevimos a interrumpirle – ¿con qué ojos miras al
mundo?
– Soy uno de los que ven a Dios,
guía de los muertos en el más allá.
En el día de la gran decisión
no servirán tus creencias ni tus palabras,
por eso te separo de ellos y espero.
Mira, ellos también esperan.
– Fueron épocas
de hambruna –. Volvió su rostro a nosotros, mientras limpiaba con sus dedos
arácnidos sobre las cuencas vacías de los ojos.
– Aferrado a un
pedazo de vida, con cualquier cosa estuve satisfecho. Alimenté cuervos para que
busquen carroña por mí, pude provocar un incendio y ofrecí – apenas – una chispa.
– Papé Satán, papé Satán, alepé, alepé!
Abandonado en una isla desierta,
no necesito que me rescaten
hasta tener algo
nuevo que decir al mundo.
Luego, a un paso del sueño, balbuceaba:
Me siento tan a gusto con estos vestidos, soy
completamente nuevo y tengo algo de frío...ahhh! ¿Pero cómo dejas tu saliva en
los huesos de ella? ¿Es que no puedo confiar en ti cuando duermen los demás?
¡Fuera!
– ¡Padre, no
maltrates al perro, que él también participa de tu destino! – Le gritó una niña
de 13 años que sacaba al anciano a despulgarse con el sol de la mañana.
– La corriente me
lleva. Mírala llena de heces y preservativos, de guantes que la noche anterior
mataron a sus dueños y ahora buscan otras manos. Yo me acomodo en mi cama,
escucho los gritos al cielo de mis vecinos, los insultos a sus mujeres; ciertos
recuerdos empañados con la edad entorpecen el buen humor del fin de semana. ¿Y
para qué? ¿No basta con echar las cartas al fuego y, antes de apagar la luz,
dar una hojeada breve pero sustancial a tu novela preferida?
– Vendrán tiempos
mejores, lo sé.
Habrá nuevas
posibilidades de inversión
y nada aquí se
puede comparar con ello.
– ¿Por qué esa
tristeza? – Le averiguamos, al verle postrado junto a una esquina de su
habitación, – ¿no has dicho que eres inmortal?
– No puedo vivir
con la idea de ser un parásito. ¿Cómo cubro mi esqueleto con prendas
innecesarias, lo alimento y no puedo agitar el fuego en esta masa inerte?
– Eres un tonto,
¿ves? Ocúpate de la sopa y ¡basta! – Volvió a gritarle la niña, mientras tomaba
sus trapos para salir a la calle. Nosotros vimos su sombra perderse tras la
puerta; el anciano en cambio guardó silencio para sentir los pasos de ella en
la calzada y sólo cuando tuvo la certeza de que se había alejado lo suficiente,
volvió a conversar con nosotros.
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