Nunca sabremos algo sobre la naturaleza. Hoy por la mañana llegué con mi familia a Atacames. Pero ni bien estuvimos en el hotel, escuché en la emisora que en Japón ocurrió un terremoto de gran magnitud y que ello provocó un tsunami. Gigantescas olas se desplazaban a velocidades de hasta 650 kilómetros por hora y uno tras otro llegaron a los puertos en las costas del pacífico.
Con mi familia decidimos volver pronto a Quito, pero no sin antes disfrutar al menos unas horas de playa, mientras el resto de turistas abandonaban la ciudad. Quizás fue un error, porque al dirigirnos a los buses, nos percatamos de que ya no había el servicio de transporte hasta las provincias. La playa lució abandonada. Se informó en los medios que las primeras olas tocarían tierra pasadas las 19:00. Cuando fuimos a buscar transporte eran las 16:00, pero fue imposible salir. En la mañana el presidente de la nación ordenó evacuar las ciudades y refugiarse en las montañas. Nos habría gustado hacerlo, pero al no disponer de medio de transporte, se me ocurrió llamar a mi amigo Frank, al mismo que no he visto por años y a quien debí visitar la próxima semana.
Frank vive justo en la montaña frente a Atacames. Ideal para refugiarse ante un eventual tsunami. Hemos bebido cerveza y nuestras mujeres e hijos han ido a caminar por la montaña, igual que el resto de refugiados, intentado desde allí descifrar los rugidos del mar. No ha habido ningún desastre, por fortuna. ¿Valió la pena quedarnos? Sí. Siempre hay un motivo para volver a visitar a los amigos. El mar que tantas veces me ha separado, hoy me unió. Gracias Frank y familia por hospedarnos en tu casa.
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