Ezra Pound, the Poet
El silencio puede ser la falta más grave cometida por nosotros. El intelectual debe ser un provocador. No puede callar. Las grandes obras de creación, las que permanecen en el tiempo, son aquellas que entregaron, no solo niveles de calidad, sino también que alcanzaron niveles de renovación y aporte en la transformación del arte; con métodos y caminos distintos, pero con una sola visión: la belleza y la solidaridad como el espíritu supremo que rige a la humanidad.
El arte no transforma el mundo, como Napoleón lo hizo con las armas, o los norteamericanos, cuya presencia en Irak sólo causa destrucción y miseria. Mas quién no ha enmudecido ante la genialidad y maestría de las esculturas griegas, ante el misterio de los cuadros de Miguel Ángel, ante el rompimiento de las líneas y los colores de Picaso. Quién no ha leído al Quijote y no soñó una noche con ser un caballero andante para luchar contra la injusticia y proteger a su dulcinea? ¿Quién no saludó alguna vez con Aureliano Buendía en Macondo y vio cómo Milagros subió al cielo en medio de una nube?
El artista -ya lo dijo Rolf Wild- no puede quedarse inmóvil frente a los sucesos, tampoco debe tener una reacción tardía, porque ello implica quedarse fuera del autobús de la historia. Y si no puede subir a él, debe ir a pie, o cruzar nadando el río, pero debe avanzar a algún sitio. Debe con sus obras, más que con palabras, saber del lado de quién está, si es blanco o es negro, si está arriba o abajo, o tal vez en el medio, porque es fácil, de acuerdo a las circunstancias, deslizarse con libertad a cualquiera de los dos extremos.
¡Y cómo fastidian a la vista los colores tenues, indefinidos, opacos, que se confunden con facilidad!
El silencio puede ser la falta más grave cometida por nosotros. El intelectual debe ser un provocador. No puede callar. Las grandes obras de creación, las que permanecen en el tiempo, son aquellas que entregaron, no solo niveles de calidad, sino también que alcanzaron niveles de renovación y aporte en la transformación del arte; con métodos y caminos distintos, pero con una sola visión: la belleza y la solidaridad como el espíritu supremo que rige a la humanidad.
El arte no transforma el mundo, como Napoleón lo hizo con las armas, o los norteamericanos, cuya presencia en Irak sólo causa destrucción y miseria. Mas quién no ha enmudecido ante la genialidad y maestría de las esculturas griegas, ante el misterio de los cuadros de Miguel Ángel, ante el rompimiento de las líneas y los colores de Picaso. Quién no ha leído al Quijote y no soñó una noche con ser un caballero andante para luchar contra la injusticia y proteger a su dulcinea? ¿Quién no saludó alguna vez con Aureliano Buendía en Macondo y vio cómo Milagros subió al cielo en medio de una nube?
Ezra Pound, John Fodox, James Joyce, en Padua
Qué quedará de nosotros más allá del tiempo sino es aquello propio de los hombres: el olvido. Sólo el arte nos reinvindica del silencio al que estamos condenados. Sólo la creación nos ayuda a engrandecer el espíritu, a sensibilizarse, a ser más humanos, más justos, más solidarios.
Las obras carecen de un yo individual. Crear es rescatar esa voz, esas imágenes subterránea del mundo. Es como sumergirse en las grandes tuberías bajo tierra que atraviesan París, caminar a través de ellas, sentir sus olores nauseabundos, ver todos los desechos de la ciudad flotando en las aguas servidas y salir de nuevo para contar aquello. Cómo el autor trascribe aquel mundo en sus obras, lo que vio, lo que sintió al estar dentro del infierno, es lo que hará diferente a cada obra.
Las obras carecen de un yo individual. Crear es rescatar esa voz, esas imágenes subterránea del mundo. Es como sumergirse en las grandes tuberías bajo tierra que atraviesan París, caminar a través de ellas, sentir sus olores nauseabundos, ver todos los desechos de la ciudad flotando en las aguas servidas y salir de nuevo para contar aquello. Cómo el autor trascribe aquel mundo en sus obras, lo que vio, lo que sintió al estar dentro del infierno, es lo que hará diferente a cada obra.
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