Domingo 03 de octubre del 2010 | Bonil
No tiene licencia para matar, pero desde que el señor
Correa asumió su mandato ya suma once muertes. Es difícil admitir que hayamos
vuelto a aquellos tiempos de barbarie, donde un bravucón en medio de
guardaespaldas y apoyado en las armas del ejército y policía, dejaba a su paso
por el gobierno una estela de terror y sangre, con cicatrices marcadas en la
piel de sus oponentes y en la memoria colectiva de varias generaciones. La
impaciencia del actual gobernante y su falta de tino para manejar las situaciones
políticas que él mismo provoca a diario, hace que la estabilidad de su gobierno
sea cada vez más frágil. Él ha ofrecido compensaciones económicas a las
familias de los muertos, -no desde su bolsillo, por supuesto- sino desde las
arcas públicas. Pero ¿a quién se le ocurre pensar que la vida de un ser humano
tiene precio?
Es la imagen que él tiene de nuestra nación. Todo se soluciona con dinero, y más, cuando hay en abundancia y nadie tiene acceso ni control de las arcas estatales, pues las instituciones que deberían ejercer una fiscalización están en manos de Alianza País.
Correa es un hombre con demasiada fuerza de atracción en los
sectores marginados y su generosidad con ellos le asegura mucho tiempo todavía en
el sillón presidencial; sin embargo, tras ocho victorias en serie en las urnas,
desde su aparición en el tablero político, en ninguna de ellas aprendió que la
prueba más dura para un gobierno es oír y dialogar; no una licencia para
humillar o desafiar a los demás con su prepotencia. Fueron ocho pruebas para
asumir con humildad su alto cargo ante la nación.
El rey Juan Carlos
humilló en público a Chávez gritándole la conocida muletilla: ¡Por qué no te
callas! Aquí un cabo de policía –hoy destituido- repitió –con megáfono en
mano- la misma frase, aunque también añadió: ¡mentiroso, corrupto...! Y mi
padre, cuando en vida, siempre me aconsejó: nunca des motivo para que tus
hijos te falten el respeto alguna vez. Crece y madura con ellos. El actual
gobernante ignora que él es un servidor público, un puesto que, en los orígenes
de la democracia en Atenas era un privilegio; se lo ejercía sin compensación
económica alguna, más que la satisfacción de ayudar y servir a su colectividad;
y no solo ello, fue un deber cívico que todo ciudadano debió asumir y rendir
cuentas al final de su periodo, por insignificante que fuera su cargo.
LUJÁN |
Y la historia continúa... El Comercio, sábado 02/10/2010
La revuelta
policial de 30 de septiembre fue un amargo despertar, tras una larga noche de
dispendio y de bohemia revolucionaria. Fue la afirmación de que estamos chiros,
como al empezar el actual mandato. No hay inversión externa y la interna desde las
arcas fiscales no basta para acelerar la economía del país. Entonces se tiene
que recurrir al endeudamiento externo, pero como todo moroso que no cumple con
sus obligaciones anteriores, si Ecuador pide nuevos préstamos, debe empeñar
primero el petróleo, la única fuente de recursos disponible a mano: recibe 4.000
millones de dólares del gobierno chino y a cambio entrega 100.000 barriles
diarios de petróleo durante cinco años, ¡cuando su producción nacional, sumada
a la de las transnacionales, es de apenas 450.000 y en franco descenso sin
paracaídas!
Y se anuncia nuevos
créditos con el gobierno de Pekín. Nadie sabe a qué tasa de interés efectiva y
cuánto o cuándo terminaremos pagando. En cuatro años de gobierno socialista,
con el precio del petróleo en el mercado cinco, seis y hasta 15 veces más alto
en comparación con la década pasada, (durante la era de Mahuad un barril
alcanzó el irrisorio valor de 8 dólares), resulta que tenemos –otra vez- una
deuda sobre los 17.000 millones. No está mal adquirir créditos, pero si con
éstos vamos a poner en marcha el aparato productivo, la industria y
agricultura, hasta lograr satisfacer la demanda interna y luego exportar.
No, resulta que
gran parte de esas sumas se malgasta en propaganda oficial, en sueldos de la
vigorosa burocracia -entre ellos -52.500 policías y 71.250 militares-; instituciones
a las que el presidente, en su afán de mantenerse en el poder y de conseguir
sumisión, incrementó los salarios. Así, si antes un policía de tropa ganaba,
dependiendo de su antigüedad, entre 320 y 650 dólares al mes, hoy, recibe entre
750 y 1950, mientras los oficiales –capitanes, sobre los 1800, coroneles sobre
los 2300 y los generales superan los 3500.
Igual con los profesores y demás
empleados públicos, ¡mientras que el sueldo decretado desde la presidencia
para el sector privado es de 240 dólares!
Cuando el presidente llegó al regimiento de policía, los uniformados le pedían a gritos que se vaya. Aquí se escucha ello de modo evidente; pero él ingresa a la fuerza y va al segundo piso para intentar convencer de las bondades de la nueva ley, mientras los policías junto a sus familias, tras cada palabra se exaltan más. "La ópera de tres centavos" había comenzado.
Los policías,
amparados en la constitución que él mismo encargó redactar a los españoles, y luego
fue aprobada por la población, hicieron uso del derecho que ésta otorga a
cualquier ciudadano al verse afectados sus intereses, y es la protesta, sin que
ello signifique de ningún modo estar en contra de la nación o del orden
constituido; sin embargo, lo ocurrido el pasado 30 de septiembre fue un
capítulo no planeado que alteró por completo la agenda política del señor
Correa. En realidad, aquel día se iba a declarar la muerte cruzada entre el legislativo
y el ejecutivo, estrategia que debió permitir al mandatario disolver por una
vez el congreso, emitir luego e imponer las leyes que él creía conveniente, y
después convocar a elecciones, ¡proceso
en el que él volvería a salir airoso!
Y para llevar a
cabo tal proyecto, necesitaba la colaboración de la fuerza pública. No
estaba en sus planes que la sublevación policial se le escape de las manos, por
lo que, como buen mago, sacó de inmediato una carta bajo su manga: fue el
momento propicio para armar un show y asumir el rol que tanto le gusta, que lo
ejecuta bien y que –por desgracia- impacta en las clases populares: el de
víctima. Lo oí gritar en la radio: “¡Ya entran por mi ventana, me van a
matar, hago responsable a la policía de lo que me puede ocurrir! ¡Amo a mi familia!”. Pero él
estuvo en un piso superior rodeado por su cuerpo de seguridad, defendido por el
grupo de élite de la Policía, el GOE y también por el GIR. Esta película la
sabemos de memoria los ecuatorianos, aunque después se prohibió transmitir muchas
escenas a los canales privados.
Varias veces -durante
la mañana- los policías amotinados le pidieron que se vaya, pero no hizo caso. ¡Cómo
se le ocurrió al señor presidente ir a patear el nido del avispero! Una
comisión de policías ingresó al hospital tres veces para dialogar con él. La
primera fue a pedirle que derogue la nueva ley; pero él respondió con un
soberbio no. A la segunda se incrementó un pedido: la amnistía. Él siguió
metido en su trinchera e informó al mundo que es prisionero y que se trataba de
un golpe de estado. A la tarde se le ofreció sumisión a cambio de un pedido: la
amnistía. Los policías sabían que el único sustento de sus familias es el
salario y por ello sólo pedían –como niños arrepentidos- perdón.
El resto es
historia por demás conocida: se ordenó su rescate a cualquier precio, sin
asumir el señor Correa su rol de hermano mayor, de padre y de abrir el camino
del diálogo. La información oficial es que hubo 8 fallecidos y 193
heridos, 15 de ellos con diagnóstico reservado. ¿Quién guardará en su
conciencia estos muertos? ¿Y cuántos más nos esperan durante los años que el
partido verde limón planea permanecer en el poder?
Al coronel Gutiérrez lo botaron los grupos sociales
unidos, la Conaie, los choferes, las sindicatos de obreros…el ciudadano común y
por último los mismos policías y los militares que le pusieron en un
helicóptero para sacarle de Carondelet, luego en un avión y lo mandaron exiliado
a Brasil. Fue una rebelión social progresiva con tiempos y metas –y en la que
el actual presidente también estuvo detrás, lo recuerdo bien-, mas lo que
ocurrió el 30 de septiembre fue un show brillante: un país de opereta con un
gobierno de opereta. Y ello se traduce justo en estadísticas: la figura del señor
Correa ha salido robustecida entre las clases dependientes de su generosidad y
que son muchas.
Pero el sueño del petróleo se acabó. La olla de oro se la
robaron y ahora viene la verdadera prueba para gobernar. Es tiempo de ahorro y
de negocios claros, en vez de despilfarro.
*Frase del presidente de Ecuador, luego de volver triunfante a su sillón
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