Train station in Hangzhou
Hace pocos
meses se inauguró aquí el tren más rápido de Asia. Une Shanghái con Hangzhou, a una velocidad de 350 kilómetros por hora.
Una distancia de 250 kilómetros que antes se cubría en 1 hora y 15
minutos, hoy demora ¡45 minutos apenas! ¡Más rápido dónde o para qué!
Yo
personalmente tomo el antiguo; no porque cueste menos, solo que siento pánico ante
semejante velocidad en tierra. En Europa los trenes habitualmente van entre 140
y 180 por hora, y ya era -hasta el siglo pasado- bastante para mí.
Y un día me
puse a pensar sí ese miedo acá, ¿no será el miedo natural de los
ecuatorianos a subirnos en el tren, más que del progreso, en el tren del tiempo
que vivimos, cuando allá el único que aún existe, se descarriló hace dos años, como la revolución socialista, a la altura del
antiguo y bien visitado santuario del placer La Luna? Durante mis viajes, al volver del trabajo, cuando ingreso a la estación de tren, o salgo del aeropuerto, subo al barco, tomo el metro, el bus, o camino distraído por el centro de Shanghai -lleno de turistas y comercios, viene siempre a mi mente la visión de
nuestro país: un tren del siglo anterior con fierros oxidados, vagones oscuros y llenos de ratas, abandonado en
un hangar donde abundan mecánicos, mendigos y hasta un maquinista chiflado
que ofrece llevarnos al futuro cuando el rayo de una tormenta roce las turbinas, lo mismo que en el film Volver al Futuro.
No soy
pesimista. Solo veo desde afuera lo que ocurre en nuestro país. Y tanto amor
por él no basta para cambiar lo que se vive en la actualidad: secuestros express,
robos, sicariato, la más descarada corrupción que yo antes pude imaginar en las
altas esferas del poder gubernamental; mientras acá nadie se imagina una vida
de regalos de parte del gobierno, pese a vivir un sistema comunista. Son
caravanas de gente entusiasta por el trabajo, movilizándose en barco, en buses,
trenes, bicicletas...Mei you kong zuo, mei you shonguo (no hay trabajo, no hay vida),
dicen ellos al despertar.
Mis amigos se asustan y creen que yo bromeo cuando digo: secuestros, robos...bu hao,
bu hao (malo, malo), dicen. Y hasta preguntan: ¿Qué es eso? Yo veo ingresar al banco gente con mucho dinero, o retirar
grandes sumas en efectivo, como en los tiempos de los sucres en Ecuador, cuando
uno llevaba su fortuna en sacos gigantes de yute para comprar un auto. Al abandonar el
banco aquí hay quien toma un taxi, otros van a pie hasta su negocio o simplemente
toman una motocicleta; mientras en Ecuador te matan por un par de zapatos Nike –y
todavía chinos. O se paga US$ 20,oo para mandar a matar a alguien. O estar en
posesión de 1999 gramos de cocaína o cualquier otra droga y al ser
sorprendidos por la policía, allá siempre se podrá argumentar frente a un juez
que se trata de consumo personal. Miles de traficantes salieron de las cárceles
al amparo de esta ley en la nueva constitución. El argumento de los socialistas fue simple:
dijeron que son víctimas de un sistema perverso y que no merecen purgar pena
alguna porque
fueron engañados y hasta obligados a convertirse en simples mulas…Así, los “brujos”,
los que esperan a la salida de los colegios con diez o más paquetitos de un
gramo cada uno en sus bolsillos para venderlos a nuestros hijos, de acuerdo a la
visión del partido verde limón, son pobre gente…¡Los beneficios del socialismo
del siglo XXI!
Al principio,
en Guangzhou, en el restaurante yo quise dar una propina y nadie la aceptó. Lo
mismo en el hotel New Asia. Alguna ocasión olvidé mi celular en el bus, ¡y el bus esperó para
entregármelo! Un día abrí una cuenta en el banco sin más papeles que mi
pasaporte, un domingo a las cinco de la tarde y en diez minutos recibí mi
tarjeta con la que puedo pagar en cualquier tienda o empresa en China, o
retirar erectivo de cualquier banco y cajero.
La gente aun
respeta a los demás y en ciertas ciudades pequeñas del norte, un extranjero todavía
es mirado con asombro. -Vivo en un pueblo cerca a Shanghai que, aunque tiene
millón y medio de habitantes, no consta en el mapa: Jinhua. No hay comercio de drogas
en sus bares y lugares de diversión. Los pocos traficantes son ejecutados en
corto proceso y los adictos purgan años de cárcel. No hay borrachos dormidos en
las calles, aunque la juventud es adicta al cigarrillo y al internet.
Yo me digo
en silencio: debo traer a mi familia acá, porque mis
hijos no creen ni imaginan que otro mundo sí es posible. “Yo vivo en él”,
les digo. Pero ellos y sus amigos sonríen con incredulidad. “¿Qué mundo es ese
sin ladrones, sin drogas, sin presidente insultando cada cinco minutos en la
televisión, sin secuestros express, sin violencia...? No, no es posible.
Definitivamente.
Aquí escuché
el relato de un campesino que, al final de la tarde, de regreso a casa, halló un
huevo entre los matorrales. Sin dudar, lo llevó hasta su granja y lo puso a
empollar con una gallina, que ya tenía otros tantos bajo sus alas. Un día los
huevos reventaron y pronto los polluelos iban tras su madre en
busca de alimento. La gallina cuidó a sus crías por igual, incluso al extraño. Era
su instinto maternal.
El polluelo
creció sin saber lo que era. Hasta que un día un hermano le gritó: tú eres un
águila. ¡Alza vuelo y vete!
Pero él
nunca se atrevió a volar y acabó sus días en la granja, raspando el suelo en
busca de gusanos y de granos, porque a pesar de ser un águila, él no conoció ni
imaginó otro mundo; por tanto, nunca se atrevió a alzar vuelo y, majestuoso,
dominar los cielos.
Yo doy gracias a la vida porque no es un sueño
el sitio que hoy me acoge y me alimenta. Que aún hay problemas de pobreza, eso
no se puede ocultar. Si hasta 1955 el 90% de la población estaba en la pobreza
extrema, hoy el 62% ha accedido a los beneficios de la riqueza de la
nueva nación china. ¿No es ello un motivo para alegrarnos? Que hay mucho que
hacer, es indudable; pero todo parte de la visión de futuro y gobierno de su
clase dirigente, de la actitud creativa de su población.
El Ecuador de hoy es la medida de los sueños de nuestro gobernante y del grupo de soñadores que le rodea: un país de mendigos con de minas de oro, donde él es rey. Con desigualdad social intolerable, con la riqueza acumulándose -igual que antes- en pocas manos y para los demás migajas apenas. La pobreza en los últimos cuatro años de socialismo no se contuvo, sino que al contrario, se incrementó de modo alarmante. El estado creó 150.000 nuevos puestos de trabajo para los burócratas que sostienen su gobierno, pero no para el resto de población. China, en cambio, vive y practica un capitalismo, por decir algo en boca de los intelectuales de izquierda: feroz, pero ha encontrado su camino hacia el bienestar e integración de la mayoría de sus habitantes. Y lo que haya que hacer se irá incrementando o creando en el transcurso del proceso que vive hoy.
Ya lo dijo
Bill Gates: “Podría entregar hoy toda mi fortuna a los más necesitados y mañana
el mundo seguiría tan pobre como ayer”. Porque la solución no está en regalar el
dinero forjado con esfuerzo por un grupo de la sociedad, sino en generar
riqueza para que más gente acceda al bienestar con trabajo, no con limosnas. En Ecuador, para
combatir la inseguridad se compra más armas, se recluta más policías en vez de empezar
desde arriba con el ejemplo, de invitar a la empresa privada a invertir y respetar
las reglas del juego.
Admiro de los
países asiáticos su mística por el trabajo y sus sueños por mejorar sus niveles
de vida. Hoy los hombros de China soportan la economía mundial. Estados Unidos y su moneda se mantienen a flote gracias
al coloso amarillo. A éste no le conviene que el tío Sam se desplome, lo que
debió ocurrir en la época de Bush y ahora va al rescate de Europa. Si quiebran
ambas regiones, ¿a quién venderá el gigante asiático? Se entiende, entonces, por
qué sus emisarios golpean estos días las puertas de muchos países ofreciendo invertir,
comprar deuda y materias primas. Todos sus ahorros, que son demasiado para
permanecer ociosos en las frías bodegas de un banco, se convertirán en tabla de
salvación del mundo.
Admiro a Corea del Sur, hasta hace tres décadas un país de
campesinos y de mendigos; a Vietnam, que fue
asolada durante la guerra contra el imperialismo; Tailandia, donde en mi primer
viaje -hace 18 años- vi a las madres vender a sus hijas e hijos para los
prostíbulos de las bases americanas; India y muchos países donde he pasado
parte de mi vida y de ellos no tengo sino una sana envidia: ¡cuánto desearía
que ello fuese así con Ecuador! Pero reza un refrán en Camboya:
cada pueblo tiene el gobierno que merece. Yo añado: el gobierno que
sueña y forja.
El único
problema, bueno, era un problema -al principio, es que aquí es imposible
acceder a las páginas occidentales, como Facebook,
Twitter, Hi5, youtube, blogs y millones de sitios
webs. Cada computador del hogar o público está muy controlado, y cualquier actividad
en la red es seguida por un ejército de espías cibernéticos gubernamentales. Algo
que en Ecuador se quiere imitar, eso sí, con entusiasmo. Después me puse a
pensar que sí el país más poblado del mundo puede vivir sin eso y sigue su
crecimiento, igual yo. Desde entonces no abro tanto el internet, salvo para asuntos
de importancia y nada comprometedores. Al ingresar a un café internet, uno debe
depositar primero su pasaporte, el mismo que es escaneado e ingresado al
torrente de usuarios cada vez que uno alquila un computador.
Algunas veces fui
sorprendido por agentes -vestidos de civil- pidiendo mis documentos y mirando lo que escribo. Al
principio fue desagradable, lo confieso, pero me dije entonces: nadie me obligó
venir acá, y por tanto debo respetar las reglas del dueño de casa. Luego de un
tiempo me di cuenta que no he perdido nada al vivir con ciertas limitaciones
del internet. Actualizo mi blog o disfruto de mis videos de youtube en Bangkok
o en cualquier otro país que visito por mi oficio. No hay salsa, merengue o reggaetón, -en Sumatra no
hay alcohol, pero me parece que la gente aquí es feliz, a su manera; aunque la mayoría
de ellos ignore el mundo al otro lado de la muralla. Al fin de cuentas, yo soy
un huésped.
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