Caricatura de Juan Carlos Argüelles, Argentina
En Ecuador hay una fórmula para
volverse ricos de modo fácil, para llenarse prestigio en un escenario lleno de sombras, y es vistiendo la camiseta de “revolucionarios”;ya no es el hombre simple
que empezó arreglando relojes en una transitada calle de New York, hace
siglo y medio, que con visión de futuro y habilidad para hacer negocios, fundó
y creció su empresa de fabricación de autos, hasta volverla dinámica, eficiente
y capaz de competir -en presupuestos y gastos- con el mismo estado, como fue Henry
Ford en Norteamérica. O Luis Noboa, en Ecuador, el mismo que en la adolescencia
era peón en las plantaciones de banano, hasta llegar a ser uno de los más
grandes exportadores de fruta en el mundo.
Los
empresarios de hoy saben que la mejor manera de crecer sus fortunas es
ingresando al torrente sanguíneo de la nación para, desde allí, controlar los
hilos de la política, manipular leyes y generosos contratos a su favor. A ellos mismos no les interesa estar
frente a un puesto público, algo tan deprimente y aburrido, sin espacio siquiera o tiempo en sus apretadas
carteras de negocios y, además, porque para ello están los políticos de
profesión; esa clase social que no defiende ni profesa ideología alguna, más
que su instinto de sobrevivir y de mantenerse a flote con cualquier caudillo de
turno.
Ocupados
en el cultivo de la imagen, llenos de privilegios que brinda el ejercicio del
poder, de retorica y tesis antiguas aprendidas de memoria desde hace dos mil
años, son las prostitutas de una tendencia política o económica en boga, que
con sus cuerpos, sus palabras llenan de magia el salón, bailan, venden y arreglan
el precio por sus servicios con el cliente, pero el que engorda su cartera es
el dueño del prostíbulo.
Apéndices
de un sistema económico, considerado –en silencio- por ellos, como injusto; a
veces humillados por las clases dominantes, la de los empresarios, antes los
terratenientes y sus ramificaciones fuertemente trabadas hoy en el mapa
político; incapaces de competir con ellos debido a su escasa o nula habilidad en
negocios, o al tamaño de sus fortunas, no perderán la ocasión de demostrar que están
preparados para triunfar en las tareas confiadas por el actual presidente,
mientras éste les garantice estabilidad, ascensos y posibilidades de visitar a
menudo Carondelet.
Ellos
no cuestionan si el máximo líder es eficiente o correcto en su actuar frente a
la nación. Ni siquiera se atreven a alzar la voz. Sus pasos no están guiados
por los ideales aprendidos en las aulas junto a sus maestros, en los libros.
Alcibíades. Pericles. Séneca. Abrahán Lincoln. Gandhi: son nombres apenas que
ellos olvidan cuando están frente al cacique escuchando sus arengas. No
defienden los ideales de libertad, no son solidarios con los más desprotegidos
porque ello significa lealtad y ésta se traduce en recompensa. Son políticos. Materia degradable. Reciclable, como sus bolsillos.
Algunos
–en cambio- son pragmáticos. Asumen retos, organizan equipos de trabajo,
asignan responsabilidades, toman tiempos, cumplen metas con mano dura; mas al
darse cuenta de que ello va contra corriente, renuncian a tiempo y se alejan
con la satisfacción del deber cumplido. Son pocos para distinguirlos en la
abultada maleza, pero existen. Los otros anuncian (no redactan ni añaden una
coma) las leyes, van a las entrevistas, buscan su mejor perfil ante las
cámaras, donde vociferan, sudan y manejan con cautela su lengua porque saben
que una declaración o acción indebida pone en riesgo sus cargos, y volver allí
cuesta mucho, o quizás nunca vuelvan.
Ellos
no tienen horizonte en sus vidas sin el ejercicio de la política, porque no
fueron educados -igual los artistas y los poetas- para generar riqueza, sino
para llenar sus barrigas y alimentar sus egos, vestidos hoy con las ropas de
ministro, mañana jefe de rentas públicas, o simples abogados del poder, aunque renieguen
de sus profesiones. Y así como vienen, se van y pronto aquel sitio es ocupado
por otra “estrella” fugaz.
Imaginemos
a los integrantes del nuevo elefante blanco, denominado Consejo Ciudadano, por
ejemplo, o la Corte Constitucional. Si revisamos la vida profesional de cada
uno de sus miembros, veremos que el ingreso allí es la culminación brillante de
sus carreras; luego -con docilidad a los mandatos del partido- vendrá un
ministerio, aduanas, rentas, telecomunicaciones, la fiscalía…siempre y cuando, el
sector político al que pertenecen y defienden tenga peso suficiente como para
exigir su tajada al gobierno de turno. Luego nada. Volverán a sus cátedras, a
sus estudios jurídicos, a la monotonía de sus empleos.
Los
empresarios, en cambio, están educados para hacer dinero y verlo multiplicarse
rápido, sin importar los medios. No les interesa ser ministros o vocales
de institución alguna, (aunque en su formación académica aprendieron retorica
también), que para ello están los “revolucionarios.” Una vez ganadas las
elecciones, aumentan igual sus negocios y ganancias, reclutando siempre nuevos políticos
a sus planillas de trabajadores. Crecen con el estado, es cierto, pero aun
cuando sus empresas fracasen, algo improbable, ellos cambian pronto de
actividad, fusionan capitales, se alían a consorcios extranjeros para obtener
contratos aquí, sin licitación alguna, o con ellas (pero amarradas), y sin
levantar sospechas; adquieren acciones en Wall Street, propiedades
inmobiliarias en sitios estratégicos; compran deuda “ilegitima” nacional y
logran que el país les pague hasta el último centavo, venden seguros para el
área petrolera, maquinaria. Reciben jugosos contratos para ampliar la red vial
del país, construir aeropuertos, puentes, importan medicamentos, insumos para
la agricultura, tecnología... fundan, se adueñan de partidos políticos para
crecer sus consorcios. Y su realización personal no es ser embajadores o cónsules
en algún país lejano de Asia, sino ver sus nombres en el libro de Forbes como
empresarios exitosos con negocios y capitales en continuo crecimiento.
Unos van a saludar y a tomarse la foto con Barack
Obama, tal un sueño cumplido; y otros, a sentarse con él para hablar de
negocios. He aquí la diferencia entre ambos sectores.
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