Dos poetas: Alexis Cusme y Fernando Escobar
Por Rafael M. Arteaga
Por Rafael M. Arteaga
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would you like one more time, baby?
¿Cuál es el nivel de creación en los jóvenes autores de hoy? – Me pregunta el sabio profesor de literatura, mi camarada, mi amigo, como dijo Baudelaire al terminar su primer poema de ese cóctel de cianuro que descubrí y lo bebí a grandes sorbos durante mi primera juventud, como es el libro Las Flores del Mal0.. Bastó un trago para que mi espíritu, más que mi cuerpo, reaccionara, se ponga a temblar con la primera dosis, se revuelque y se agite en el suelo hasta llegar al orgasmo. Era un avión – lo recuerdo bien – piloteado por un poeta que alguna vez fue ángel echado a patadas del paraíso, junto a dos copilotos ciegos, que se guiaban por el movimiento de la luz apenas: Pink Floy y Alan Parson, cruzando unidos – yo dentro de la nave – una zona de turbulencia que no detectaron a tiempo lo radares.
Y desde entonces no he parado con el vicio. Siempre vuelvo a mis primeros libros, no esos que adornan con flores y dedicatorias las estanterías de las grandes librerías, sino aquellos que me descubrieron el mundo en su puerca miseria, en sus huecos por donde supura la vida, en sus cicatrices y sus sarnas donde desovan las moscas y nacen bellas historias de amor, pactos con sangre de rebeliones, de alzamientos y migraciones; infaltables en una tienda de libros usados, junto a las recetas para bajar el colesterol, a revistas y periódicos descoloridos, como un boxeador viejo que ha perdido la habilidad de sus piernas, mas no la dinamita de sus puños en pleno rostro: La Divina Comedia, el libro del Mío Cid; Palabras, de Jacques Prevert, El Génesis y el Apocalipsis, Hojas de Hierba, Exil, de Saint John Perse... Y junto a ellos, el libro del vino: El Rubaiyat, cuyo autor, ese tierno borrachín, una noche de bohemia me enseñó los callejones de la 24; el barrio donde choros, meretrices y poetas velábamos a un feto de ocho meses tirado en el basurero, lo mismo que un libro, cuyo autor prefirió interrumpir el embarazo antes que traer al mundo monstruo prematuro que no lograría sobrevivir ni en incubadora.
Y he aquí que abro el libro, cuyo título me fascina: Los ganadores y yo: Y desde entonces no he parado con el vicio. Siempre vuelvo a mis primeros libros, no esos que adornan con flores y dedicatorias las estanterías de las grandes librerías, sino aquellos que me descubrieron el mundo en su puerca miseria, en sus huecos por donde supura la vida, en sus cicatrices y sus sarnas donde desovan las moscas y nacen bellas historias de amor, pactos con sangre de rebeliones, de alzamientos y migraciones; infaltables en una tienda de libros usados, junto a las recetas para bajar el colesterol, a revistas y periódicos descoloridos, como un boxeador viejo que ha perdido la habilidad de sus piernas, mas no la dinamita de sus puños en pleno rostro: La Divina Comedia, el libro del Mío Cid; Palabras, de Jacques Prevert, El Génesis y el Apocalipsis, Hojas de Hierba, Exil, de Saint John Perse... Y junto a ellos, el libro del vino: El Rubaiyat, cuyo autor, ese tierno borrachín, una noche de bohemia me enseñó los callejones de la 24; el barrio donde choros, meretrices y poetas velábamos a un feto de ocho meses tirado en el basurero, lo mismo que un libro, cuyo autor prefirió interrumpir el embarazo antes que traer al mundo monstruo prematuro que no lograría sobrevivir ni en incubadora.
Siempre te dicen
que eres como ellos
y que tú también puedes.
Yo les dejo el mundo,
las grandes luchas
y los grandes amores,
tengo los ojos en llamas
y un árbol favorito para mear
que es lo mejor de todo.
Bífida
Yo todo lo voy diciendo
para matar la muerte en ella.
Macedonio Fernández
Cuando te olía respirarme
aterraban telarañas de fuego;
tu sonreías bífidamente
parecías escapada de mis lunas.
Era como despertar envuelto
en claridad
fue perder la piel.
Chasma ghes
La sombra de una bala
puede ser tan seductora,
y Dios una pastillita azul.
Entonces manoseo el vacío
porque la niebla no está en el aire
está en las máscaras que nos miran.
A veces la noche
es tan largaque hay que irse lejos.
Beatitud
Todos me dicen
Abismo
no saben
que soy Dios ebrio
en el desierto
fumando flores santas
hasta el amanecer.
to be continued...