No
caerán las bolsas de los países asiáticos con tales informes, ni el dólar se
debilitara frente al Yuan. No habrá una guerra regional, ni algo que se parezca
a revolución moral, como pregona el fundador de Wikileaks. En cierto modo, todos
sabemos lo que los gringos piensan del resto de países. Los cables son simples apreciaciones,
no del mundo diplomático frente a las cámaras, cuanto de sus informantes. Y por
supuesto que de ello se nutría el gobierno en Washington para tener una idea de
lo que ocurre en las "colonias", previo a emprender un viaje para
encontrarse con sus mandatarios. Son los informes de rigor que cualquier embajada
envía a su nación. Inclusive la ecuatoriana.
No
hay revelaciones de asuntos delicados que trataron vis a vis los responsables
de la alta política internacional, mas ello nos advierte también de lo fácil
que puede ser en nuestros tiempos el acceso a la información -privada o pública-
a través del internet, hasta a admitir que no estamos más aislados, que debemos
cuidar lo que vemos o hacemos con un computador. El mundo virtual puede ser
incontrolable, igual la boca de los actores de la política internacional, o
nuestra vida privada.
Hace
pocos días, en un arrebato de la cintura para abajo, el vicecanciller
ecuatoriano invitó a Julian Assange a refugiarse en Ecuador. Justo allá
donde se tramita una ley contra la libertad de expresión. Quizás el novato tomaba
la revelación de tales informes en la red, clasificadas como top secret por el Pentágono,
como una pequeña venganza de ideología, y no vio que ello no es más que la
afirmación de una verdad en las tinieblas: la política mundial alcanzó tal grado
de descomposición, que sus máximos exponentes -quienes deberían estar llenos de
virtudes para ejercer sus cargos y ser así el punto de referencia para nuestros
hijos- son los primeros sospechosos -de acuerdo a las actas- de estar
involucrados en transacciones de grandes
sumas a bancos suizos desde empresas con grandes movimientos de dineros
injustificados. Corrupción en las altas esferas del poder. Formidables
negocios que tienen como objetivo el lavado de activos y su inyección en el
torrente sanguíneo de la economía global.
Pero
no son declaraciones juramentadas ni evidencias tangibles con las que los
jueces pudieran mandar a alguien a la cárcel. Son simples advertencias al
gobierno de turno en Washington, que nos muestran el mundo más asqueroso y más
deprimente de lo que ya imaginábamos. Que hubo una matanza planificada de
civiles en Irak por parte del ejército norteamericano, o que de no les consta –a
los diplomáticos- la existencia de plantas atómicas y armamento peligroso, como
pusiera de pretexto Bush para atacar el país islámico y apoderarse de sus
campos petroleros, eso lo sabíamos casi todos. El planeta seguirá girando,
porque uno de los objetivos de nuestros gobernantes en el mundo es bombardear
el inconsciente con tantas noticias deprimentes, hasta volvernos insensibles
ante a cualquier caso de corrupción, de guerra, o injusticia.
Nuestro espíritu cristiano nos obliga a dar limosnas
frente al hambre y a cambiar de canal o de página web frente a la desgracia. A eso se llama la libertad del individuo. Y
ocurre que al sentirnos impotentes y desvalidos, (subidos en un tren que nunca
se detiene y aprendiendo a ser más fuertes tras cada estación que miramos pasar
-aunque ocurra lo peor, so pena de quedar aislados) esa misma clase gobernante,
perversa -no busco un antónimo- e insensible, emerge como la salvadora de
nuestros males, ¡creados justo por ellos, y con nuestros votos para completar
el castigo!
Prominentes
figuras de la política piden al presidente Obama declarar la página Wikileaks
como una organización terrorista que atenta la seguridad mundial. Una candidata
a la presidencia pide sacar de la red tales actas, que solo han despertado en
el mundo ese sentimiento anti americanista, tan palpitante en muchas regiones.
La policía de Londres, en cambio, pone a Assange en una fría mazmorra, sin
derecho a fianza. Sin duda, es una olla de grillos la que se destapó: nada tuvo
que inventarse. La olla y los grillos siempre estuvieron ahí.
Julian
Assange vendió a buen precio los documentos que hoy se leen en el mundo, y
amenaza -tras rejas- con publicar más documentación, poco a poco, todos a su
turno, de acuerdo a su importancia en el jet set de la política internacional.
Luego vendrán los oscuros presidentes de naciones pobres y sin horizontes que,
al no tener sitio junto a esa élite que toma decisiones en el mundo, pese a
esforzarse, la revelación de tales actas carece de importancia para el resto de
mortales. Hasta hoy han salido algunos nombres apenas. Las extravagancias de
Sarkozy, de Gadafi; las niñerías del dictador norcoreano, el peso y las redes
de la mafia internacional. El gobierno de Argentina, de Venezuela son
sospechosos (los informantes no acusan) de girar una colosal turbina de
corrupción. Rusia es a los ojos del imperio una banana republic
(¡Creí que ese honor era para los ecuatorianos! ¡Si no es así, entonces que
somos!).
La nación con mayor tecnología en el mundo y el
armamento más sofisticado de nuestros tiempos es incapaz de mantener sus
archivos y documentos seguros. Es la venganza
de un "simple" (como se denomina a los habitantes de la ciudad en la
novela "El Nombre de la Rosa") ante el aparato estatal -capaz de
manipular el mundo-. Y el precio para un cibernauta que sabe mucho, que pone en
soletas a la potencia mundial es la cárcel o un frío asesinato que intimidará a los demás. El
stablishment no tiene compasión con quien se atreve a desnudar o a cuestionar
las oscuras tramas del poder. Igual en Ecuador.
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