Del Tages Anzeiger, del 23 de marzo del 2012.
Protestas contra los planes de ahorro del gobierno español. Pamplona, 11 de marzo del 2012. Foto: Keystone.
Si el país se ve obligado
–como en este caso - a reducir sus gastos de modo radical, empujará también la
economía a una depresión más grave, trayendo como resultado que los hogares y las empresas
ahorren aún más. El término depresión es real ahora: la tasa de desempleo –oficial-
es del 25 por ciento, mientras que el desempleo juvenil del 50 por ciento.
Texto de Mark Dittli. Traducción al español: Rafael M. Arteaga.
Todos
miramos a Grecia. La reestructuración "voluntaria" de su deuda, que
el gobierno culminó con éxito la última semana, ocupó los titulares económicos
de la prensa mundial. (El arreglo fue -para los tenedores de bonos- “tan voluntario”, como confesarse ante la Inquisición, pero ello
es otro tema.) Sin embargo, siendo realistas,
lo que exactamente se negoció en Atenas, es irrelevante, porque algo sí es
cierto, y es que los problemas económicos del país no están resueltos aún, y en
un futuro no muy lejano, Grecia necesitará otro rescate, el tercer paquete
financiero.
La verdadera prueba de la Unión Monetaria Europea no se llevará a cabo en Atenas, sino a 2400 kilómetros al oeste, en España. Este es el país que nos mantendrá en suspenso los próximos años.
A menudo se argumenta que España no está realmente en peligro, debido a que la deuda del estado representa menos del 70 por ciento del producto interno bruto. Este razonamiento, por desgracia, es elemental. Demasiado elemental. España tiene todos los ingredientes para un cóctel explosivo: un sector privado lleno de deudas, un sistema bancario en crisis, una burbuja inmobiliaria con una fuerte depreciación ante sí, un alto y crónico déficit de cuenta corriente, junto a una débil capacidad de eficiencia a nivel internacional.
¿Cómo pudo llegar tan lejos?
He aquí una pequeña retrospectiva. España fue en los primeros años de la unión monetaria, un chico ejemplo: entre 1999 y 2007 su déficit era el 0,4 por ciento del PIB en promedio, la deuda pública disminuyó de modo firme, el país cumplió a menudo las reglas de Maastricht (a diferencia de Alemania y Francia) y tuvo un alto crecimiento económico constante. Decir que España no pudo manejar su déficit fiscal, como Grecia o Italia, sería un error. En los primeros años de la década pasada (del 2002 al 2005) el Banco Central Europeo entregó créditos a España con tasas de interés muy bajos, lo que provocó que la economía del país se caliente demasiado, el nivel de precios y salarios subió muy rápido y se formó una inmensa burbuja inmobiliaria.
Aun en los años de bonanza -hasta el 2007-, España tuvo un gran déficit en la cuenta corriente (en pocas palabras, el país importó más de lo que exportaba), hasta llegar a ser éste, dicho en números absolutos, el segundo en el mundo, después de Estados Unidos. Si un país tiene un déficit en su cuenta corriente, ello significa -por definición-, que hay un superávit en su cuenta de capital, debido a la importación de deuda desde el extranjero.
Esto es –justo- lo que ocurrió en España. En los años de auge, las deudas de la economía interna salieron fuera de control. No era deuda del Estado, sino del sector privado; es decir, los hogares, las empresas y los bancos. Y debido a que grandes capitales inundaron el país, gran parte de esas obligaciones fueron a parar en manos de acreedores extranjeros.
Este gráfico, creado por los analistas del McKinsey Global Institute muestra de forma impresionante la estructura de la deuda desde el año 2000:
La verdadera prueba de la Unión Monetaria Europea no se llevará a cabo en Atenas, sino a 2400 kilómetros al oeste, en España. Este es el país que nos mantendrá en suspenso los próximos años.
A menudo se argumenta que España no está realmente en peligro, debido a que la deuda del estado representa menos del 70 por ciento del producto interno bruto. Este razonamiento, por desgracia, es elemental. Demasiado elemental. España tiene todos los ingredientes para un cóctel explosivo: un sector privado lleno de deudas, un sistema bancario en crisis, una burbuja inmobiliaria con una fuerte depreciación ante sí, un alto y crónico déficit de cuenta corriente, junto a una débil capacidad de eficiencia a nivel internacional.
¿Cómo pudo llegar tan lejos?
He aquí una pequeña retrospectiva. España fue en los primeros años de la unión monetaria, un chico ejemplo: entre 1999 y 2007 su déficit era el 0,4 por ciento del PIB en promedio, la deuda pública disminuyó de modo firme, el país cumplió a menudo las reglas de Maastricht (a diferencia de Alemania y Francia) y tuvo un alto crecimiento económico constante. Decir que España no pudo manejar su déficit fiscal, como Grecia o Italia, sería un error. En los primeros años de la década pasada (del 2002 al 2005) el Banco Central Europeo entregó créditos a España con tasas de interés muy bajos, lo que provocó que la economía del país se caliente demasiado, el nivel de precios y salarios subió muy rápido y se formó una inmensa burbuja inmobiliaria.
Aun en los años de bonanza -hasta el 2007-, España tuvo un gran déficit en la cuenta corriente (en pocas palabras, el país importó más de lo que exportaba), hasta llegar a ser éste, dicho en números absolutos, el segundo en el mundo, después de Estados Unidos. Si un país tiene un déficit en su cuenta corriente, ello significa -por definición-, que hay un superávit en su cuenta de capital, debido a la importación de deuda desde el extranjero.
Esto es –justo- lo que ocurrió en España. En los años de auge, las deudas de la economía interna salieron fuera de control. No era deuda del Estado, sino del sector privado; es decir, los hogares, las empresas y los bancos. Y debido a que grandes capitales inundaron el país, gran parte de esas obligaciones fueron a parar en manos de acreedores extranjeros.
Este gráfico, creado por los analistas del McKinsey Global Institute muestra de forma impresionante la estructura de la deuda desde el año 2000:
Los hogares y las empresas no
financieras duplicaron su deuda en ocho años de 45 a 85, y de 74 a 137 por ciento –respectivamente-
del PIB. El sector financiero creció su deuda siete veces, de 10 a 68 por
ciento del PIB. El Estado redujo sus deudas –de modo envidiable- del 63 a 47
por ciento del PIB. En general, la abultada deuda que pesa sobre la economía
española, creció de 192 hasta 337 por ciento del PIB. Este es un incremento visiblemente
mayor al observado -por ejemplo- en Estados Unidos. Son las típicas señales de
un boom inmobiliario que tiene su origen en el dinero barato: los bancos inflan
sus balances, los hogares se endeudan demasiado y el sector empresarial basa
sus negocios inmobiliarios y empresas de construcción en gigantescas obligaciones
de pago.
Esta fue la situación de España en otoño del 2008, antes del estallido de la crisis económica y financiera. La burbuja inmobiliaria estalló después, y comenzaron los ajustes, la gran disminución de deuda.
Una economía, cuyo sector privado se halla en un ciclo de ajustes, sigue su propio y especial mecanismo. Richard Koo, director del Nomura Reasearch Institute, en Tokio, acuñó para este fenómeno el término Balance Sheet Recession (recesión de balance): el sector privado (los hogares), las empresas, o ambas, tratan de reducir sus deudas y ello sólo ocurre a través del ahorro; es decir, se renuncia al consumo y a la inversión. Y cuando disminuyen los gastos para el consumo y la inversión, la demanda del mercado se contrae y la economía interna colapsa. Emprender ajustes es un proceso largo que, de acuerdo a la experiencia histórica del pasado, toma años en mostrar resultados. Y España aún se halla lejos de este proceso de reestructuración, como se puede apreciar en el gráfico de arriba: los hogares han reducido sus deudas del 85 al 82 por ciento apenas, y la empresa privada, del 137 al 134 por ciento del PIB.
Entonces viene el serio dilema para España. Una economía abierta tiene cuatro componentes de demanda: los hogares, las empresas, el gobierno, y fuera de sus fronteras. Los saldos financieros de estos cuatro componentes -esto es una identidad técnica de saldos – deben sumar cero. En la actualidad, los hogares españoles y las empresas -que se encuentran en etapa de ajustes- ahorran más de lo que gastan; por ello los saldos financieros de ambos grupos arrojan un superávit. España, en el comercio externo, genera todavía un déficit, lo que significa que el país tiene un superávit en el balance de capitales. En otras palabras, el equilibrio fiscal en la demanda externa también es positivo. Ahora bien, si estos tres elementos de la demanda (hogares, empresa privada y comercio externo, tienen un balance financiero positivo, el equilibrio fiscal será negativo y, sin duda, en los mismos niveles como los otros tres componentes. El siguiente gráfico, basado en datos de Richard Koo, confirma exactamente esto:
Esta fue la situación de España en otoño del 2008, antes del estallido de la crisis económica y financiera. La burbuja inmobiliaria estalló después, y comenzaron los ajustes, la gran disminución de deuda.
Una economía, cuyo sector privado se halla en un ciclo de ajustes, sigue su propio y especial mecanismo. Richard Koo, director del Nomura Reasearch Institute, en Tokio, acuñó para este fenómeno el término Balance Sheet Recession (recesión de balance): el sector privado (los hogares), las empresas, o ambas, tratan de reducir sus deudas y ello sólo ocurre a través del ahorro; es decir, se renuncia al consumo y a la inversión. Y cuando disminuyen los gastos para el consumo y la inversión, la demanda del mercado se contrae y la economía interna colapsa. Emprender ajustes es un proceso largo que, de acuerdo a la experiencia histórica del pasado, toma años en mostrar resultados. Y España aún se halla lejos de este proceso de reestructuración, como se puede apreciar en el gráfico de arriba: los hogares han reducido sus deudas del 85 al 82 por ciento apenas, y la empresa privada, del 137 al 134 por ciento del PIB.
Entonces viene el serio dilema para España. Una economía abierta tiene cuatro componentes de demanda: los hogares, las empresas, el gobierno, y fuera de sus fronteras. Los saldos financieros de estos cuatro componentes -esto es una identidad técnica de saldos – deben sumar cero. En la actualidad, los hogares españoles y las empresas -que se encuentran en etapa de ajustes- ahorran más de lo que gastan; por ello los saldos financieros de ambos grupos arrojan un superávit. España, en el comercio externo, genera todavía un déficit, lo que significa que el país tiene un superávit en el balance de capitales. En otras palabras, el equilibrio fiscal en la demanda externa también es positivo. Ahora bien, si estos tres elementos de la demanda (hogares, empresa privada y comercio externo, tienen un balance financiero positivo, el equilibrio fiscal será negativo y, sin duda, en los mismos niveles como los otros tres componentes. El siguiente gráfico, basado en datos de Richard Koo, confirma exactamente esto:
Aquí se aprecia bien cómo el equilibrio financiero del sector empresarial (curva azul), después del 2008, salta de modo brusco al área positiva desde el área negativa profunda (durante los años del boom). Lo mismo ocurre con los hogares (línea roja discontinua). Ambos están tratando de ahorrar y de reducir deudas. El saldo financiero de la demanda externa permanece desde hace años en plus - que es el reflejo de los déficit en cuenta corriente que España arrastra desde 1999. Y debido a que estos tres saldos son positivos, el del estado (línea verde discontinua) será en minus. Una vez más, en los gráficos de Koos, es posible ver de modo simple, cómo el presupuesto del Estado desde el año 2000 fluctuaba –de modo envidiable- en torno a la línea de cero y cómo el estado entre 2005 y 2007 generó excedentes –superávit-, inclusive. Después del 2008, la curva verde cae en picada.
El primer ministro -Mariano Rajoy- anuncia en Madrid que reducir el déficit presupuestario
sólo será posible si los otros tres componentes de la demanda reducen también
sus excedentes. Pero ¿cómo funcionaría ello, cuando la reestructuración de los
hogares y las empresas, como hemos visto, ni siquiera ha comenzado? Hogares y
empresas quieren y deben reducir su deuda, sin estar obligados a consumir e
invertir más. Lo mismo ocurre con el comercio exterior: el déficit en cuenta
corriente no puede transformarse en superávit a través de una orden, y menos si
el país no cuenta con moneda propia para devaluar.
En esta situación, Europa ordena a Rajoy reducir el déficit presupuestario al 3 por ciento del PIB durante el 2013. Incluso la semana pasada, el primer ministro encendió las alarmas, al anunciar en Bruselas, que su país no lograría el 4,4 por ciento de déficit requerido para el año 2012 y que en su lugar será el 5,8 por ciento del PIB.
Los amigos del norte de España sueñan si creen que el país podrá cumplir el déficit fijado para el 2013; pues, mientras el sector privado se halle en etapa de reestructuración y el país siga mostrando déficit en su cuenta corriente, el gobierno español también va a generar déficit. Esto es aritmética pura. Si el país se ve obligado –como en este caso - a reducir sus gastos de modo radical, empujará también la economía a una depresión más grave, trayendo como resultado que los hogares y las empresas ahorren aún más. El término depresión es real ahora: la tasa de desempleo –oficial- es del 25 por ciento, mientras que el desempleo juvenil del 50 por ciento.
Y bien podemos acostumbrarnos a un patrón de comportamiento en los próximos trimestres y años: el primer ministro español dará a conocer en Bruselas que no pudo conseguir la meta de déficit impuesta por sus socios de la Unión Europea. Una y otra vez, mientras la economía española esté recesión permanente, y el desempleo y la deuda nacional crezcan más y más.
La canciller Merkel y sus colegas están dispuestos –aparentemente- a llevar a cabo un experimento empírico: ¿Qué sucede cuando un país con un sector bancario débil y una empresa privada llena de deudas (y en medio de un proceso de reestructuración de varios años) es empujado a una depresión? Ya lo veremos. Seguro que va a ser brutal.
Ah, y casi lo olvidamos. Recordemos que al inicio de este artículo (ciertamente muy extenso ahora), mencioné que gran parte de la deuda española está en manos de acreedores extranjeros. Y son éstos los que probablemente la van a pasar muy mal en los próximos años, pues gracias a las cifras del Banco Internacional de Pagos, sabemos de modo simple quiénes son estos acreedores: $ 51 mil millones de deuda española vienen del Reino Unido, 187 mil millones de EE.UU., 224 mil millones de Francia y 244 mil millones de dólares - surprise, surprise! – de Alemania. ¿Está consciente de ello la señora Merkel?
En esta situación, Europa ordena a Rajoy reducir el déficit presupuestario al 3 por ciento del PIB durante el 2013. Incluso la semana pasada, el primer ministro encendió las alarmas, al anunciar en Bruselas, que su país no lograría el 4,4 por ciento de déficit requerido para el año 2012 y que en su lugar será el 5,8 por ciento del PIB.
Los amigos del norte de España sueñan si creen que el país podrá cumplir el déficit fijado para el 2013; pues, mientras el sector privado se halle en etapa de reestructuración y el país siga mostrando déficit en su cuenta corriente, el gobierno español también va a generar déficit. Esto es aritmética pura. Si el país se ve obligado –como en este caso - a reducir sus gastos de modo radical, empujará también la economía a una depresión más grave, trayendo como resultado que los hogares y las empresas ahorren aún más. El término depresión es real ahora: la tasa de desempleo –oficial- es del 25 por ciento, mientras que el desempleo juvenil del 50 por ciento.
Y bien podemos acostumbrarnos a un patrón de comportamiento en los próximos trimestres y años: el primer ministro español dará a conocer en Bruselas que no pudo conseguir la meta de déficit impuesta por sus socios de la Unión Europea. Una y otra vez, mientras la economía española esté recesión permanente, y el desempleo y la deuda nacional crezcan más y más.
La canciller Merkel y sus colegas están dispuestos –aparentemente- a llevar a cabo un experimento empírico: ¿Qué sucede cuando un país con un sector bancario débil y una empresa privada llena de deudas (y en medio de un proceso de reestructuración de varios años) es empujado a una depresión? Ya lo veremos. Seguro que va a ser brutal.
Ah, y casi lo olvidamos. Recordemos que al inicio de este artículo (ciertamente muy extenso ahora), mencioné que gran parte de la deuda española está en manos de acreedores extranjeros. Y son éstos los que probablemente la van a pasar muy mal en los próximos años, pues gracias a las cifras del Banco Internacional de Pagos, sabemos de modo simple quiénes son estos acreedores: $ 51 mil millones de deuda española vienen del Reino Unido, 187 mil millones de EE.UU., 224 mil millones de Francia y 244 mil millones de dólares - surprise, surprise! – de Alemania. ¿Está consciente de ello la señora Merkel?
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