De Rafael M. Arteaga, del libro Amores Estériles.
Quito, 2007. Primera Edición.
A un escritor francés,
laureado con el premio literario
más importante de la Europa de post-guerra,
– luego de varios intentos y bajo algunos seudónimos –,
le preguntó un aprendiz de las letras:
¿Cuánta falta le hacen a un buen libro los elogios
en las redes, los brindis, los autógrafos,
las fotos del autor en las páginas sociales
junto a una mujer esbelta?
Él respondió, que luego de satisfacer esa vanidad,
deseaba – al fin – agarrar a sus fantasmas
por el cuello
y entrar a la arena, cada cual con sus armas,
en un duelo a muerte que provocan las palabras,
hasta ver quién queda en pie, o quién se suicida.
Y en ese intento desapareció.
Pronto, sin nada nuevo que publicar,
sus lectores cambiaron el libro premiado,
del sitio de privilegio en la sala, a la biblioteca;
¡ese cementerio de letras,
que elogia o empobrece el estilo de sus dueños!
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