Tiger Woods and some of his great golf shots
Tiger Woods es el mejor golfista de nuestros tiempos, no hay duda. Un tipo disciplinado, constante, sencillo y además con una imagen cultivada por los medios, que la podríamos calificar de impecable: buen deportista, esposo fiel, padre amoroso; aunque también bebedor de whisky escocés, viste ropa y zapatos deportivos Nike, reloj suizo con diamantes, toma pepsi-cola en las comidas y durante los torneos (aunque padezca de gastritis y tenga problemas con la glucosa). El hombre perfecto (de los auspiciantes), y nuestra referencia de vida.
Pero Tiger (cuyo nombre es zarpazo en las sombras) es un ser como nosotros y las debilidades humanas, por buen golfista que sea, no le son ajenas. Ahora se halla envuelto en un escándalo de infidelidad conyugal, lo que no es raro entre los simples mortales, y su vida se ha convertido en la miel donde todas las moscas buscan su parte al ver la colmena en el suelo. Las páginas web rompen records de visitas -igual los flujos de ganancias- con los detalles de la vida privada del deportista.
Y es que a veces estamos aburridos del mundo tal y como lo vemos cada día. Queremos más acción, noticias novedosas con desenlaces insospechados, brutales, capaz de conmovernos: hechos de sangre, accidentes de tránsito que con morbosidad vemos hasta el cansancio en You Tube y admiramos la calidad del sonido, la nitidez de la imagen, las tomas cercanas y los alejamientos. Es insoportable el periódico o la televisión con capítulos repetidos de política o el medio ambiente: el calentamiento global, la debilidad del dólar, los muertos en Afganistán...nada es más importante que nuestra hamburguesa con coca-cola; no dejaremos de llenar el planeta con basura durante las navidades, si la vida se acaba en el 2012, de acuerdo al calendario Maya; además, ¿a quién le importa tanto como a nosotros? Cada mañana esperamos un mensaje nuevo en el email, un amigo (a) diferente en Facebook o en Hi5. Vamos hasta el buzón y rogamos al cielo no recibir cuentas por pagar, sino una carta (aunque ya no escribimos a nadie) de algún amigo de infancia, de algún amor de juventud. Los mismos saludos cada mañana, los amigos, la misma sopa en la mesa, la ensalada o el plato de leche con cereales. Tenemos la barriga llena, pero a veces es insoportable la vida y pensamos en el suicidio, aunque somos muy torpes -hasta para tener un cuchillo en las manos. Soñamos con un incendio que destruya la rutina de nuestras vidas incoloras, pero ¡tememos al fuego! Debemos guardar la cordura, cuidar las palabras, medir los pasos en la calle. Debemos volver "limpios" a casa, a fin de no sufrir esas temibles resacas morales que nos asustan al despertar y luego -durante semanas- nos mantienen en vilo esperando los resultados del test.
Ya nada nos conmueve, porque tenemos un traje impermeable, un poncho de aguas que nos protege de cualquier suceso. La crónica roja nos fascina porque creemos que ello sucede en la prensa apenas, mas no en la vida real: cuerpos descuartizados en la morgue, sangre en habitación donde se cometió un crimen pasional, violaciones, las infidelidades de un personaje conocido...y siempre queremos más, convencidos que así es el mundo y que nada se puede hacer para cambiar. Y seguimos amando, cuidando de los hijos y de nuestra imagen frente a ellos, a la esposa, a los amigos...la máscara que nos quitamos en la soledad, cuando estamos frente al espejo y cerramos los ojos de vergüenza o confesamos con euforia: SOY YO, ME SIENTO YO.
Admiro al golfista Tiger Woods, y sus otras facetas son una cuestión privada.
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