Montag, 15. April 2013

Baby Soup (Parte I)

Hace poco salió en los medios una noticia que alarmó al mundo: en los restaurantes de China se ofrece un menú: La sopa de feto humanos. Justo por esos días yo viajaba por Changsha en compañía de mi colega de trabajo Wang Shang, y con él, mientras duró nuestro tiempo de hospedajes y de comidas en cada pueblo, a manera de tour gastronómico, discutimos sobre ello. He aquí un acercamiento a las costumbres y mentalidad del pueblo chino. 

Texto de Rafael M. Arteaga

 
Los feriados en China son tan extensos como su geografía, o su población. En la gráfica se aprecia la estación del tren cuando empiezan las vacaciones del Año Nuevo Chino.

-¡Bienvenidos a Guangzhou! –Gritó eufórico Wang Shang en la puerta del tren. Luego de siete horas de viaje, sí que estábamos ansiosos por volver a sus calles tras cinco años de ausencia. No nos sorprende ya, pues es común en China durante los últimos años, la construcción de nuevas urbanizaciones, edificios de treinta y cuarenta plantas con lujosos centros comerciales, amplias avenidas, parques con grandes áreas verdes, escuelas, cuarteles de policía: ciudades enteras donde se mudarán cerca de 70 mil  emigrantes - por ciudadela -; forjadores - no hijos, ni herederos - de la nueva economía, persiguiendo el sueño de volverse ricos; y no una, sino varias a la vez que brotan cada día, como hongos luego de la lluvia. 

Nos sorprendió, por lo menos a mí, ver tanta gente movilizándose durante el feriado.  

-Este es el centro de la buena comida-. Dijo Wang Shang, señalando a los pequeños restaurantes ubicados a la salida y alrededores de la estación del tren. 

-¿Qué opciones tenemos para comer aquí? -Le pregunté, dejándome guiar por él, casi sujetándonos con las manos, en medio del laberinto de cuerpos buscando el camino para volver a sus pueblos.

-¡Todas! -Me contestó. Y entre apretujones y gritos, nos fuimos abriendo paso entre la multitud, hasta llegar a un callejón que nos condujo al Baiyun City Hotel. La reserva estaba lista gracias a él, porque los sitios de hospedaje en China se dan el lujo de rechazar viajeros de afuera para no lidiar con otros idiomas, ni oír reclamos de pasillos y habitaciones llenos de humo de cigarrillo; así que, ni bien nos registramos, dejamos el equipaje en la morada y salimos de inmediato a caminar. 

¡Sí que teníamos hambre!

De pronto, y con pavor me pregunté, si en medio de este aluvión de personas, como nubes de termitas, como enjambres de langostas que devoran todos los cultivos a su paso, ¡¿habrá todavía un poco de comida para nosotros?! Los feriados aquí son tan extensos como su geografía, o su población. Esta vez fueron diez días de vacaciones en conmemoración de otro aniversario del ingreso de Mao Tsé Tung a Pekín, con su ejército revolucionario, campesinos descalzos y muertos de hambre, para imponer un nuevo sistema social: el comunismo; aunque de ello sólo queden sus manifiestos, mientras la economía sigue un rumbo diferente.   

Camino al restaurante, de pronto se me ocurrió decir:
- ¿Qué tal si probamos la sopa de bebé?
-Veo que también has leído esa noticia en la prensa–. Respondió de inmediato.  
-Sí…-. Alcancé a balbucear, casi evadiendo mis palabras; pero él continuó, sin darse por aludido:
-No es como lo dicen afuera. El menú no hay todos los días y, además, la única ciudad china que lo ofrece es Guangdong -. E insistió, casi solemne, sin dejar de mirarme -: La sola idea de canibalismo es desagradable, aunque se trate de fetos. 

Yo guardé silencio, pensando en que, si con mi pregunta, no habré topado - quizás - un sitio sensible en nosotros, los homínidos, presente en nuestro ADN y que en situaciones de sobrevivencia, como especie, sale de nuevo a flote; sin embargo, él parecía más interesado en demostrar que su pueblo no es lo que se dice o piensa de ellos a través de los medios, que en mis pensamientos movidos por el hambre.

Seguimos caminando. Los restaurantes lucían llenos, uno tras otro. Mi lectura de los caracteres era incipiente; aunque por suerte, todas las cartas van acompañadas con las fotos de cada plato. 

- Los embriones de ningún modo son matados en el vientre, ni hay una fábrica de madres embarazadas haciendo fila para vender a sus hijos. Son abortos no inducidos los que acaban en la olla, y no todos los chinos piden esa sopa. 

-En occidente hay tantas cosas que se comen y nadie aquí se admira. El mundo mismo está lleno de platos que, si alguien –en la reunión familiar- lo pudiera decir (hay tantos libros dedicados a ello), acabaríamos tapando nuestras bocas, antes de ir a vomitar en el baño. Comer escorpiones o lagartijas fue algo normal en épocas de hambruna. Y la historia del hombre es de hambre y opulencia. 

-Piensa en las condiciones de vida de nuestra gente hace mil, tres mil años, o más. Hubo épocas en que las sequias y las plagas asolaban nuestros campos, que muchos campesinos, poblaciones enteras desaparecían bajo el hambre; algo inimaginable en las generaciones de hoy, acostumbradas a tener la barriga llena y a desperdiciar comida. ¿No has visto en los restaurantes, inclusive en tu hogar, cuánta comida sobra en las mesas? Más del 50% de la producción alimenticia mundial se echa a la basura. La sociedad moderna está acostumbrada a creer que el hambre ocurre lejos de nuestras casas y ciudades, en un lugar caluroso y desolado llamado África. 

Wang Shang guardó silencio, para asegurarse si yo seguía atento su discurso. Las calles y tiendas a esa hora -19:30- desbordaban de gente. Las luces de los rótulos hacían más placentera la visión de la ciudad a los ojos del viajero. 

-Y aún allí, -siguió hablando- en nuestros tiempos, como hace miles de años, la gente va a los campos estériles a levantar las piedras para lamer el musgo que crece bajo ellas, o a alzar los troncos de los árboles buscando larvas y hormigas en el suelo. Lo que puedes meter a la boca a la hora del hambre es delicioso. Y lo que empezó como una necesidad, de a poco, se fue volviendo una costumbre. 

-El primer aprieto de la humanidad es cómo llenar la barriga.- Interrumpí yo, creyendo haber inventado una frase solemne; mas él siguió hablando, sin tomar en cuenta mis palabras:

-Así sobrevivieron nuestros antepasados y, con el tiempo, fuimos añadiendo nuevos alimentos –si tú lo quieres oír mejor: nuevos animales-al menú. Los cocineros, que en nuestra cultura fueron –y son- varones, iban mezclando, añadiendo condimentos, frutos de diferentes regiones y estaciones, hasta lograr la sazón que hoy conocemos y, que nuestros hijos la irán ajustando de acuerdo a las exigencias de su tiempo; además, no olvides que China fue un vasto imperio  y ¡cómo no combinar los frutos de tantas regiones!