Samstag, 3. Juli 2010

Origen de la democracia en la antigua Atenas


Por Rafael M. Arteaga.


 
 Cuando leemos FEDRO O DE LA BELLEZA, y vemos a Sócrates junto a su amante, sentados a la sombra de los platanales, con los pies en las aguas transparentes del río Ilisio, discutiendo apasionados sobre el objeto del amor y de la belleza; mientras en EL BANQUETE, Platón nos muestra a Sócrates con sus discípulos recostados en sus mecedoras, al calor de los vinos y el placer de la comida, rodeado de esclavos y bailarinas con cítaras en sus manos, dialogando sobre el origen y esencia del amor, parecería que la nación ateniense alcanzó un alto nivel de desarrollo social y económico,  que permitió a sus habitantes dedicarse a discusiones trascendentales, propias de espíritus inquietos y de barrigas llenas; sin embargo, aquella visión paradisiaca no habría sido posible si detrás de ellos no hubiera existido otro sector social que les proporcionaba un sustento económico: los pobres, con todas sus manifestaciones: mendicidad, prostitución, ignorancia.

 “La democracia fue y es un invento de las clases poderosas para acceder y mantenerse en el poder” -dijo el economista Juan Rodríguez en la Universidad de San Marcos, Lima. Y añadió: “Es un sistema perverso que ha vuelto poderosas a las clases dominantes, que vive y se fortalece con la ignorancia de las masas”.

Que el contenido de sus palabras no fue un pedazo de vidrio que podría lastimar a los defensores de la democracia, estuvo claro para los asistentes a la conferencia; pero mientras revisábamos el origen de la democracia en Atenas, encontramos que muchas escenas de entonces se repetían en nuestros tiempos y países, con los mismos errores, ¡2500 años después!    

 La democracia, tal y como la vivimos y la entendemos hoy en el mundo occidental- tuvo sus orígenes en la antigua Atenas a finales del siglo VII AC., tras la aparición de un nuevo sector económico, (cuyas fortunas crecieron con el libre comercio entre las ciudades e islas del mediterráneo: acumulación e intercambio de metales, tejidos, maderas, granos secos, especias), que reclamaba su espacio frente al poder absoluto del rey, en la administración de justicia y la creación de leyes que demandaba el crecimiento de la ciudad-estado. ¿Cómo acceder a él? Se preguntaba la naciente oligarquía de entonces y pronto se dio cuenta de que la insatisfacción de los hombres libres de la ciudad y de los campesinos radicaba en que ambos sectores no eran dueños de nada, ni siquiera de sus vidas, porque las tierras y los medios de producción pertenecían al rey y a los nobles que rodeaban a éste.

Los nuevos ricos llamaron a los sectores marginados a sublevarse contra el poder constituido de la monarquía a cambio de repartir las tierras, de disminuir las cargas tributarias, de darles el estatuto de ciudadanos (a los hombres mayores de 21 años, de origen ateniense), y de crear una Asamblea del Pueblo donde ellos puedan participar en la creación de leyes que requería el nuevo estado. Las ofertas surtieron efecto y las masas ayudaron a subir a
Solón (594 a.C.) y su grupo al frente del gobierno; una vez allí, uno de sus primeros mandatos fue asumir la ciudad el negocio de la prostitución; a partir de entonces, miles de esclavas, mujeres libres y extranjeras aportaron con sus cuerpos grandes ingresos a la caja fiscal. Introdujo la moneda y ofreció grandes beneficios a los extranjeros ricos que quisieran invertir en Atenas, sentando las bases del sistema socioeconómico de carácter comercial y cuyos recursos obtenidos -vía impuestos- se destinó a la importación de cereales para alimentar a la población a través de subsidios. Anuló la esclavitud por deudas y prohibió el préstamo que llevara a ello -con carácter retroactivo; fraccionó los latifundios; prohibió exportar productos agrícolas, excepto el aceite, para proteger el consumo interno, y dividió la población en cuatro grupos, de acuerdo a su nivel de ingresos (pentakosiomedimnoi, hippies, zeugitai y thetes). 



 La introducción de la moneda trajo consigo la acumulación de capitales. 
Los nobles, entonces, comienzan a especular con la moneda, acumulan capitales e invierten en empresas antes imposibles, como crear talleres, ejércitos y cuerpos de seguridad, explotar minas, equipar flotas para buscar nuevos mercados en las costas del Mediterráneo, del Mar Negro, al interior de Europa y Asia. El campo, siguiendo la ley de acumulación de capitales, es abandonado por sus habitantes, obligados a vivir ahora en la ciudad.


Pero los resultados de sus decretos tardaron en surtir efecto, o se cumplieron a medias y los sectores más pobres mostraron su descontento de nuevo en las calles, lo que fue bien capitalizado por Pisistrato, primo y rival político de Solón, miembros ambos de la aristocracia ateniense, para asumir el gobierno de la nación: buscó y logró el apoyo de la ciudad, sin ofrecer a cambio más que gobernar con moderación y benevolencia. Embelleció la ciudad con templos como los de Zeus Olímpico y de Apolo, hizo construir caminos, un acueducto, nuevos mercados junto al Ágora; dio facilidades para el comercio y la industria, lo que generó trabajo y bienestar en la población -que lo aceptó declararse tirano, inclusive; aunque sin olvidar aquella ley impuesta por Solón, la misma que permitía a los ciudadanos elegir y ser elegidos para los diferentes cargos y magistraturas de la ciudad -de acuerdo al nivel de sus fortunas.


Los nobles seguían en pugna tras las riendas del gobierno y nada mejor que aprovechar los errores de las tiranías de Hipias e Hiparco, (hijos de Pisistratus). Clistenes, al finalizar el siglo VI, consiguió el apoyo de la población para destituir a los tiranos y, una vez en el poder, abrió nuevas rutas comerciales en el Mediterráneo, las inversiones de los extranjeros aumentaron, lo que genero empleo en la ciudad que, por entonces, estaba llena de prostitutas, mendigos, migrantes y mercenarios al servicio de ejércitos y sátrapas que podían pagar por sus servicios. Ya no era necesario tener una fortuna para ser magistrado. Amplió de 8 a 10 las tribus del Ática, logrando calmar los ánimos de aquellos sectores que se sentían marginados y provocaban continuas rebeliones en Atenas. Introdujo la igualdad de derecho a la palabra para los ricos y los pobres en la Ekklêsia. Aumentó el Bule (o consejo de vigilancia de la ciudad) a 500 miembros, se reguló la ciudadanía, y se dio un paso adelante en la construcción de la democracia: los sectores económicos fuertes de entonces (unidos ante un mismo objetivo) aceptaron que la asamblea tenga la capacidad de elegir dignidades (que hasta entonces estaba en manos del Areópago, organismo constituido por nueve miembros de la aristocracia y oligarquía ¡designados justo por la asamblea!) y de pedir cuentas a los magistrados al terminar sus gestiones. Este es el punto más importante, desde mi opinión, conseguido por los ciudadanos hasta entonces.


La evolución política de Atenas se vio interrumpida a principios del siglo V a.C. por las amenazas del Imperio Persa. Los ejércitos de las ciudades-estados debieron unirse para hacer frente común durante la Primera Guerra Médica (victoria para los helenos en Maratón 490 a.C.), la Segunda Guerra Médica (480-479 a.C. (derrota griega en las Termopilas y victorias en Salamina y Micala). Los conflictos bélicos, sin embargo, provocó un inusitado renacimiento cultural y económico del mundo jonio; potenció los cultos griegos frente a los orientales, especialmente aquéllos relacionados con Atenas -principal potencia vencedora de la guerra; aceleró el crecimiento económico-comercial de la ciudad ligado a su expansión marítima y, además, puso las bases para la formación de bloques griegos opuestos en torno a Atenas (Liga Ático-Délica vinculada a sistemas democráticos) y Esparta (Liga del Peloponeso -defensora de sistemas aristocráticos).

Los ofrecimientos de los clanes económicos en el gobierno, sin embargo, tardaban mucho en concretarse, -incluso siglos, como abolir la esclavitud a causa de deudas, y que eran muchos los afectados, debiendo el estado asumir tales compromisos a fin de calmar los ánimos de la población; o la repartición de tierras productivas en manos de las clases sociales altas, o elegir y ser elegido sin que la fortuna personal sea un requisito. La democracia fue tomando forma paso a paso y ello se debió al nivel de participación cada vez más activa de los ciudadanos, aunque los sectores acomodados de Atenas no iban a permitir que las riendas del poder la manipulen a su antojo quienes no pertenecían al privilegiado club; al fin de cuentas, los continuos brotes de inestabilidad social durante aquellos tiempos no solo era fruto del descontento de su población con los gobernantes de turno, sino también que fueron provocados y manipulados por éstos en los sectores marginados de la sociedad, que eran mayoría en Atenas. Fueron conflictos de intereses económicos entre los dueños de las mejores tierras cultivables y capaces de mantener un ejército para cobrar tributos, hacer respetar sus derechos e imponer leyes -a través de sobornos en la asamblea- y los nuevos ricos que vieron crecer sus fortunas importando trigo, cebada, tratando con minerales preciosos (la plata, que abundaba en las minas del Ático, -pertenecientes a la aristocracia y que los comerciantes la debieron adquirir a ésta para llevarla a otros puertos en las costas del Mediterráneo y recibir a cambio oro persa para halagar a sus dioses en los templos, el bronce utilizado en la fabricación de armamento; o exportaban vinos, baratijas y traían piedras preciosas.

Los nobles debieron compartir con la oligarquía las magistraturas y cargos públicos -donde se impartía las leyes e implementaban otras (casi siempre a su favor, aunque vistas desde afuera parecieran éstas defender los intereses de la mayoría de población, en especial de los menos fuertes). Y en ese proceso de acoplamiento de fuerzas, que tomo varios siglos, ambos grupos debieron ser cada vez "más generosos" en favor de la democracia; aunque no lo suficiente como para poner en riesgo sus fortunas y nivel de influencia en los nuevos gobiernos, por más radicales que éstos pudieran asomar en contra de un sistema político y económico desgastado.

Cuando leemos en los libros sobre la construcción de la democracia en la antigua Grecia, parecería que el pueblo estaba feliz con participar en las asambleas populares, con elegir y ejercer una magistratura, escribiendo así inolvidables páginas de civismo en favor de una causa. Nada más alejado de la verdad, porque las clases dominantes de entonces -y de nuestros tiempos, usaron a las masas en sus conflictos internos por hacerse con el gobierno, algunos por vanidad, muchos por convicciones políticas definidas, y otros al sentir amenazada la supervivencia de sus clanes y negocios; por ello, antes de organizar cualquier levantamiento analizaban primero los errores del rey o tirano de turno y ofrecían al pueblo un gobierno diferente, más algunas migajas de sus mesas, como entregar tierras a los campesinos, o permitirles ingresar a las asambleas con voz y voto, (Clistenes, al enterarse que la invasión de los espartanos a Atenas era inminente, lo que debió afectar sus posesiones y negocios, educado como fue en las mejores ciencias de su época, sobre todo en oratoria, congregó a los ciudadanos al Ágora y allí les ofreció compartir el poder por igual, aboliendo los estatus económicos).

¿Por qué, entonces, durante la era que precedió a la Edad de Oro de la civilización griega, el puerto del Ático estaba lleno de mendigos -con el título de ciudadanos- que morían de hambre en los pórticos de sus dioses, de prostitutas y muchachitos dedicados a tal oficio a cambio de comida? ¿Dónde estaban las trampas de la democracia para que ello fuese así y no la nación perfecta que todos leemos con entusiasmo durante nuestras épocas de formación académica? Simple, en las mismas leyes y disposiciones que los ciudadanos -alegres por ser tomados en cuenta- aprobaban en la asamblea alzando la mano y por mayoría simple. He aquí algunos ejemplos: cuando Clistenes abolió la ley de Solón, la misma que facultaba a los ciudadanos a elegir y ser elegidos de acuerdo al nivel de sus fortunas, se podría argumentar que ello fue una decisión sublime en el sendero de la democracia. Los ciudadanos de entonces apoyaron cualquier proyecto presentado por él a la Asamblea; sin embargo, para ser elegidos magistrados, consejeros, estrategas y más funcionarios del estado, la ley decía que ello dependerá también del nivel de educación de los candidatos. Ello debió y debe, por cierto, ser así. Al pueblo no le importo esta parte de la ley y permitió a Clistenes y los grupos de poder -contrarios o alrededor suyo- seguir manteniendo su estatus, porque ellos eran los únicos que podían pagar preceptores extranjeros (eran las mentes más lucidas de aquellas épocas) para educar a sus hijos; éstos, miembros de una élite social llena de privilegios, entablaban largas discusiones sobre filosofía, teatro, leyes en el Gimnasio, en el Areópago, o en banquetes organizados para honrar a los dioses -y que terminaban en orgias, tal los sofistas, Sócrates, Platón, sus jóvenes discípulos -y amantes a la vez. Era el único sector que tuvo la barriga llena y grandes fortunas que permitió a sus miembros escribir tragedia, comedia, participar  en los festivales de poesía. Pagaban su armamento, cascos y armaduras de bronce; recibían instrucción militar y preparaban sus cuerpos para la lucha libre, las carreras de caballos; mientras los sectores pobres no tenían siquiera el privilegio de engrandecer sus nombres a través del fiero combate. 



El templo de Delfos, ubicado en el centro de Grecia


Cuando la Asamblea se reunía, ningún ciudadano sin privilegios económicos y meritos intelectuales era elegido para dignidad alguna; aunque no por ello perdió el derecho a la palabra y a presentar propuestas a favor de su tribu de origen. Un campesino difícilmente pudo descuidar las duras labores del campo, su única fuente de sobrevivencia, para asistir a las reuniones del Bule, de la asamblea popular que se realizaba en la mañana, antes de que el sol se vuelva insoportable, tres a cuatro días por semana, durante un mes griego, -al principio; luego dos y tres meses al año (¡otra trampa!). La mayor parte de los habitantes no sabía leer ni escribir. Muchos tuvieron actividades más importantes en sus vidas, como atender sus negocios; otros estaban en mora con los impuestos de la ciudad, (la ley decía que, en este caso, al infractor se le suspendían sus derechos ciudadanos hasta la cancelación de la deuda, la misma que usualmente heredaban los hijos). La oratoria era uno de los primeros requisitos para ser elegido magistrado. La oratoria es el don -como dice Sócrates en sus Diálogos con Fredo- de llevar el alma a través de la palabra, para -entre múltiples usos- discutir, ahondar desde varias esquinas y convencer a los miembros de la asamblea de las bondades de una nueva ley; y por ello, las magistraturas y el gobierno quedaban otra vez en manos de las capas de arriba.

La repartición de tierras -en manos de los nobles- se dio cuando los habitantes del Ática fueron tantos que las pequeñas parcelas no pudieron satisfacer las demandas de alimentación de las diez tribus en que dividió Clistenes Atenas, por lo que muchos habitantes emprendieron de nuevo el camino de la migración hacia otras regiones como Córcega, Calabria, las ciudades ubicadas en los deltas del Nilo, en las grandes ciudades de Persia -donde fueron mercenarios o abrieron sus negocios; en tanto sus familiares en Atenas debieron pagar nuevos tributos al obtener el título de propietarios de tierras. ¿A dónde iban tales dineros? ¡A las arcas del estado, donde sus magistrados
y administradores eran los nobles que repartieron las tierras, pero no las aptas para los cultivos, que eran escasas, sino los lugares rocosos y secos, donde crecían pequeños arbustos apenas! Debieron pasar algunas décadas más, surgir otras condiciones geoeconómicas para avanzar en la construcción de las bases del estado y de la democracia en Atenas

En el 466 A.C., los demócratas creyeron que había llegado el tiempo de hacerse con el Areópago, institución conformada por rivales de la oligarquía. Encabezados por Efialtes, un noble con grandes negocios dedicados a la importación de cebada y dueño de minas de oro en Calcedonia, emplazó a los ciudadanos a rebelarse contra el gobierno de los conservadores -que estaban más de una década en el poder. Convocó a una asamblea popular y pide en el pleno la rendición de cuentas de los miembros del Areópago, acusado entonces de actos de corrupción. Uno tras otro, los nueve miembros de dicha magistratura -bastión de la aristocracia- desfilan ante los ciudadanos informando sobre sus labores. Los campesinos escuchan -no sé si con atención las exposiciones. Efialtes tomó después la palabra. Era el mejor orador de su generación. Argumentando que las cuentas fiscales no estaban claras, pidió la renuncia de todos los miembros de tal institución. Los ciudadanos estuvieron de acuerdo con la iniciativa, pero antes de alzar sus brazos, quisieron saber qué obtendrían a cambio. El partido demócrata ofreció subsidios al precio de los cereales y bajos tributos a los propietarios de tierras: las magistraturas y cargos del gobierno de Atenas fueron entregadas de nuevo a la oligarquía; mas, cuando la multitud se alistaba a abandonar el Ágora, pidió la palabra un hombre sencillo -que debió saber de qué se trataba esto en el fondo, (Sócrates no lo menciona en la Constitución de los atenienses. Plutarco, en Vidas Paralelas dice que era "un campesino de nombre Fridias") y exhortó a la asamblea a limitar de una vez los excesivos poderes del Areópago, ofrecimiento de Clistenes siglo y medio atrás. La propuesta provoco la euforia y aceptación inmediata del pueblo que, luego de acalorados discursos y maratónicas sesiones pasó a convertirse éste en un organismo sin poder de decisión y reducido a juzgar los crímenes en la ciudad. 

Este fue un punto importante en la evolución de la democracia, porque al carecer de atribuciones importantes el Areópago, la Asamblea comenzó a discutir la creación de otros organismos del estado, como la justicia, lo militar, la tesorería, que en adelante podían deliberar entre sí, pero de ningún modo ir contra los grandes intereses de la nación. En cuanto a los clanes económicos de Atenas, si bien estos perdieron un bastión donde manipulaban a voluntad las riendas y dirección del gobierno, en adelante, ambas facciones -demócratas y conservadores- debieron aprender a consensuar, a ser tolerantes con la oposición, a cabildear entre ellos, a medir fuerzas y alternar en el gobierno. El camino para el surgimiento de la Edad de Oro estaba listo.





 "The Death of Socrates" by Jacques-Louis David (1787)

Un año después de tales resoluciones, 461 a.C., Efialtes fue asesinado por miembros de su partido y en su reemplazo la Asamblea designo a Pericles, otro de los hombres más ricos de entonces, para tomar las riendas del gobierno. El fue un Amante del teatro, costeó el montaje y representación de Los persas, de Esquilo. Rodeado de las mentes más lucidas de entonces, Fidias, Aristófanes, Anaxagoras, Sófocles, Eurípides, Heródoto, el historiador, convirtió a Atenas en centro del pensamiento y de la creación del mundo occidental de entonces. El comercio se volvió dinámico, las construcciones en la ciudad se multiplicaron, muchos griegos del extranjero regresaron para inyectar capitales con sus empresas, las ciudades vecinas -a acepción de Esparta, fueron sometidas bajo su control y ello trajo consigo nuevos ingresos tributarios, la escritura de la primera Constitución en la Asamblea avanzaba de modo rápido. Las fuentes de trabajo -sobre todo en el ejercito- se multiplicaron y pareciera que ello marcaba el origen de la nación perfecta, que pronto, después de inundar las ciudades vecinas con sus productos, fruto del crecimiento y fortaleza de las empresas y negocios atenienses, se hizo imprescindible lanzarse a la conquista de nuevos mercados; solo que al frente estaba Persia, el reino que por aquellas épocas alcanzó el mismo esplendor económico de los helenos, y ambos vendrían a enfrascarse en un conflicto armado que duro más de un siglo, hasta que las rutas del mediterráneo quedaron abiertas para  los griegos.

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