Donnerstag, 31. Juli 2008

LOS SUEÑOS DEL REY

Tomado del libro: VIAJES, de Rafael Marcelo Arteaga, Ramaar editores, Quito - 2005.

Katmandú en la noche, 2007.

Cuentan en Katmandú que en una región perdida al oeste del Himalaya, su rey despertó una noche con gritos y sollozos, que obligó a la gente del palacio a levantarse de prisa. Temido como era, e irritable a causa de las últimas sublevaciones de su pueblo, nadie quiso estar fuera de su mirada en esos momentos, que llegó a armarse tremendo revoltijo al amanecer. El edecán asomó con los perros, el cocinero fue a sus ollas, el fregador se puso a limpiar de nuevo el piso, mientras las concubinas fueron a ducharse -por si eran requeridas a esa hora.

Los ministros y asesores, aun medio dormidos, llegaron a prisa a la habitación para averiguar lo que ocurría.

-¡Soñé que era el rey de estas regiones!-, gritó el monarca, lloriqueando como un niño bajo las sábanas. Los consejeros juzgaron que se trataba de un mal sueño y con prudencia se inclinaron a él para decirle al oído, intentando animarle:

-¡Pero si su majestad es el soberano de estas regiones!

Escuchar estas palabras fue peor. Sus gritos volvieron a resonar en las paredes del palacio; luego se incorporó, fue hasta la ventana –y tras él sus tímidos consejeros. Desde allí observó la ciudad en tinieblas, el pueblo que él había edificado, espejo de su transcurso en la tierra, y hoy, lleno de hombres, con antorchas en mano, acercándose por los callejones y profiriendo insultos en su contra.

Volvió el rostro a sus acompañantes y fue sólo para confirmar cuán denigrante es en el ser humano el servilismo de quien se arrima, crece y se vuelve fuerte bajo la sombra del poder, del que cierra sus ojos y vende su alma a cambio del deleite fugaz de ser ministro, embajador o simple comisario de aldea. Extasiados con el resplandor que les brinda su autoridad, son igual a ciertos reptiles que se arrastran en el suelo, pero avanzan muy lejos. Se agitan y tiran los hilos en ese juego de marionetas por conseguir un nombre, un espacio al que no llegaron con sus toscas figuras fuera del escenario; hasta que un día el dueño del tablado corta las cuerdas y deja caer sus muñecos, inútiles para la siguiente comedia.

El rey los miraba con repugnancia y no permitió que se le acerquen; eran las flores del jardín que él cultivó con empeño durante sus años de gobierno; eran el reflejo de su imagen con el pueblo, sólo que más opacas, sin formas definidas, maleables, -justo para adaptarse al color y textura del próximo espejo. Las consignas y gritos afuera se multiplicaban, pero no hizo caso. En medio del palacio, él recorrió con sus ojos cuanto allí significaba su autoridad: el bastón de mando con incrustaciones de piedras preciosas, la banda real sobre los trajes de ceremonia, los sellos para reforzar sus mandatos, los escribanos -que siempre redactaban sus mensajes a la nación, las copas de fino cristal junto a los cubiertos de plata, los documentos firmados, los perros (¡que mordían las piernas de sus asesores y ministros!).

Afuera del edificio, los gritos de consignas, las amenazas volvieron más frecuentes los disparos de la guardia. Se escuchó forcejeos, golpes entre grupos de fuerza; luego surgió un silencio y tras él, los lamentos de los heridos en el suelo. La noche había cedido a la claridad de la mañana. El rey vio al fin la plenitud de la ciudad y fue sólo para comprobar que sus sueños de gran emperador terminaban ahí, en un frío y rocoso país perdido en la inmensidad de los montes Himalaya. 

Druk Yul, en el centro de Bután. 2005

Sin una red de trenes llenos de gente y de mercancías, llegando y volviendo a partir a otras ciudades del continente, sin empresas de aviación de bandera nacional, sin amplias carreteras para movilizar la producción interna; sin teléfono, o alcantarillado en las casas de sus súbditos, sino con pastores que iban cada estación a alimentar sus rebaños en las montañas, con hordas de vendedores ambulantes y desempleados en las calles, con niños y jovencitas vendiendo sus cuerpos en las grandes ciudades, con un tercio de su población joven en otras naciones, donde –por su origen- reciben un trato igual al de los ilotas en la antigua Esparta. Con oscuros asesores graduados afuera, que se burlaban a sus espaldas y esperaban el momento de destronarlo. Con timoratos escritores dedicados -no a escribir una línea, una hoja más del gran libro de literatura (que inicia con una actitud responsable ante a la vida), sino a lamer los huesos llenos de grasa que el poder arroja bajo la mesa; con artistas escurridizos embarcados en un viaje interior ¡y que el resto se hunda con el Titanic! En fin, un reino miserable que él edificó a la medida de sus sueños.

Pero las flores de palacio solo sirven para adornar espacios interiores, no soportan el sol del mediodía, los fríos del amanecer en las montañas, ni largas temporadas de sequía como las flores silvestres, las flores que nacen en los suelos más áridos, junto al estiércol, al borde de las carreteras, donde crecen y se reproducen con furia ante a la fugacidad de la vida. Esas flores pedían aquella mañana la cabeza de su gobernante.

El ruido de las armas cesó y en su lugar los gritos de la muchedumbre inundaron la plaza, cerca del edificio. Los militares habían cedido posiciones y se ocupaban ahora de defenderse ante la furia de la juventud que, armada con piedras y palos, buscaba venganza por sus hermanos caídos afuera. Cuando las gruesas puertas del palacio cedieron y el rey vio a los jóvenes enfurecidos ingresar en él, sus hombres de seguridad lo rodearon, y tal si fuera a comenzar un juego de niños, le cubrieron el rostro con una manta y lo sacaron a prisa del lugar.

Él no recuerda lo que ocurrió después ni cuánto tiempo estuvo así, hasta que la voz de su madre lo despertó. Averiguó de inmediato en dónde estaba, pero no hubo respuesta. ¿Qué sentido tendrían entonces las palabras? Su madre lo entendió así y por ello, siguió a su lado, en silencio. Los asientos y el ruido del motor le indicaron que estaban en un avión y alguien le dijo más tarde que la ruta era Delhi, donde el gobierno de la India le había concedido asilo político.

Él, que quiso fundar una dinastía de mil años en el poder, fugaba ahora con su familia y sus hombres cercanos del país, para no enfrentar a la justicia del nuevo gobierno. Sin decir nada, se acercó a los cristales y, como ese amor que no volverá más a nuestros brazos, fijaba sus ojos en cada detalle de la tierra allá abajo: los ríos bajando infatigables hasta el mar, y en él los hombres con sus naves surcando las corrientes; los cafetales y el aroma feroz de sus granos en los hornos, los campesinos sumergidos en el fango de los arrozales, las casas, que no son tales sin sus habitantes: la nación que le dio la oportunidad de cambiar su historia, de engrandecer los libros con su nombre y que ese día, como un amor joven, lo separaba con violencia de su vida. Allí terminaron sus sueños de rey. Sueños que nunca fueron los de su pueblo.


Donnerstag, 24. Juli 2008

CRÓNICA DE LA ISLA SAJALIN

Tomado del libro: VIAJES, de Rafael Marcelo Arteaga, Ramaar Editores, Quito -2005.



En Novikovo, cuentan sus habitantes que hace muchos años despertaron asustados a media noche con los bramidos de una manada de ballenas azules que habían encallado -por accidente- en sus arenas. El pueblo por entonces estaba compuesto de pescadores y artesanos, en cuyos bolsillos y casas aún se podía sentir los estragos de la segunda guerra mundial. Una vez sellada la paz entre Tokio y Moscú, la vida en tales regiones pareció volver a la rutina: salir cada mañana con sus pequeñas embarcaciones al mar, sembrar tras las casas verduras para el consumo de la familia, vender los excedentes sus calles y, si las cosechas eran abundantes, aventurarse con sus naves al océano a ofertar sus frutos en el norte de Japón.

Narran los habitantes más viejos que los bramidos de los cetáceos fueron tan altos que los cristales de las pequeñas casas estallaron en pedazos. Los niños, asustados, debieron ser protegidos sus oídos con trapos, igual las ancianas. Muchos, en medio del sueño, creyeron que una nueva conflagración bélica había empezado. El cielo era una inmensa caja de resonancia, desde la cual se escuchaba distorsionados sonidos de agonía: más de cien ballenas adultas se retorcían en la orilla, coleteaban y se lastiman entre ellas. El mar con sus olas grandes las había abandonado en la arena, mientras su voz se escuchaba entre las sombras; lejos, muy lejos de la playa.

Conforme llegaba el amanecer, los pesadores se preguntaban ¿cómo devolver tantos animales juntos a las corrientes profundas del mar? Y por mucho que discutieran, ellos sabían que en este caso cualquier acción era imposible; pues el grupo que extravía su ruta, o se percata a tiempo del error y busca de inmediato las corrientes, o queda atrapado en los bancos de arena. Y allí, es el mismo mar -a veces- el que con la marea alta se encarga de llevarlas de nuevo a las profundidades o de arrojarlas definitivamente a las playas; lo cual –en ocasiones- es una bendición para el pueblo, el mismo que celebra un día de buena pesca, sin mucho esfuerzo: se acercan de inmediato al cetáceo, lo retacean allí mismo, separan la carne para la venta, sacan el aceite, sus escamas, dientes y huesos para los artesanos, y el resto se arroja de inmediato a las aguas.

Un día asomaron tres ballenas azules frente a las playas y eso fue un regalo demasiado grande del cielo, porque los pescadores carecían de frigoríficos para guardar tantas provisiones juntas. Pensaron -por un momento- aventurarse a puertos nipones, pero ir hasta allá requería seis horas de viaje, más la preparación de la carne, lo que habría significado llegar al anochecer, y no a la mañana -que es el tiempo ideal para vender en cualquier sitio; así que decidieron sacrificar un animal apenas, mientras que a los otros se les ayudó a llegar de nuevo a las corrientes marinas. Acercarse a un pez grande será siempre una labor de mucho riesgo, pero con cables (que los tenían listos para sus faenas), más sus rudimentarias barcazas con motores y un poco de paciencia, lograron su cometido.

Esa ocasión en Navikovo era la época alta de verano. Los cetáceos, antes de llegar ahí, seguían su ruta hacia el norte buscando las corrientes frías y con ellas a su alimento: el plancton y crustáceos pequeños, hasta que extraviaron su ruta. Las ballenas empezaron a morir una tras otra, de tal suerte que al aclarar playa el sol mostraba un espeluznante paisaje con decenas de cetáceos agonizando a lo largo de la arena. Los pescadores sabían lo que iba a ocurrir. Pronto el calor iba a acelerar la descomposición de los cuerpos y al atardecer ello se convertiría en un inmenso cementerio al aire libre.

- ¿Qué hacemos? - Se preguntaban los pobladores, de pie ante aquella escena. Alguien mencionó comunicar de inmediato a la armada rusa, pero ello era imposible, porque el pueblo carecía de telégrafo y hasta de teléfono, y la flota más próxima se hallaba a dos días en barco; además los moradores, acostumbrados al abandono de siglos por parte del gobierno central, no confiaban en que tal organismo se interese por una aldea que ni siquiera constaba en el mapa de Rusia, y menos por unos cetáceos muertos, cuando era más urgente usar todos los recursos disponibles para expulsar al temible ejército alemán, el mismo que durante la primavera había llegado al centro de la nación; de ello estaban enterados gracias a los rudimentarios transistores que tenían -como tesoros- algunos habitantes en sus casas, aunque con frecuencias en otro idioma, pero familiar a sus oídos debido a su cercanía con el reino de Japón.


En el pueblo habitaban entonces unas doscientas personas de origen ruso, que a lo largo de centurias avanzaron más al oriente, escapando de la crueldad que imponían sus antiguos reyes desde una mítica ciudad llamada Moscú, y a veces desde San Petersburgo, -cuando estaba una mujer en el trono, quienes los oprimían con tributos y obligaciones a cambio de nada. Pese a estar alejados de la capital, ellos saben que les une sus dioses, una lengua común, hasta el tiempo y las distancias que en estas regiones son inconmensurables.

Allí se veneró al último zar como a un dios mucho tiempo después de su ejecución, debido a que las noticias –al comenzar el siglo anterior- llegaban a los pueblos, perdidos en Siberia con meses, incluso años de retraso; hasta que asomó grupo de intelectuales revestidos de autoridad, y arrojando las imágenes del ex monarca al fuego gritaron a la población que la patria grande ya era de todos, que en Rusia no había más espacio para la explotación y la miseria provocada por los grupos dominantes en el poder, que desde las tierras de Europa, pasando por los Urales, las estepas de Siberia y desde allí hasta Asia, se vivía al fin la dictadura del proletariado, ¡cuando ellos eran unos simples pescadores! Con entusiasmo gritaron los jóvenes que en el socialismo nadie es más que los demás, -menos la clase dirigente.

Nombrar la palabra Moscú en esas épocas era como evocar una ciudad fantástica, casi ficticia, con tranvías, máquinas a vapor, nickelodeones, inmensos edificios y avenidas con flores a sus costados, por donde caminaba el rey con su familia, seguido de un extraño personaje llamado Rasputín. La metrópoli estaba a meses de camino a pie, a semanas en barco, en tren -desde Magadan; aun así, ellos nunca olvidaron sus raíces al unirse con otros pueblos aborígenes, diferentes apenas en el color de la piel, pero cubiertos bajo el mismo paisaje desolado y cruel de Siberia.

Regiones agrestes fueron pobladas con arrojo y constancia, y mientras más años transcurrían, más cerca se sentían de la madre grande, como ellos la denominan, la madre que los ignoraba, o los iba a visitar a menudo con batallones de soldados para llevarse a los varones, incorporarlos a la fuerza en sus filas y enviarlos después a las trincheras en los períodos de conflicto o a cumplir el servicio militar, obligatorio para los rusos en cualquier sitio que se encuentren. Para muchos, por cierto, ello se convirtió en una oportunidad de salir -con trabajo- de sus pueblos y de mudarse a regiones menos agrestes, ya que de acuerdo a la ley interior del ejército, los soldados deben ir a lugares distintos a los de su origen, a fin de lograr un acoplamiento más sumiso a la armada.

Los pescadores conversaban reunidos frente al mar. Cubrir los cuerpos bajo la arena era imposible al carecer de maquinaria adecuada para cavar huecos profundos; no hubo más alternativa que abandonar la aldea, y cuanto antes mejor. Cerca de cien ballenas muertas a lo largo de la playa, en poco tiempo volverían insoportable el ambiente para la vida del pueblo, que no tendría más de treinta casitas junto al mar. Reunieron a prisa sus pocas pertenencias y antes del atardecer fueron a acampar varios kilómetros más al sur, donde los olores putrefactos no lleguen a sus narices; aunque sin alejarse de las orillas -a fin de seguir con sus labores de pesca.

Así transcurrieron varias semanas. El tiempo de las lluvias volvió. El invierno trajo la nieve y ella se encargó de ocultar el cementerio, (lo que fue aprovechado por algunas familias para sacar sus últimas pertenencias, a costa de poner en riesgo sus vidas con las tormentas, que son rigurosas en esas regiones). La primavera llegó y trajo consigo otra vez, no flores o corrientes de agua cristalina desde las montañas, sino carroña y pestilencia, fruto de las ballenas sin acabar de podrirse. Las playas estaban llenas de roedores e insectos que no solo pululaban en el lugar, sino que también se habían adueñado de las casas abandonadas.

Al siguiente verano los pobladores decidieron que el sitio elegido para acampar de modo temporal se convertiría en su nuevo hogar. Mientras no abandonen la isla, estaban en territorio ruso, aunque a pocos kilómetros de Japón y ello, a veces, les causaba cierto recelo. El episodio de las ballenas obligó a los pescadores a ver la realidad desde otra perspectiva: la del movimiento continuo, y no la del estatismo interior de los seres. El cambio obró de manera positiva en ellos, pues la nueva ciudad floreció con más energía, fruto del empeño de su gente por recuperar un tiempo perdido y de un contacto más activo de su comercio con los pueblos de Asia.

Frente a la antigua aldea (de la que resta apenas unos palos podridos) se puede ver hasta hoy los huesos de las ballenas blanqueando a lo largo de la arena. Sus playas serian hermosas si no fuera por ese tétrico paisaje.


En el 2002 llegó desde Moscú a Sajalín un grupo de investigadores a averiguar lo ocurrido hace 60 años en la isla, tomando en cuenta que meses atrás otra manada de ballenas quedó varada frente a las costas de Obrivistoie, un puerto en el mar de Ojotsk con un reducto militar que controla el paso de las naves por territorio ruso; por fortuna allí no hubo más de 15 ejemplares (como es usual en los cetáceos que se desplazan a los glaciales durante el verano). La armada estuvo lista para llevarles de nuevo a aguas profundas, a acepción de la ballena que les guió hasta allí y luego murió. Tras los estudios, el equipo comprobó que el animal estaba infectado con parásitos que afectaron su sentido de orientación, lo que causó que éste –y con él la manada- se desviaran de su ruta. Los científicos afirman que lo mismo ocurrió en Novikovo, solo que ahí, por factores no revelados de la naturaleza, se ignora aún por qué siguieron más de cien ejemplares a un mismo guía.

Yo he tomado esta crónica, en relación con los hechos que ocurren hoy por acá. He visto a hombres ganar elecciones una y otra vez y no por ello sus países han avanzado a algún lugar. Puedo citar algunos nombres: Daniel Ortega, Mugabe, Strossner. Fujimori fue tres veces presidente de Perú. En Ecuador es igual. Si el guía de una nación, como la ballena, tiene parásitos que le impiden orientarse, ello puede provocar, más pronto que tarde, el suicidio colectivo del resto.

Donnerstag, 17. Juli 2008

LOS LIBROS

Tomado de: Amores estériles, primera edición 2004, Quito, de Rafael M. Arteaga.

Librería abandonada en Rusia, cuya imagen me parece una cárcel de libros.


LOS LIBROS


Registran la cochera, los sótanos,
se ponen guantes de cabra y husmean
con sus perros tras el espejo, las camas,
en la letrina con sus papeles sucios.

Y la multitud, apiñada en su propia creencia,
a veces destruida por largas formaciones de soldados
y a veces ayudando al verdugo, se detiene
a un lado de la camino para dar paso a los coches
con montañas de libros hasta la plaza;
los contempla, igual que cabezas cortadas
sobre la punta de una lanza:
entonces grita, profana,
suenan disparos en el aire,
entona himnos nacionales.

Las hojas envueltas en llamas
chamuscan a sus autores,
junto a médicos, sabios y otros sospechosos,
cuyos lamentos son inútiles,
como las lágrimas de un buey
en manos del carnicero.


LOS PREMIOS


A un escritor francés, laureado con el premio literario
más importante de Europa de post-guerra
– luego de varios intentos y bajo algunos seudónimos –,
le preguntó un estudiante: ¿Cuánta falta le hace a un buen libro
los elogios en los medios con un cheque en la mano
los brindis, los autógrafos, las fotos en las páginas sociales
junto a una mujer esbelta?

Él respondió, que luego de satisfacer esa vanidad,
deseaba -al fin- escribir, agarrar a sus fantasmas por el cuello
y entrar a la arena, cada cual con sus armas,
en un duelo a muerte que provocan las palabras,
hasta ver quien queda en pie, o quien se suicida.
Y en ese intento desapareció.

Pronto sus lectores cambiaron el libro premiado,
del sitio de privilegio en la sala, a la biblioteca,
que elogia o empobrece el estilo de sus dueños.

Donnerstag, 10. Juli 2008

INGRID BETANCOURT: LO QUE NO DICE LA VERSIÓN OFICIAL

Por: Claude-Marie Vadrot. Mediapart.fr (extracto)
Primera Piedra 264 Análisis Semanal
Del 06 al 12 de Julio del 2008



Aun en Hollywood sería difícil imitar el escenario de la liberación de Ingrid Betancourt.El gobierno colombiano, con la amable participación de los Estados Unidos y de ex soldados de los servicios secretos israelitas, se ha encargado de entregarnos un verdadero cuento de hadas, por momentos -incluso- pareciéndose a un circo de serie B. Los medios toman a sus lectores y sus telespectadores por imbéciles, insistiendo en el tremendo “éxito” de la operación militar del Ejército colombiano.

No se trata de menospreciar la valentía de Ingrid Betancourt, ni de desconocer la alegría que nos causa al saber de su liberación, ni la extraordinaria voluntad para sobreponerse a los sufrimientos de su cautiverio. Tampoco puede desconocerse el alivio para su familia; pero el gobierno colombiano intentas vender tal acción al mundo como si se tratara de una operación militar armada, lo que en realidad no pasa de ser una rendición previamente pactada por un sector de las FARC.

Hace poco más de tres meses éste grupo había informado a las autoridades colombianas que estaba dispuesto a rendirse y a entregar los cautivos a cambio de inmunidad y el exilio en Francia. Hacia fines de marzo el diario El Tiempo en una entrevista a un sacerdote, aseguró que los hombres encargados de la custodia de Betancourt y de tres «militares norteamericanos » (que por lo demás nadie los ha visto después de su liberación del miércoles pasado) habían oficializado sus contactos con el gobierno colombiano...

El 25 de mayo, es decir, al día siguiente del anuncio de la muerte del jefe de las FARC, Manuel Marulanda, el presidente Uribe, en medio de una reunión informal declaró oficialmente que el grupo de guerrilleros que custodiaba a I. Betancourt estaba dispuesto a entregarla junto con los tres soldados norteamericanos a cambio de la inmunidad y una recompensa.

En efecto, en uno de los tres computadores encontrados en el campamento de Raúl Reyes -bombardeado en la frontera con Ecuador- descubrieron la manera de contactar al grupo que retenía a I. Betancourt y la zona donde se escondían. El embajador de Francia en Ecuador también dejó entender de estas negociaciones algunos días después de la muerte de Reyes: Paris conocía al negociador instalado en Ecuador porque Reyes estaba en contacto permanente con los gobiernos de Francia, Ecuador y Venezuela. Raúl Reyes, responsable de comunicación de la guerrilla, deseaba cambiar de interlocutor luego que algunas de las intervenciones de Hugo Chávez empezaban a arriesgar la eventual liberación de guerrilleros de las FARC presos en Colombia. Esto es lo que, en todo caso, explicaron a los servicios especiales ecuatorianos los dos miembros de las FARC que sobrevivieron al bombardeo del campamento de Reyes.

Ellos describieron con precisión el ataque al campamento del cual escaparon sólo porque estaban a más de 200 metros de distancia. Cinco bombas fueron desplegadas simultáneamente matando a la veintena de hombres que allí se encontraban. Éstas bombas, según varias fuentes, no fueron lanzadas por aviones colombianos sino por aviones norteamericanos que vuelan a máxima altura -pero provistos de aparatos que podían seguir las ondas del celular de Reyes. Aparentemente, la liberación de Betancourt estaba programada para el 8 de marzo y esta operación norteamericana-colombiana tenía como objetivo evitar dicha negociación para no darles reputación a la guerrilla, a los gobiernos venezolano, francés y ecuatoriano.

Asimismo, la muerte en condiciones aun poco claras de otro alto dirigente de las FARC, Yvan Ríos, acentuó la tentación de romper con los procesos de negociación en curso. Si las dos operaciones estaban concertadas, es evidente que el objetivo fue debilitar la fracción de la guerrilla que preferían negociar la liberación de los prisioneros. Otra negociación pudo estar desarrollándose desde el lado colombiano, la misma que consistía en indicar al grupo que vigilaba a I. Betancourt que lo mejor sería rendirse. No hubo pues, pese a la versión oficial, ninguna infiltración de los servicios militares.


Simplemente, con la ayuda logística norteamericana, el grupo ha sido seguido y simultáneamente preparado por radio y con la intermediación de un emisario del escenario de la rendición, lo que incluía un proceso de evacuación por una ONG imaginaria. Solo así se puede entender que la llegada de varios helicópteros no alertara a los guerrilleros, pues ellos saben que no disponen de estos medios de transporte.

Fue necesario varias semanas para que el jefe del grupo se convenza de esta salida con la seguridad, además, de que no habría ningún disparo. El contrato fue respetado. Alrededor del 15 de junio, el gobierno colombiano volvió a preguntar al gobierno francés si mantenía la oferta, hecha por Nicolás Sarkozy y por François Fillon, de dar asilo a los guerrilleros. Puesto que la respuesta fue positiva, la fase final de la operación tuvo lugar.

Solo faltaba montar la poco creíble versión de una operación militar de sorpresa, vinculada con otra operación de infiltración. La realidad es menos gloriosa para el ejército colombiano. Pero lo esencial es la libertad de Ingrid Betancourt y de sus 14compañeros de cautiverio.

Freitag, 4. Juli 2008

SALUD CAMPEONES

Por Rafael M. Arteaga




LDU consiguió el primer título para Ecuador en 49 años de competiciones a nivel equipos de Sud América. Y lo logró como los grandes de corazón pueden hacerlo: creyendo en ellos para superar a quienes los demás siempre los vio como invencibles. Con coraje, constancia y disciplina, los jugadores de LDU dejaron atrás a clubes de tradición, cuyos nombres son cátedra de fútbol: Fluminense, San Lorenzo, Atlas de Méjico.

Mucho tiene que ver en esta victoria el arquero Francisco Cevallos, a quien su ex equipo el Barcelona lo despidió por la puerta de servicio luego de entregar el jugador 10 años de su vida (tiempo que para un futbolista es más de la mitad de su existencia). Estaba lesionado y sobre la barrera de los 33 años, que muchos creyeron y hasta pedían su retiro. Otros apostaban que su paso por el Deportivo Azogues, un equipo sin color del fútbol ecuatoriano, era la señal de su ocaso. Pero he ahí su fuerza de voluntad para buscar una revancha con la vida, esa lucha, esa bronca interna por levantarse luego de topar fondo.

Surgió de las cenizas y de su mano, con tres penalties atajados, nada menos que ante las estrellas del club brasileño (Thiago Neves y Washington irán a los juegos olímpicos de Peking como jugadores titulares de la verde amarela)y otro más de Conga, nos llevó a la gloria del futbol, a los sueños que antes creíamos solo era permitido a la torcida brasileña apenas, a la hinchada argentina o uruguaya; la misma cima que alcanzó Andrés Gómez, cuando hace años lo ví alzar en París el preciado trofeo de Roland Garros, igual en Shangai, Roma, Barcelona, Indianápilis... Fueron tantas satisfacciones que brindó al país, sin contar sus títulos en dobles, finales y semifinales, donde, ante su verdugo de carrera Ivan Lendl, tuvo que conformarse muchas veces con ser segundo en el mundo. La misma gloria y alegría que vivimos al ver cruzar la meta a Jefferson Pérez en Atlanta en 1996, o a Rolando Vera, el mimado de la prensa blasileña (o minino de oro) al ganar la tradicional carrera San Silvestre por cuatro ocasiones.

Y ahora este triunfo, que nos lleva a saborear el presente y que seguro nos animará a seguir creyendo en nosotros, a recobrar energías en momentos como estos, cuando en nuestras selvas tropicales hay una nueva camada de dinosaurios, que creen que el mundo empieza y que acaba con ellos.

La victoria fue un proceso que tuvo su punto más alto el siglo pasado, cuando en 1990 el Barcelona de Guayaquil alcanzó la final y la perdió frente al Olimpia de Paraguay, y después en 1998 ante el Vasco da Gama. Nada se improvisó. Los grandes logros no son frutos del azar ni del experimento fugaz. LDU ganó el partido en el momento decisivo, fue mejor equipo que el Fluminense, porque llegó a casa de éste y le arrebató un título que -antes del partido- para muchos debió quedarse en el Maracaná, estadio donde jugó y consagró su mito o rey Pelé en los años 60. Ahora viene el campeonato mundial de interclubes en Japón, torneo en el que selló su participación nada menos que el Manchester United, junto al resto de campeones de las seis regiones del mundo. Hasta entonces, soñemos, pero con los ojos despiertos, que muchos -en medio de la euforia- tomarán esta victoria como trofeo propio y lo utilizarán para sus fines.

Salud campeones.