Samstag, 25. August 2007

10/80 VENENO PARA LOS POETAS

I

Por Fernando Nieto Cadena
a Miguel Donoso Pareja, ya se leerá por qué.


Portada del libro editado por K-oz editores

Desde mi primera lectura del Bestiario de Julio Cortázar, comprendí que todo escritor debe cultivar, mantener y atesorar su propio bestiario personal (valga el pleonasmo). El título de la antología (10/80) me parece sugerente y me conduce a los eriales de la nostalgia. Recuerdo que en el único número de Puño y Letra que logró publicar Carlos Calderón Chico (entonces el chico Calderón), en la entrevista que me hizo al preguntarme si era parricida Sicoseo le contesté que no, que pretendíamos ser raticidas para liberar de las ratas que carcomían a la literatura ecuatoriana (palabras más o menos literales porque la memoria siempre mejora los recuerdos).

Tal vez por eso me entusiasma escribir sobre esta antología que bien pudo ser de once poetas por aquello de establecer la alineación futbolera ideal de la poesía ecuatoriana surgida en los ochenta aunque se hubiera perdido el juego iconoclasta que se agazapa como 10/80. Creo que está bien así. Son diez. Por supuesto no creo que son los únicos diez que podrían enlistarse pero responden los diez antologados a lo que sus antologadores prefiguraron para mostrar lo que nuestra poesía fue capaz en esos años y en los actuales. La antología me permite, además, reconocerme como uno más entre ellos aunque aparentemente estoy en otro casillero.

Lo del reconocerme aquí debe ser porque los acuartelamientos generacionales siempre me han parecido sospechoso, mecanicistas por lo miméticos que solemos (sabemos, supongo se sigue diciendo por allá) ser a la hora de embestir y vestirnos con las modas al calce de la crítica moderna. A la mayoría de los antologados los he leído aunque sea parcialmente antes de esta mañana frente al río Grijalva en Tabasco. A unos pocos los conozco personalmente. Y a unos cuantos los estoy conociendo en sus textos. Sin embargo tengo la impresión que a todos ya los conozco. Sucede que algunos - los de entonces- seguimos siendo casi los mismos.

Por eso al leerlos estoy aprendiendo un poco más de un país o una ciudad que alguna vez fueron nuestros y míos y ya no existen. Pero no se trata de refocilarme en la saudade en pro de aquel tiempo pasado que para mí, como todo tiempo pasado, siempre fue peor. Al fin y al cabo el mejor tiempo que tenemos es el presente por el simple hecho de saber que estamos vivos.

Perogrulladas aparte, la lectura de 10/80 me reconforta porque despeja unos cuantos prejuicios que - al calor epistolar de unos amigos- me estaban creciendo la idea de que la poesía ecuatoriana a partir de los noventa cruzaba los arenales de la inanidad con el regocijo de uno que otro avestruz que se niega a mirar lo que en realidad estaba/está pasando. Por fortuna Fernando Itúrburu y la editorial K-OZ me volvieron a otra grata realidad. Fernando es doblemente responsable porque me puso en contacto con la gente de Buseta de papel y con la gente k-óztica. Como era de esperarse la mayoría es de Quito y Guayaquil. Pero también aparecen de otras ciudades lo que me permite comprobar que los años no pasan en vano.

Fotografía: César Vinueza

Miguel Donoso P. en el Café Libro, Quito julio del 2006

Lo importante es que se trata de diez poetas que con sus muy personales voces líricas ofrecen en calidoscopio un panorama satisfactorio de la producción poética ecuatoriana surgida en los ochenta. Mantienen su vitalidad creativa con la misma intensidad (más diestros en el manejo del lenguaje y equipados con herramientas teóricas más sólidas por supuesto) con que llegaron a este oficio de apesadumbrados contrastes y paradojas, rumbeando desde y entre la confusión ideológica-estética hasta la lucidez sin falsas modestias ni almidonadas vanidades. Estos diez poetas son una feliz imagen de ese espejo trizado que debe ser -pienso, sueño- la poética de una región, un país o un continente.


La multiplicidad estilística va de la mano con las propuestas coincidentes desde sus muy particulares miradas que escrutan y excavan las múltiples realidades de una cotidianidad no siempre resignada a ser chivo expiatorio de las indagaciones y experimentaciones del discurso poético, en apariencia cada vez más imbricado como bricolaje lingüístico. Por aquí puede desmadejarse la piolita que permite llevar el trompo en la uña para ejercer una diestra habilidad para sumirse en la magma del lenguaje y no fracasar en el intento.


Esto significa que nuestra poesía, la ecuatoriana, ha dado un paso más hacia quién sabe dónde, eso no importa, porque mantiene un rejuvenecimiento y una revitalización que construye puentes comunicativos entre las pasadas poéticas y las que se avecinan. Dogma del docto doctor Perogrullo, sin la poesía de los ochenta (que extiende lo generacional hacia los noventa, mediados de los noventa por lo menos) no podrían haberse dado propuestas tan significativas como la del grupo Buseta de papel, por ejemplo ni se explicarían los vasos comunicantes de algunos grupos actuales con Sicoseo, La bufanda del sol y los Tzántzicos, grupos por otra parte sobredimensionados con fervor legendario en trance de mitificación narcisista.


Todo esto para saludar a los diez de los ochenta que se muestran como ellos quisieron, con textos donde se ven y se reflejan y quieren ser vistos. La gama de propuestas es intensa y diversa. Cada uno jala para su propia costilla. Los unifica acaso el desparpajo para decir las cosas como las perciben, sienten y exteriorizan. Si bien se unifican en la intención de socavar los cimientos de un lenguaje siempre pacato y recatado en nuestras muy occidentalmente cristianas fontanas, cada quien se mueve por su propia sombrita descomponiendo y al mismo reconstruyendo un mundo particular que sirve como retrato hablado de quienes se lanzaron contra viento y marea a descubrir su cosmos poético por la única vía posible, la entrega absoluta a la exploración y experimentación del lenguaje a partir del descreimiento del oficio poético como ejercicio de videntes traslucidos y trasnochados y, deudas son deudas, del descrédito de la realidad que avizorara don Pablo Palacio.


Pienso no fallar si apunto que los diez han pasado por la experiencia del taller, la mayoría -además- por un taller coordinado por Miguel Donoso Pareja, lo que de por sí ya es una cierta garantía de que lo bien aprendido ya no se olvida nunca. Esto para señalar que esta muestra sirve para desvalorizar la conseja de ancianos precoces que niegan las virtudes -con todos y sus a veces graves defectos- de los talleres a los que lo menos que les acusan es de ser fábricas de escritores y en el peor de los casos de laboratorio de clonación de escritores a imagen y semejanza del coordinador de turno.


Cada quien se quita las muelas antes de que les duela según sus propias limitaciones y egoísmos. No sé si sea a la vez de exagerado aventurado decir que esta antología es testimonio, homenaje y reconocimiento de la bondad de los talleres literarios. Por supuesto no es la única manera para llegar a ser escritor pero es un buen espacio para ganar tiempo y superar con el apoyo de otros lo que llevaría el doble o triple de tiempo en el crecimiento como escritores. Aquí, en estos diez poetas que no se presentan como dos puños, se confirma que lo mejor que le pudo pasar a la poesía ecuatoriana en los últimos veinticinco años fue contar con la presencia de Miguel Donoso Pareja al frentes de varios talleres, reproduciendo lo que ya hizo en México.

Por el momento, es cuanto puedo decir. Las fichas que acompañan los textos de los 10/80 resumen mejor lo que yo podría decir -circunstancialmente- y lo que podría opinar de cada uno de ellos. Lo que sí puedo adelantar es la alegría y satisfacción de haber leído esta antología que me permite restaurar mi confianza que aunque no lo haya dicho nunca el viejo Quijote, si los perros ladran es porque la joven/nueva poesía ecuatoriana tiene aún mucho que ofrecernos y sorprendernos. Como siempre, el camarada futuro -perdón por la nostalgia- tendrá la última palabra.


Villahermosa, Tabasco, México, Diciembre 2006.



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