Dienstag, 13. Dezember 2011

EL TRIÁNGULO DORADO


  Texto de Rafael M. Arteaga

Atardecer en Bagan, Myanmar.

Sam Eou estaba confundido entre sus sueños de ser escritor y la necesidad de comer. Imaginaba un mundo de libros, de grandes salones hablando de literatura, de ciudades lejanas con muchos senderos a elegir y no su pueblo de campesinos en medio de los bosques, con dos opciones apenas: seguir a Liu Peng en las montañas, luchar por la independencia de su estado y, con un poco de suerte, llegar a viejo, sin dientes y alcohólico, para mendigar en las avenidas de la capital; o ser profesor en un pueblito de Shan. 



Nada de esto encajaba en sus planes. Quería ser escritor, como sus maestros de lengua inglesa (Birmania fue colonia británica hasta 1948) y sus innumerables libros que leía -como una religión- en casa; por lo que una noche pidió a su amante desertar de la guerrilla e ir juntos a Rangún, donde había posibilidades de iniciar juntos una vida diferente, a lo que Liu Peng contestó:
-El sendero que has elegido es tuyo, no mío. Yo me quedo aquí, como las ramas de loto que nunca renunciarán al pantano para florecer.



El reino de Shan fue hasta el siglo XVI d.C. una nación floreciente y centro cultural de entonces, de la que se desprendieron los países que hoy forman la parte sur occidental de Asia: Vietnam, Laos, Camboya, Tailandia, Myanmar y Bangladesh; luego fue reducido a protectorado de la corona británica -hasta 1948, y desde 1987 anexado con las armas a Birmania, sin tomar en cuenta un convenio de asociación voluntaria. 



En 1962 una Junta Militar se hizo con el poder y gobernó el país con violencia durante 49 años, hasta convertirlo en uno de los más pobres y atrasados del planeta, con altos niveles de corrupción (puesto 176 de 180 naciones, en el 2010. Ecuador fue 122), millones de refugiados en las naciones vecinas y miles de opositores políticos en las cárceles; mientras cada región buscaba –y busca- su autonomía por motivos históricos, raciales y hasta de negocios: la zona es la principal productora de opio en el mundo, sus montañas están llenas de yacimientos de plata, piedras preciosas (zafiros, rubíes); mas, para estar tanto tiempo frente al gobierno se requiere de apoyo y dividir a los costados es la mejor estrategia que vuelve fuerte al centro: algunos jefes tribales, con influencia en su gente, fueron sus aliados, igual el sector burocrático, engrandecido y dependiente de las arcas públicas, los nuevos empresarios nacidos bajo la sombra del socialismo, intelectuales y artistas -con su silencio- a cambio de compartir el poder.



Sam Eou vendió sus sueños a cambio de un puesto público. ¡Y el estado paga bien la sumisión y el silencio de los intelectuales! Fue embajador en Camboya, director de construcciones en Rangún, aunque en su vida nunca alzó un ladrillo, -Borges fue inspector de camales en Buenos Aires antes de ser ese fantasma de biblioteca que hoy conocemos-; luego fue nombrado –por dos meses- ministro de seguridad interna y en ese periodo los militares ingresaron a las universidades para aplacar las protestas estudiantiles de 1976, matando opositores y ocultando sus cadáveres en fosas comunes fuera de la ciudad. Alguien debe hacer el trabajo sucio de casa.
En cuanto a su vida literaria, parece que la inspiración no abandonó del todo a su alumno durante sus bodas con el régimen: publicó dos relatos de género policial y un canto extenso –casi rayando en lo épico- dedicado a los logros de la revolución. Yo prefiero su obra de juventud, en la que hay algunos versos impecables, con influencia de los románticos ingleses en la lirica y, en la forma, ajustada a la rigurosidad métrica de la poesía japonesa del siglo anterior; sin embargo, ni con toda la iluminación de las musas, un libro nos hará olvidar la vida del autor, porque ambos son una misma materia.

 

Sam Eou llegó a la vejez convertido en eminencia literaria ¡en medio de la selva! Fue la imagen decorativa en los salones de cultura, rodeado de artistas, embajadores de naciones tan lejanas como desconocidas; feliz con los brindis, los bocadillos y un grupo de jóvenes escritores que inclinaban sus cabezas al frente suyo y, a espaldas, ansiosos por ocupar su asiento; fue la prostituta de un sistema social corrupto, aunque con el estómago lleno.

 

Liu Peng, en cambio, fue miembro de la armada rebelde (Hsük Han o Jóvenes Guerreros), picado de los mosquitos, con botas de caucho hasta las rodillas y comiendo alimentos enlatados. Era niño todavía cuando vio salir a su padre del hogar, una mañana de 1953, aliado con las fuerzas birmanas, a combatir contra el ejército comunista chino, que invadió el estado de Shan con el propósito de llevar la corriente del rio Salween a sus extensas mesetas sin agua. La campaña de defensa tuvo éxito, pero él no volvió. Durante los años 70, ya adolescente, su región se convirtió en la mayor productora de opio en el mundo, apoyada por grupos insurgentes y vendedores de armas; el tráfico de drogas se convirtió –entonces- en fuente vital para obtener recursos. Liu Peng no olvidará este capítulo, que envolvió a muchas naciones (productores y consumidores) y quizás –en momentos de silencio- pudo entender que la lucha por liberar a su pueblo, mientras más larga y sangrienta, más beneficiosa se volvía para los señores de la guerra y de las drogas; pero no hubo vuelta atrás, el sueño de volver al reino fantástico de Shan había comenzado cinco siglos atrás y con el tiempo, los métodos pueden variar, pero no el objetivo.

 
Los monjes budistas jugaron un rol importante en la transición del gobierno militar a los cíviles.
Liu Peng fue encarcelado por la Junta Militar, en 1997, bajo la acusación de venta ilegal de armas y trata de mujeres. Nada se supo luego de él. En los últimos años, la magnitud y prisa de acontecimientos –resistencia civil, presión externa- obligó a los militares a cumplir el calendario impuesto -en referéndum- por la población para volver a la democracia, lo que ocurrió el 30 de marzo del 2011. Fue un día de gloria, aparentemente, si el mundo no hubiera estado al tanto -mucho antes de las elecciones- que los triunfadores (Unión Solidaria) ¡eran auspiciados y pertenecen al mismo grupo de militares que hasta ayer estuvieron en el poder! El mismo ungüento, solo que en otro envase.
La burocracia del estado, numerosa y llena de privilegios, típico de administraciones débiles con sueños de grandeza, no estuvo dispuesta irse a casa con las manos vacías después de comer bien durante medio siglo. El régimen les ayudó a registrar en los padrones electorales varias tiendas políticas –que variaban en sí sólo por los nombres- para confundir a la población; sus críos obtuvieron el 85% de votos y mandaron a los viejos dirigentes de vacaciones a Bangkok, a Miami, mientras ellos arreglan hoy la casa para cien años más de camino al socialismo, como fue el refrán de sus padres. 

 
Entrada al estado de Shan.
En medio de estos remezones políticos, quizás nadie se acordó del guerrillero, y acaso él buscaba reconocimiento alguno a su obra. En mi último viaje al Triángulo Dorado, me enteré, sin embargo, que la juventud había decidido rescatar su figura y alzarla como símbolo de la resistencia. «A las aves, en medio del océano, sólo les guía el instinto supremo de salvar a la bandada de la tormenta». Reza, en escritura local, sobre una placa de bronce. Una callecita abandonada tiene su nombre, en Taunggyi, la capital del estado de Shan, y es todo lo que el tiempo rescató de él. Hasta ahora.
Yo amo esa región que me acogió tantas noches en sus cabañas de bambú con techos de paja, donde –cansado y deseoso por conocer sus secretos- me refugié con mi mochila a disfrutar del largo sueño de iguanas que me brindó el humo del opio, hace dos décadas. Fue un tiempo fugaz y lleno de enigmas en la selva, junto a la amante que todo viajero halla en los viajes, y que a la distancia se nos vuelve una obsesión.


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