Lanzo sobre la mesa mis últimas cartas.
¿Quién puede seguir este juego hasta el final?
No me resigno a caer y apuesto de nuevo
la siguiente partida,
la ronda que abrirá la medida de mis sueños.
Revuelvo las cartas con maestría
y, a prisa, las entrego a los demás jugadores,
porque sé que el tiempo no entra a perder.
Y mientras ellos alzan los naipes de la mesa,
yo bebo – en silencio –
el agua dulce de la memoria,
sin dejar de ver al que fue mi amigo de jornada
y hoy, a quien debo la vida.
¡Oh náufrago que te refugias en el puerto
para sanar las heridas!
Fuma tranquilo el cigarro, alza tu ron,
que la nave en el puerto no se irá sin ti:
sonando sus alarmas desde lejos,
ella te buscará entre la multitud
e igual que un amor insatisfecho,
abrirá de nuevo sus compuertas de madera.
¡Tu cuerpo se agita con la pasión de los viajes!
Sueña, entonces, carta tras carta,
con el dulce momento que esperas vivir
cuando subas a sus hombros y sientas
que el mundo es tuyo otra vez.