Freitag, 5. Juni 2009

LA CRISIS (Y LOS POETAS)

Reencuentro con Rómulo Cuello

Por Rafael M. Arteaga



-Desde que tengo uso de razón siempre he escuchado esta palabra.  Crisis económica, crisis de gobernabilidad, crisis de educación… crisis y crisis. Somos las palabras que usamos cada instante. Y así actuamos. Se dice que Ecuador está sobre una montaña de oro. Nosotros vemos la montaña, pero no aprovechamos su riqueza ¡porque pensamos que somos ricos! -Así hablaba Rómulo Cuello, cuando fuimos a visitarle una tarde en el hospital.
-Se escucha en los comentarios de la gente-, se atrevió a decir Jorge, -que cada cien años nace un revolucionario.
-¡Esperemos hasta entonces! -Gritó con enfado el maestro. -Porque aquí, en Ecuador, no he visto aún tal espécimen-. Luego, casi contando las gotas del suero que entraba en su cuerpo, averiguó: -Denme el nombre de un “revolucionario” en nuestro país-. Nosotros cruzamos las miradas y guardamos silencio. Fue lo mejor que pudimos hacer.
-Ecuador está preparado en su mente para el gobierno que hoy tiene. No más. Chávez cree que sin él Venezuela se hunde y por ello se aferra al timón del Titanic; aunque en la realidad o en el cine el barco se hunde de todos modos. Daniel Ortega, en cambio, lleva 30 años en /y/ tras el gobierno de su país y ¿dónde está Nicaragua hoy? Imponer una ideología es cuestión de adoctrinamiento. Cuando los europeos llegaron a Aba Yala (tal es la denominación de los antiguos pobladores a América) impusieron la religión del miedo –esa cuestión de pecado= castigo e infierno- para mantener sumisos a los aborígenes. Hoy es la crisis económica, la gripe porcina. Hace dos años fue la gripe aviar. En Estados Unidos –desde Ronald Reagan- es el terrorismo, y aquella palabra de tanto repetirla se volvió un deber moral y cívico con el que todos sus ciudadanos deben estar de acuerdo.
-La crisis no está afuera. Está en nosotros. Y para llegar a tener una actitud –más crítica y, al mismo tiempo, solidaria con el mundo- se requiere de un largo y disciplinado proceso interior, apoyado –por supuesto- en una educación diferente a la de nuestros días. A las élites políticas y clases acomodadas no les interesa cambiar el estado actual de cosas, porque miseria e ignorancia son los componentes básicos para asegurarse ellos y sus cachorros cien años más de privilegios.
-¿Saben nuestros “revolucionarios” el significado de la palabra política en su idioma original? ¿Leyeron alguna vez La República? Qué novela o libro de poemas acaban de leer y eufóricos, con un golpe en la mesa gritaron: ¡Viva la literatura! ¿Se esfuerzan cada día por ser mejores padres? ¿Enjuagan sus bocas antes de bendecir a sus niños camino a la escuela? “Soy padre, luego arconte”, decía Pericles, el gran diseñador y constructor de la Atenas clásica, hace 2.500 años. Y no se equivocaba. En estos detalles comienza el camino de un buen gobernante. Sólo quien ama y respeta a su familia será capaz de servir de corazón a su pueblo. Esta es la definición de la palabra política. No es el insulto, las amenazas, los monólogos de cada sábado, tal esos capítulos aburridos de telenovela mejicana. No son las luces sobre el escenario, las cámaras lo que hacen grande a un hombre; es el respeto a los que no piensan como él. Son sus palabras, sus obras -que tienen ritmo interior propio-: nacen y adquieren su verdadera dimensión con el tiempo.
-Pericles estuvo a la altura de los desafíos de su tiempo, de su patria llamada Atenas. Y de él aprendimos que un gobernante es la gente que lo rodea, las palabras que usa con frecuencia, las acciones que ejecuta. Pericles tuvo como profesor de arte a Fidias, su amigo personal y arquitecto del Partenón. Fue un admirador del teatro y en silencio –sin esclavos- acudió a las representaciones de Esquilo. En la cabeza de Sófocles puso la corona del preciado laurel, declarándolo vencedor de los festivales de la tragedia. A Eurípides lo nombró preceptor de sus hijos. No confiaba en los discursos de Sócrates, ni en la juventud que se reunía con él junto al ágora, pero tampoco los hostigó con insultos o con amenazas de sus guardias. Tucídides y Heródoto fueron sus historiadores.
En nuestro país, en cambio, no hay duda que el actual gobernante pertenece al club de los poetas muertos. Y ¡rodeado el señor Correa de tales especímenes, cómo podemos hablar de esperanza!
-Ey, Rómulo-, le interrumpimos, -¡para qué metes a los intelectuales en esta sopa! Suficiente castigo tienen con su domador en la jaula del zoológico-. Pero él no se dio por aludido y siguió vociferando hasta que su madre, asustada, entró en la habitación. Se acercó a la cama y al ver que las gotas del suero caían a prisa, como las palabras de su hijo, decidió suspender la visita.
A Jorge y a mí nos causó alegría ver a Rómulo de nuevo. El viejo lobo de mar estaba de vuelta.




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